Por algunos signos positivos (pero no suficientes por cierto) se llega a decir que ya la democracia nacida tras la dictadura trujillista viste los pantalones largos de la madurez gracias a una prolongada estabilidad en los relevos del Poder; pero acaba de generase una notable agresión a la institucionalidad con las conductas finales de autoridades municipales recién desplazadas de sus cargos. Hirientemente hostiles a adversarios y a la comunidad sobre todo.
Notables y vergonzosas acumulaciones de desperdicios en descomposición en territorios edilicios remiten a una deserción prematura e irresponsable de velar por la higiene y el ornato urbanos en puntos del país. Pisotearon el sentido del deber de preservar condiciones ambientales saludables en cada ciudad. Revanchismos inaceptables que perjudicaron por igual a los electores que antes propiciaron el triunfo de los salientes, como a los que en buena lid llevaron nueva gente a las alcaldías y salas de regidores.
Hubo también la insolencia de ejecutivos en expiración de mandato que privaron de su presencia en los actos de formal entrega y rendición de cuentas a legítimos reemplazantes. Un gesto que expresa con grosería unas carencias de ecuanimidad y de aceptación a las formas y requisitos muy propios de los procedimientos democráticos. Por sus hechos los conoceréis. Una descortesía (como mínimo) que revela la falta de sentido de grandeza que debe primar en personas con vocaciones de Estado.