“Hojas sueltas” o la escritura de lo breve en Juan Manuel Prida Busto (2 de 3)

“Hojas sueltas” o la escritura de lo breve en Juan Manuel Prida Busto (2 de 3)

Manuel Prida Busto conversa sobre su libro Hojas sueltas en la Feria del Libro de Madrid 2024.

Un detalle sensorial, un olor despierta recuerdos. El sueño trae recuerdos de la infancia del autor en Gijón, Asturias. Lo vivido se transmuta en memoria por obra de la escritura. Escribir es (re)vivir el recuerdo. El recuerdo revive en el cuento. Al despertar el mundo onírico, se borran las fronteras entre la vigilia y el sueño. Lo que llamamos “realidad” suele confundirse con la imaginación y la fantasía. La vida es cada vez menos real y cada vez más ficticia. La existencia humana pierde consistencia y gana irrealidad. Se asemeja a una ficción inútil o absurda. Se vuelve fantasmática. Todo se desdibuja, se diluye y se desvanece. La vida es un velo de Maya, una ilusión cósmica que no puede durar. Lo ignoto, lo desconocido nos provoca asombro y desconcierto, desafía nuestras aparentes certidumbres cotidianas. Nada somos y nada sabemos.

En relatos como “Página en blanco”, “Frente y detrás de la realidad” y “Dos en la misma piel” el personaje que narra es un sujeto desdoblado, enajenado, extraño a sí mismo. Extraviado, el vacío lo colma y solo halla placer en la escritura, ante la página en blanco, que le angustia y a la vez le reconforta.

“Por la noche, en casa, hago cuentas.

De frente, soy otros, todos y ninguno.

Detrás, soy yo, único y nada más.

¿Cuál es la realidad real?

¿Llegaré a descubrirla?

¿Podré lograrlo ahora, pronto…o nunca?

¿Por cuál me decantaré?”

(“Frente y detrás de la realidad”, p. 124)

“No sé quién soy.

Me miro y no me reconozco.

Me busco y no me encuentro.

Desconozco quién habita mi cuerpo.

Cuando duermo tengo sueños ajenos.

Cuando como es el gusto de otro.

Vivo días que no son míos.

Soy y no soy yo.

Dejo esto como constancia antes de convertirme en un total y
absoluto anónimo que vaga por una vida incierta.

Escribí esto como un autómata.

Cuando vine a releerlo no pude.

Las letras estaban como vida, patas arriba.

Desesperado, cogí la hoja en forma airada, desafiante.

Fui hacia el espejo a reclamarle, a decirle a ese reflejo que hasta mi
escritura estaba distorsionada.

Allí parado sacudí con fuerza el papel.

Para mi sorpresa, pude leer lo que había escrito.

Todo volvió a la normalidad”
(“Dos en la misma piel”, p. 138).

“El vacío me azota
la noche se cierne sobre mis hombros
la insatisfacción coexiste con mis huesos
se ha vuelto médula
se ha vuelto esencia
se ha vuelto verdad
veo sin mirar
oigo sin escuchar
camino estático sin movimiento alguno
algo así como marioneta sin titiritero
parecido a muñeco de feria cuando apagan las luces
similar al otoño deshojado
si muevo la mano derecha
la izquierda la desconoce
tan absorta en la nada
tan inmersa tejiendo abrigos con lanas desleídas
tan sumergida en profundidades abismales
mi ser
nada percibe
nada ve
nada siente
que no sea
el peso bruto de la soledad
el aplastante avance de la oquedad que taladra
el reconfortante placer de la hoja en blanco por escribir”
(“Página en blanco”, p. 114).

Hay relatos nacidos de la experiencia del período de confinamiento y distanciamiento social impuesto por la pandemia. La desazón, el desconcierto y la amarga queja asoman en “La vida a dos metros”, “Cicuta y miel” y “Pinceles lúcidos”. Hay otros, como “Los ojos de la pantalla” y “Artificio”, en los que se aborda la estupefacción del individuo frente al mundo de la cibervigilancia y la inteligencia artificial, de la tecnología que controla nuestras vidas y las hace del todo predecibles. En esta era digital nos dominan los dispositivos electrónicos -el teléfono móvil inteligente, la computadora portátil-; la vida futura parece estar en manos de máquinas inteligentes que pensarán y decidirán por nosotros hasta el último detalle de nuestra existencia.

En Hojas sueltas hallo cuentos memorables como “El círculo del absurdo”, “Ni idea”, “Las muñecas de mamá”, “El olvido de mamá”, “Las historias del camino”. En “El círculo del absurdo”, el gesto sin sentido del protagonista aburrido por el confinamiento en Praga -enterrarse con las obras de Kafka en un hoyo dentro de un círculo cavado en el patio de su casa por mortal hastío- se convierte en evento y espectáculo para el gran público. “Todo y nada” es un texto brevísimo de pura meditación budista en diálogo interior:

“Pregunté al ser que me habita qué hábitos cobija.

Resguardo el todo en la nada.

Nadas en todo, entonces.

No. El todo se mece en mí y la nada sombra le hace.

Me asombra que uno al otro le haga sombra.

Es que no hay nada sin todo.

¿Será todo nada?

Más bien, nada lo es todo”
(p. 110)

Puede seguir leyendo: El arte como verdad: mundo y tierra

Más leídas