La inédita competencia pública entre el presidente Donald Trump y su predecesor Barack Obama, lideres republicano y demócrata durante el cierre de estas reñidas elecciones legislativas de mitad del periodo, me impidió que recabara la reacción oficial del gobierno estadounidense sobre la histórica visita a China del presidente dominicano Danilo Medina y los acuerdos que firmó junto a su homólogo Xi Jin-Ping.
Esto así, porque me encuentro de visita en esta apacible capital, agitada ahora debido al sorpresivo enfrentamiento de ambos dirigentes, mientras participo del seminario titulado “Elecciones Legislativas en EE. UU. ¿Fin o consolidación del paradigma Trump?”, auspiciado por la escuela de estudios The Graduate School of Political Management, de The George Washington University, que cuenta entre sus brillantes expositores a Lara Brown, politóloga y directora del think tank; Christopher Arlerton, Patricia Janiot y Carlos Alberto Montaner.
Estados Unidos, que criticó al gobierno dominicano por desvincularse de Taiwán, ve con suspicacias los alcances de la nueva relación dominico-china debido a que ambos compartirán asientos en el Consejo de Seguridad de la ONU, el órgano directivo de 15 miembros que el presidente Xi Jin-ping siempre ha aspirado a controlar, y atribuyen las nuevas relaciones diplomáticas establecidas con Dominicana, El Salvador y Guatemala al empeño chino de minar la influencia estadounidense en la región latinoamericana.
En el ínterin, Medina disfruta de un exitoso reacomodo del liderazgo político interno y externo, luego de su corto pero deslumbrante periplo por el antiguo imperio chino, la tierra de Confucio, Lao Tsè y Mao Ze Dong, el fundador del moderno Estado Chino y propulsor del Gran Salto Adelante, en cuyo monumento una corona de flores depositó el gobernante dominicano, evocando, quizá, la doctrina “maoísta” que lo subyugara un instante de su lejana mocedad universitaria.