Le he encontrado en el sendero.
No turbó su ensueño el agua
ni se abrieron más las rosas;
abrió el asombro mi alma.
¡Y una pobre mujer tiene
su cara llena de lágrimas!
Llevaba un canto ligero
en la boca descuidada,
y al mirarme se le ha vuelto
grave el canto que entonaba.
Miré la senda, la hallé
extraña y como soñada.
¡Y en el alba de diamante
tuve mi cara con lágrimas!
Siguió su marcha cantando
y se llevó mis miradas…
Detrás de él no fueron más
azules y altas las salvias.
¡No importa! Quedó en el aire
estremecida mi alma.
¡Y aunque ninguno me ha herido
tengo la cara con lágrimas!
Esta noche no ha velado
como yo junto a la lámpara;
como él ignora, no punza
su pecho de nardo mi ansia;
pero tal vez por su sueño
pase un olor de retamas,
¡porque una pobre mujer
tiene su cara con lágrimas!
Iba sola y no temía.
con hambre y sed no lloraba;
desde que lo vi cruzar,
mi Dios me vistió de llagas.
Mi madre en su lecho reza
por mí su oración confiada.
Pero ¡yo tal vez por siempre
tendré mi cara con lágrimas!
Gabriela Mistral
Me inicié en mi faceta de columnista en el año 1992, hace ya 29 años. El periódico vespertino Última Hora, me hizo el favor de publicar mis reflexiones de ese momento. Vivíamos la “celebración” del llamado Quinto Centenario. En varios artículos señalé que no había nada que celebrar. Me uní entonces a las voces que reclamaban una visión más crítica del aniversario de un acontecimiento tan importante.
Los artículos publicados en el vespertino no era una columna fija, pero esta experiencia me hizo desarrollar la habilidad de sistematizar las ideas en unas 900 palabras. Después publiqué algunos artículos en el Listín Diario. Eso fue a mediados de los 90.
El más celebrado fue uno que hablaba sobre un documento que había encontrado en el Archivo General de la Nación. Resulta que un inglés que caminaba por el camino se encontró un racimo de plátanos.
Y al no ver al dueño lo tomó y se lo llevó a su casa. Cuando el propietario de ese manjar de dioses llegó al lugar, alguien le dijo que el inglés lo había tomado. Fue directo a la vivienda del ciudadano extranjero y se lo quitó.
La esposa del británico se quejó ante el cónsul, que era nada más y nada menos que el famoso Robert Hermann Schomburgk, quien inmediatamente defendió con vehemencia al súbdito de su majestad la Reina.
El resultado fue que el pobre dueño del racimo tuvo que pagar una indemnización al ladrón y estuvo preso por más de seis meses por defenderse de un robo. Una evidencia de la gran influencia de los imperios europeos en la política criolla.
Del Listín Diario viajé hacia el periódico El Siglo, que dirigía mi querido amigo Bienvenido Álvarez Vega. Estuve varios años. Era una pequeña columna que todavía no había sido bautizada.
No podía escribir más de 700 palabras. Durante esos años amaba buscar los temas que abordaría. Comencé a escribir sobre temas históricos, y a plasmar mis primeras reflexiones sobre la sociedad civil, un concepto entonces de moda y muy criticado por los partidos políticos.
Plasmaba en esos artículos todas mis inquietudes y aprendizajes. Era una joven mujer con muchos deseos de escribir y de comunicar lo aprendido. La experiencia terminó cuando el periódico vio su fin.
Busqué otra casa. Toqué las puertas de la desaparecida Revista Rumbo, una publicación semanal de alto impacto. Me acogieron con los brazos abiertos. Allí estuve por varios años. Osvaldo Santana era en ese momento jefe de redacción, y un día me llamó para informarme que había bautizado mi columna con el título de Encuentros.
¡Me encantó la idea! De mis años como columnista, recuerdo el debate que por varios meses sostuvimos Eduardo Jorge Prats y yo. Yo reivindicaba la utopía, como una forma de soñar y vivir la esperanza; el defendía el pragmatismo como la única forma de poder avanzar. Fue tan larga la polémica que sostuvimos en nuestras respectivas columnas en el mismo medio, que los jefes nos llamaron para que dejáramos a un lado las diferencias.
La verdad fue que gocé escribiendo esos artículos porque me veía en la obligación de estudiar para responderle con altura.
Durante mi faceta de columnista en la revista Rumbo se produjo la crisis del 1994 y las elecciones de 1996 con nuevo formato. Entonces dirigía el Proyecto para el Apoyo a las Iniciativas Democráticas (PID-PUCMM-USAID), y decidimos motivar a la sociedad civil para que se integrara a los colegios electorales como secretarios, presidentes, vocales o lo que fuese.
Era el momento estelar de la entonces recién creada organización Participación Ciudadana. En la primera vuelta participé como secretaria de una mesa en un barrio popular. Fue una gran experiencia.
En la segunda vuelta, me nombraron presidenta de una mesa, y fue otra agradable y única experiencia.
En 1998 fui nombrada en la Junta del Distrito Nacional como vocal de la Junta. El resto del grupo estaba constituido por maravillosos profesionales: Ana Teresa Pérez, Doña Engracia Fanjul de Abatte, Antoliano Peralta, solo para mencionar algunos. Ahí el nivel de responsabilidad era mayor.
Descubrí cómo los dirigentes de los partidos defienden cada voto con uñas y dientes. Esas vivencias me ofrecieron la oportunidad de escribirlas en la columna.
Entonces comencé a desarrollar una línea de escritura distinta, en la cual intervenía el corazón, no tanto la razón. Antes de que la revista desapareciera nos dijeron a algunos colaboradores que debían prescindir de nosotros para reducir el número de páginas.
Busqué otra casa, y llegué de nuevo donde mi querido Bienvenido Álvarez Vega, esta vez en el periódico HOY, específicamente de la revista cultural AREITO, que ha sobrevivido en el tiempo.
Ya tengo más de dos décadas en esa casa que me mantiene las puertas abiertas, a pesar de algunas ausencias.
Por razones de espacio dejaré para la próxima entrega mis más de 20 años produciendo esta columna que tanto amo: Encuentros, un título que abarca las grandes dimensiones humanas: el alma y la razón. Hasta la próxima.