Para Prida Busto, como para Julio Cortázar, uno de sus grandes maestros, la literatura es una creación del lenguaje; el cuento es magia verbal. Tal y como lo había iniciado en su anterior libro “Algo más” (2012), en “Hojas sueltas” practica una escritura de lo breve que va más allá del género del cuento, franquea sus límites y se embarca hacia una “terra incógnita” para afirmarse en una textualidad abierta y dinámica. Sus relatos breves son, insisto, textículos.
Sus cuentos no son cuentos “dominicanos” porque no tienen ese típico sabor local, ni se ambientan en escenarios locales. Ciertamente, Prida Busto no escribe sobre temas dominicanos. Sus ambientes surreales tienen poco arraigo en lo social y lo cultural, sus personajes, diálogos y situaciones no exploran el habla popular cotidiana, la jerga de hoy. Parecen no tener nada que ver con nuestra condición insular: nada de “dominicanidad”. Escribe en un castellano correcto, casi neutro, “estándar”, a ratos algo castizo.
Y, sin embargo, sus relatos no dejan de reflexionar sobre la condición humana en cualquier contexto. No es que postule una esencia intemporal e inmutable del ser humano; es que en su cosmos narrativo lo real aparece desplazado por lo surreal, la vigilia por el sueño, lo ordinario por lo fantástico. Su prosa es siempre intimista y existencial.
En el texto que intitula el libro, “Hojas sueltas”, el autor filosofa sobre la vida:
“¿La vida?
¿Eres tú, precisamente tú,
quien me cuestiona acerca de la vida?
Verás, ¿cómo te digo?
¿Lo prefieres de forma cruda, o adornada?
Si te digo que la vida
es pasearse con las manos en los bolsillos
mirando las vidrieras de las actuaciones cercanas,
¿me creerías?
Si te cuento que la vida
es el inframundo del espíritu,
¿me creerías?
Si te dejo saber que la vida
es una granizada de verdades
y un diluvio de ocultamientos,
¿me creerías?
Si me escuchas que la vida es polvo
y el polvo zarandeo
y vacío el zarandeo,
¿me creerías?
Si me oyes que nada puedes hacer
sino vivir o desistir
comer y beber
¿lo aceptarías como deber?
Si insistes en inquirir
la vida es una sucesión de hojas sueltas
que el tiempo se encarga de esparcir
en un remolino de desencuentros”
(pp. 112-113).
Un detalle estético-formal peculiar de la diagramación interior de “Hojas sueltas” es el diálogo que se establece en algunos relatos entre texto e imagen. Estos se hacen acompañar de imágenes visuales -fotografías, dibujos, pinturas- que ilustran la acción narrativa. Es el caso de “Tres brujas y una gotera”, “Penas y penas”, “El regalo de la abuela”, “La carga del otoño”, “El canto de las piedras”, “El círculo del absurdo”, “Se deslizó el tiempo en su piel”, “Los colores del cuadro”, “Los dedos de la vida” y “El bosque perdido”. La ilustración visual no es gratuita ni casual, tampoco mero adorno; obedece a la intención del autor de complementar con imágenes la lectura del texto.
“La vida tiene dedos.
De todos.
Las de unos más, menos las de otros.
La mía tiene siete.
Y de colores.
Cuatro blancos, a los lados.
Dos marrones, uno a cada costado.
Uno gris.
El mayor,
Viene arropado por cuatro blancos.
Los dos marrones luchan por acercársele.
Con intención de oscurecerlo más.
Los blancos lo impiden.
Tratan de aclarar al gris.
De hacerle brillar como la luz del sol.
La lucha fue encarnizada.
Aunque infructuosa.
La luz no pudo clarear el gris, y así continuó mi vida”
(“Los dedos de la vida”, pp. 148-149).
Prida Busto es autor de seis libros de ficción y cinco de fotografía, y coautor de cinco libros de filatelia y uno de numismática. En el año 1990 obtuvo el Premio Nacional de Literatura en género Cuento por su primer libro, “Huellas en la niebla”. Ha sido galardonado en concursos literarios nacionales e internacionales. Su libro “Algo más” ha sido traducido al idioma japonés, en versión privada limitada (hasta donde alcanza mi conocimiento, es uno de los escasos escritores dominicanos traducidos a esta lengua asiática).
Pese a todo ello, sigue siendo un escritor muy poco conocido en su propio país. Elusivo a la publicidad y el mercadeo, a eso que ahora se suele llamar “sonido”, no busca “brillar”. No figurea, ni suena, ni está en el medio, ni se apandilla, ni tiene grupo. Tiene algo de ermitaño, de tímido y huraño, de isleño solitario, alejado de contertulios y hasta reacio a presentar en público sus libros (este evento en Madrid sería una excepción en su carrera literaria). Plenamente consciente de su oficio, asume la escritura como vocación y camino en la vida. Escribe por vocación, por gusto, por el placer íntimo de contar historias y de compartirlas. Escribe para quedarse de algún modo en la memoria y la compañía de los otros, que somos nosotros, y así tal vez ser recordado. Ajeno a la exhibición mediática, le preocupa más el ser que el aparecer.
El narrador nato que es Prida Busto lo sabe y lo siente: mi ser y yo no somos nadie, y solo la escritura es, esa que surge de lo íntimo y lo hondo, de esa página en blanco que nos angustia y nos hace temblar como reto ineludible, como desafío vital, pero que también nos depara un goce infinito. Lo que creemos ser no es. Lo que solemos habitar, nos deshabita. No habitamos ni poseemos nada, ni siquiera los recuerdos, que son olvidos.
“la vida es una sucesión de hojas sueltas
que el tiempo se encarga de esparcir
en un remolino de desencuentros”
Y es justamente en este punto de la lucidez en donde la memoria se deshace, el ser desfallece y la oquedad se revela. Somos esa hojarasca esparcida por doquier, inútil e insustancial, ese adelantado otoño de la vida, ese crepúsculo desgarrado en Santo Domingo o Madrid. Como alguien ha escrito, somos el olvido que seremos.
Con “Hojas sueltas”, su sexto libro de relatos, Juan Manuel Prida Busto se nos revela como un narrador a carta cabal que sigue innovando y experimentando, asombrando y fascinando al lector desde el lenguaje, desde la escritura de lo breve, fabulando con fluidez y sobriedad lo surreal, lo onírico, lo fantástico y lo absurdo de este mundo.
Muchas gracias a todos por el tiempo y la paciencia, y al escritor Daniel Tejada por el favor de la lectura.