Porque me dio el pueblo el poder, al pueblo vengo a devolver lo que le pertenece”. Es un fragmento del discurso que pronunció el coronel Caamaño en el teatro Leonor cuando renunció al mando en septiembre de 1965. Hugo Tolentino lo recita de memoria porque lo escribió él, como todos los que pronunció el líder de abril a partir de ese momento.
“Lo redacté el 16 de agosto”, recuerda sin hacer ostentación de esa pieza vibrante que de seguro estremeció a los presentes arrancando aplausos y vivas. “Ningún poder es legítimo si no es otorgado por el pueblo cuya voluntad soberana es fuente de todo mandato público. El tres de mayo de 1965 el Congreso Nacional me honró eligiéndome Presidente Constitucional de la República Dominicana. Solamente así podía aceptar tan alto cargo porque siempre he creído que el derecho a gobernar no puede emanar de nadie más que no sea el pueblo mismo”, continuaba.
El político, el historiador, el constitucionalista, el escritor, el revolucionario, el antiimperialista que era y es Hugo están reflejados en esa alocución memorable que el coronel, recuerda Tolentino, quiso enunciar en un escenario al que tuvieran acceso las masas. “Tenía que renunciar frente al pueblo”, exclama. En él se narra toda la historia de la guerra extendiendo la solidaridad hacia otros pueblos humillados por la superpotencia.
Habla de las negociaciones, del abandono de algunas conquistas, el arbitrario corredor de las tropas extranjeras que dividió la ciudad en dos y otras situaciones en las que los constitucionalistas debieron ceder frente a la imposición del intruso.
“No pudimos vencer, pero tampoco ser vencidos. La verdad auspiciada por nuestra causa fue la mayor fuerza y el mayor aliento para resistir. ¡Y resistimos!… Nosotros cedimos, es cierto, pero ellos, los invasores, tuvieron que ceder ante el espíritu revolucionario de nuestro pueblo”.
Asalto al Palacio. Hugo no solamente escribía los discursos del líder. Junto a Jottin Cury, Marcelino Vélez, Quique Acevedo Gautier y Rafael Calventi aconsejaba a Caamaño sobre decisiones a tomar, como por ejemplo, el Asalto al Palacio. Expresaron al presidente que este no era necesario para los fines de la guerra, pero él solamente los escuchó.
“El ataque fue muy triste y una gran pérdida para la revolución, Fernández Domínguez y Juan Miguel Román eran verdaderamente héroes”, significa.
Conoce interioridades de ese breve mandato, de la guerra, de otros actores, de radicales posiciones de la izquierda. Domina el escenario de la zona constitucionalista pues allí transcurrieron sus días después del asilo en casa de doña Gracita Díaz. Jottin Cury era el ministro de Relaciones Exteriores y Hugo y los demás compartían con él prácticamente un edificio en El Conde esquina “Sánchez”, encima de la “Casa López de Haro”. Los que residían en los demás apartamentos se habían mudado. Al equipo se sumaban Salvador Jorge Blanco y José Augusto Vega cuando entraban a la ciudad.
Casi todas las noches redactaban cables a la OEA y a la ONU informando de los ataques de los marines, reportando muertos y heridos.
Sobre Caamaño manifiesta que “fue un presidente sui generis en el sentido de que era militarmente combatiente”. Cuenta que se presentaba en los frentes cuando había tiroteos. Lo describe amable, con un gran sentido del humor, curioso “y sabía escuchar”. Era meticuloso, agrega, tenía sus archivos en orden y a esa organización, afirma, contribuyó grandemente Bonaparte Gautreaux.
Felizmente, Hugo pasó la contienda en la sede del gobierno pues por la zona de los contrarios aparecía su foto con una leyenda: “Pueblo dominicano, donde quiera que veas a este, es tu enemigo”.
Atrevimiento. El 28 de abril observó entrar las tropas norteamericanas y los tanques para hacer el corredor tras las persianas de la casa de doña Gracita, en la “Bolívar” esquina “Benito Monción”. Se fue a la ciudad intramuros. “Cometí el atrevimiento, pues no era un combatiente con armas en la mano, de irme a la zona norte y pasarme con Alfredito Conde Sturla y Justino José Del Orbe y fueron más de dos las experiencias que tuve en la osadía de provocar la ira de las tropas que nos rodeaban, sobre todo las norteamericanas”.
Conde y Del Orbe estaban integrados al comando del PSP y él era libre cuando esa área comenzó a ser tomada por el enemigo. Decidieron bajar a la zona colonial y Conde le recomendó quitarse el bigote cuestionando también la fina camisa italiana que llevaba. Entonces falsificaron cédulas, Hugo quedó de profesión mecánico y se llamó “Pedro Cestero”, Alfredo le dijo que nadie iba a creer que tuviera ese oficio.
Entre tiros bajaron por las cercanías del puente Duarte, ayudaron a una señora herida y cruzaron luego hacia la calle Duarte por entre un corredor de militares. “Cuando terminamos de pasar nos sentamos en el borde de la acera respirando hondo, bajo un aguacero”. Ahí se separaron y Tolentino fue a ponerse a disposición de Jottin Cury. La madre de Cury y la abuela de Tolentino, libanesas, estaban emparentadas.
Cuando el acta de rendición de mando de Caamaño estaba prácticamente elaborada y se sabía que la guerra llegaba a su fin, algunos izquierdistas discutían amablemente con Caamaño el tema de si se continuaría o se terminaba la guerra.
“En cierto modo, la revolución había cumplido sus fines evidenciando lo que era la conducta imperial de los Estados Unidos, pero ya la zona constitucionalista tenía dificultades en muchos sentidos, sobre todo el abastecimiento y además, quien manejaba la parte política era Juan Bosch y la decisión era ya firmar el acuerdo”, refiere. Y uno de los jóvenes marxistas dijo a Caamaño que lo que había que hacer era seguir combatiendo.
-Si eso es lo que creen todos ustedes prepárense, que mañana rompemos el cerco y hacemos la revolución en el país-, reaccionó el coronel.
Hugo considera triunfadora la revuelta y pírrica la ganancia norteamericana, “porque aquello fue una lección de hasta dónde puede llegar el miedo del poder, es decir, hasta donde el cálculo hecho bajo circunstancias subjetivas, como era la del dominio de la revolución por los comunistas, puede contribuir a una decisión como la de invadir a un país cuyo propósito era fundamental y exclusivamente la restauración del orden constitucional y la vuelta al poder, por consiguiente, de Juan Bosch”.
Insiste en que el imperio temía “que Santo Domingo se convirtiera en una Cuba”.
Añade, en otro orden, que el hecho de que geográficamente fuera pequeño el ámbito donde gobernaba Caamaño incidió para que los constitucionalistas estuviesen “penetrados profundamente de la idea de que ese movimiento tenía su presidente y de que aquella jornada era un episodio que formaba parte de la gran historia dominicana”.
Vivió momentos de exaltación, de miedo, de alegría, jocosos. “Aquello fue una vivencia plural en la que predominaba una identidad con los momentos más gloriosos de nuestras luchas nacionales”.
Los sucesos que se avecinaban para Hugo tras concluir la guerra no fueron, sin embargo, de calma. Sus luchas de entonces parecían no tener fin.