Por Amanda Castillo
Hoy que cada uno cuenta con «su haitiano» de amigo íntimo, compañero sentimental, de trabajo, estudio … también vemos la presencia de miles de “dominicanos”, descendientes de parejas binacionales, criados sin aprender creole, ni la historia de Haití – negándose a sí mismos, para ser «solo dominicanos».
Hoy que vemos los haitianos en todos los rincones de nuestras vidas y de nuestro territorio: en las calles disfrazados de esquimales, vendiendo bebidas refrescantes, compartiendo el empleo informal, fruteros y paleteras desplazándose en triciclos a contramarcha.
Mientras mujeres y niños mendigan y algunas prostitutas pasean, de la mano del hombre blanco, su prestancia por la calle El Conde, saturada de negocios que reflejan la riqueza de la artesanía haitiana.
Hoy cuando se debate la aceptación en los hospitales de parturientas haitianas, que superan con creces los partos de las nacionales. Las páginas deportivas citan la gloria de descendientes de braceros en el béisbol y las Olimpíadas.
Hoy finalmente hemos descubierto que, en medio siglo de vida democrática, el Estado dominicano y sus autoridades no hicieron nada para recibir de forma organizada un flujo migratorio persistente.
Necesidades del emigrante
Es necesario entender que la movilidad poblacional es un evento complejo y doloroso, que afecta al que se traslada, como al que lo recibe. Todo emigrante necesita un hábitat, trabajo, salud, servicios básicos: es un ser humano que busca lo necesario para sobrevivir en la sociedad que le acoja.
Debemos aceptar entonces que lo está sucediendo con la presencia haitiana lo hemos construido nosotros, más allá de la necesidad que puedan tener los haitianos de sobrevivir. Aquí se han dado las condiciones históricas laborales para que se queden, les hemos acogido.
No debe ser una tragedia que los haitianos sean nuestros vecinos, ni que las grandes potencias abandonen su responsabilidad frente a ellos y pretendan que asumamos el desafío de dar lo que no tenemos.
Lo que ha pasado lo hemos permitido nosotros, al no asumir la responsabilidad de poner límites a una población que no podemos, ni tenemos la capacidad, de absorber e integrar.
El problema de Haití no es solo de la República Dominicana
El presidente Luis Abinader, en su llamado a la comunidad internacional, ante la crisis que viven nuestros vecinos, parece tener claro que el problema de Haití no es solo de la República Dominicana, sino que es regional, internacional.
Y el Estado dominicano – junto a 30 organizaciones políticas – ha declarado que “no hay ni habrá en el futuro solución dominicana a los problemas de Haití”.
La medida ilustra cómo la voluntad política puede dar un giro a una situación postergada por años, colocándonos entre los Estados que están enfrentando con transparencia y profesionalismo el control de sus fronteras.
Interpretar la sociedad haitiana, con objetividad, es un ejercicio difícil de realizar, dado el desconocimiento que tenemos de su clase política y sociedad en general. Parece existir un resentimiento histórico hacia el dominicano – algo vivido por el Dr. Leonel Fernández, en pleno apogeo de sus relaciones con los grupos políticos haitianos.
“Fue humillado en dos ocasiones en ese país, tratado de manera indiferente en la primera visita oficial dominicana en 60 años. Emboscado y atacado a tiros en segunda ocasión, en la que debió salir por la puerta trasera del Palacio Presidencial, ante la protesta por su presencia allí”. (Periódico Hoy, 20 de agosto 2010).