Hermano Sol, Hermana Luna

Hermano Sol, Hermana Luna

“… los teólogos… establecen dos clases de religiones. Toda religión que no sea la suya propia es un invento de los hombres, mientras que la suya propia es una emanación de Dios…»

Karl Marx

Todo empieza con lo que podemos llamar, floridamente, antropocentrismo: la idea –falsa, por demás- de que el mundo ha sido creado –por quien sea que lo haya creado- para el hombre: para su uso y disfrute, para su uso y abuso, para su uso y destrucción. No importa: para el hombre. Si, alternativamente, pudiéramos pensar que el hombre no es más que un accidente de la materia, como lo son los demás animales o las plantas, otra sería la visión. Y otros, obviamente, los resultados. Pero hay más: adicionalmente el hombre nace –y muere- encapsulado en una individualidad insuperable, que no le permite salir de su cuerpo. Ni siquiera de su mente. Es cierto que esta última es capaz de algunas aventuras cortas, fugaces, irreales, pero para siempre regresar a su base en la que recibe alimento y de la que no se puede desentender. No sólo la ideología depende –en realidad es una excrecencia- del modo de producción, sino el hombre de sus circunstancias, como lo señala Ortega. Somos un yo aquí y ahora, nada más. La historia es sueño, y el futuro, fantasía. Aún más, ahora es yo, es decir, lo que conozco como yo, que es muy poco, y lo que más o menos digo saber que sucede una cuadra a la redonda. Muy poca cosa. Y aún así aspiro a que el mundo se ajuste de alguna manera a lo que soy, pienso y siento. Ameno el joven, pero así es que hemos ido dando tumbos en este mundo, cada quien actuando como un diminuto demiurgo.

Donde mejor apreciamos nuestra condición humana es justamente en la religión, pues es ésta la síntesis de nuestra ignorancia, fantasía e ilusiones. El tamaño de nuestro miedo. ¿Cómo no entender que pueda ser tres y uno, alternativamente y a la vez? Los misterios de la fe. ¿O que sea único y sin corte? ¿Qué no tenga nombre ni denominación, que sea imposible de imaginar? ¿O que su reino sea el martirio de la carne? Cada quien en su época, a su manera, dependiendo de cada quien. Pero lo más importante es que cierto es lo mío, y nada más. Estamos tan centrados en nuestro propio eje que es poco menos que imposible sentir lo que siente el otro. Lo podemos imaginar, lo podemos deducir, pero sentir en cuerpo ajeno es sencillamente imposible. Por eso nuestro entendimiento está por encima del de los demás. Nuestro sentimiento, nuestra devoción, nuestro respeto, son todos superiores a los del que se arrodilla al lado. La mitología griega, por demás genial, artística y dramática, no es más que arte primitivo. Los indios, meditando frente al bosque fresco y oloroso, bien danzando en torno al fuego, son hordas de bárbaros naturalistas, panteístas. El único dios objetivo es el nuestro, no otro. Así lo sentimos en el centro del pecho, en lo más hondo de nuestro recogimiento y contrición. En cada capa de nuestra alma. Cierto soy yo y lo mío. Lo demás, pura imaginación. Este solipsismo es casi necesario, el instinto de conservación emocional. ¡Qué difícil es comprender que otro adore a la Hermana Luna, cuando nuestro dios es el hermano Sol!

Con esta perspectiva quizás podamos entender mejor la distancia que media entre las actitudes de la minoría y el alma de la mayoría. La primera es por necesidad un desprendimiento de ésta. Valiente, decidido, educado. Instruido, informado. Pero igualmente ignorante de su propia condición. Las minorías sobresalen por lo que les falta a la mayoría. Son más inteligentes. Lo más importante, más bulliciosas. Dicen siempre, desde temprano, con la convicción de quien tiene agarrada la verdad por el rabo. Repiten, aburren, avasallan. No necesitan segunda opinión, ni la opinión del otro. Su palabra basta. Y lo que piense el otro de lo que ellos opinan de ese otro tampoco cuenta. Ellos lo saben todo, saben de uno más que uno mismo. Finalmente, y como debía ser, su pensamiento se independiza, cobra vida propia, se alimenta de sí mismo. No necesita confirmación, su palabra es verdad por definición. La mayoría, sin embargo, sigue ahí afuera, desatendida. Bajo la lluvia, ignorada, despreciada. ¿Acaso no notan esa actitud infaltable de superioridad moral en las minorías de cualquier tipo? Irónicamente, no pasan de decir en otro plano lo que critican en los demás. Eso no falla. Si se sintieran humanos perderían su condición de héroes. Y esa es su energía, no lo podrían hacer. Por eso, cuando se suscitan eventos en que la cantidad supera a la calidad, su ignorancia le estalla en las narices. Ganó Trump, objetivamente. Pero ellos no pueden estar equivocados. Ganó porque la mayoría es una turba de racistas xenófobos y homófobos. A bunch of deplorables. Masa sin educación ni cultura, sin información. Cruda, bruta, carne de la historia. Estadísticas. Porque ellos fallaron, pero nunca pueden estar equivocados.

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