La fascinación por el morbo y el afán de auscultar todas las esquinas del mundo íntimo hizo del chisme el retrato perfecto de la podredumbre humana. Presumo que en el ADN de sus propaladores, el vacío existencial constituye su sello distintivo.
Lo digital parece ser el mundo del desbordamiento. Allí, los parámetros y comedimiento no cuentan y, de un golpe, el resentimiento adquiere categoría noticiosa derrotando todo referente de prudencia y respeto mínimo. En el interregno, las reglas de legalidad y armazón jurídico poseen un ritmo lento ante la velocidad del vituperio. Por eso, sin tocar una pulgada el concepto de libertad deben generarse reglas punitivas capaces de provocar el temor sancionador.
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El político insulso, artista sediento de “sonido”, empresario inescrupuloso e instancia de poder, tienden a impulsar los resortes de la calumnia sin detenerse en la potencial reacción violenta y sus consecuencias.
En Estados Unidos, Jerry Springer no supo deslindar los campos entre la popularidad del programa y los temas que concitaban atención. La tragedia finalmente llegó a los hogares de dos de sus invitados, lo que provocó un amplio debate alrededor de los límites de la libertad de información. Aquí, en San Pedro de Macorís, la truculencia en materia de terrenos del CEA alcanzó niveles escandalosos en una cabina radial, quitándole la vida a dos comunicadores.
Ojalá no deformen mis alegatos. Ahora bien, no es posible seguir de brazos cruzados ante la hoguera digital que transforma en indecencia e insulto un vehículo de tanta utilidad en el siglo 21. Opinen, argumenten, discrepen y descalifiquen en el marco de la mayor racionalidad, pero concebir las redes sociales como pasarela del fusilamiento moral está generando un estado de rabia en segmentos importantes del país. Eso sí, la democratización y buen uso de las redes no puede asemejarse al ardid utilizado por los esquilmadores de fondos públicos ni eternizadores de dioses del ocaso que compran silencio y, allí donde sus bolsillos no encuentran complicidad, arguyen afectaciones a su moral de hojalata.
Lo ideal es que jamás ningún calumniado por las empresas comunicacionales y/o siquitrillado como resultado de un comentario carente de base legal, decida dejarse conducir por instintos primitivos. Después vendrán las lamentaciones. Parémoslo.