Por: Chiqui Vicioso
El pasado miércoles 20 a las 4:00 de la tarde, en la sala Hugo Tolentino Dipp, la Cámara de Diputados honró la vida y trayectoria de Fidelio Despradel, mi compañero de vida y esperanzas por los últimos 40 años.
Lo pienso y no lo creo: ¡40 años! y cuando trato de explicar por qué esta relación se ha mantenido, aclaro que tiene mucho que ver con el hecho de que compartimos los mismos ideales, de que luchamos por las mismas causas.
Me dije hace muchos años que he dividido a los hombres en dos grupos: los que piensan como yo y los que no existen, y aunque esto suena radical debo aclarar que es una fórmula segura para que una relación perdure, porque las mujeres tendemos a pensar que podemos cambiar a los hombres, y viceversa, con los que nos casamos y eso es una soberana pérdida de tiempo, energía en muchos casos de la vida.
No nos casamos para ser psiquiatras, ni psicólogos de nadie. Nos casamos para ser felices, para hacer la vida más llevadera.
Si uno piensa que cada vez que sale a la calle va a enfrentar las hostilidades del mundo, el ruido, las agresiones de todo tipo, imprudencias, vulgaridades, desidia, rabia, violencia, la casa de uno debe ser siempre un remanso de tranquilidad, de armonía, de paz, de sosiego, de pequeñas felicidades cotidianas, desde tomarse un café con leche por la mañana, viendo los barcos pasar hasta escuchar los pájaros o celebrar la última flor que no esperábamos.
Cada vez que veo a mis amigas empeñadas en una batalla sin fin por complacer a su esposo, con el temor de que otras, las amantes «se los quiten», les digo ¡déjenlos ir!.
Nada ni nadie puede obligar a otro a apreciarte y mucho menos otra mujer, a quien tu bienestar no tiene por qué importarle.
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Tengo como regla inviolable: expulsar de mi vida todo lo que altere o pueda alterar mi paz y eso incluye a parejas, supuestos amigos y familiares.
Por suerte me ha tocado un compañero que todos los días me da lecciones de humanidad.
Un hombre que como dice Manuel Salazar es «demasiado bueno para ser uno de nosotros», el «mejor de los izquierdistas».
No compite, nunca habla mal ni de sus peores enemigos y cuando uno le habla mal de otro aún se ruboriza, a los 85 años y dice ¨no pierdan su tiempo en eso¨.
Un hombre que es la gentileza, la generosidad, la ternura personificada.
Alguien a quien todo el mundo quiere abrazar, porque es asequible, a quien todo el mundo quiere contactar, porque escucha, para quien la lucha por un mejor destino para este país nada tiene que ver con enanismos, ni búsqueda de renombre, ni pequeños egos, o con lo que yo llamo el síndrome de los dueños de colmado.
A ese hombre vertical, valiente, serio, honesto a morir, desapegado de todo lo material, le rendiremos homenaje este miércoles 20 en el Congreso.