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El tercer protagonista, lo fue Godolphin Bar, el antecedente más “aventurero”. El sultán de Marrueco, un apasionado de la raza caballar, tenía en su cuadra decenas de animales de los más linajudos orígenes. Una tarde visitando sus caballerizas, el Sultán presenció como un hermoso corcel de mediano tamaño, pero de gran carácter y distinción, se revelaba contra los servidores del sitio que querían enfrenarlo. El animal por su genio, agradó al amo del lugar, que a partir de ese momento fijó con más asiduidad su atención en el potro. Tiempo después, cuando el Sultán quiso agasajar a Luis XIV, enviándole un presente, de inmediato recordó al bravo caballo que guardaba en sus cuadras. Así fue como Bar viajó a Francia. Pero el animal no tuvo en Europa una existencia de matices “reales”. Desestimado por Luis XIV, fue pasando de mano en mano hasta llegar a trabajar como caballo de tiro, atado a las varas de un carro aguatero. Luego fue propiedad de un dueño de un café, que lo recibió en pago de una deuda, era un hombre vulgar y violento, que tampoco supo valorar la admirable pieza que tenía en sus manos.