Hace exactamente cuatro años, con motivo del triunfo electoral del ingeniero Hipólito Mejía, publiqué un artículo periodístico con un título similar que no era más que un llamado a la mesura y al comedimiento a aquellos jóvenes que se mandaron a hacer los trajes para el ascenso al poder político el 16 de agosto del 2000.
Indudablemente que hubo funcionarios, algunos con experiencia de Estado, que durante todo el trayecto exhibieron cordura y humildad, pero lamentablemente hubo otros que se caracterizaron por los excesos, que pretendieron llevarse el mundo por delante y cometieron bellaquerías innecesarias en contra de sus adversarios y agredían, inclusive, permanentemente a sus propios compañeros que en la campaña anterior interna no estuvieron con el famoso PPH. El licenciado Hatuey De Camps, presidente del PRD, era constantemente irrespetado.
A la gravedad de una crisis económica, que se expresaba sobre todo con altos niveles de inflación en los artículos y los servicios que consume la gente, era contraproducente que algunos funcionarios del más alto nivel le sumen actitudes arrogantes y maltratos sistemáticos a determinados segmentos de la clase política nacional, sin excluir, naturalmente, a dirigentes de su propia organización.
De manera que al momento de establecer las causas objetivas que determinaron la apabullante derrota electoral del PPH hay que citar primeramente la carestía de la vida que golpeaba directamente a la población, pero también la división del PRD, el derrumbe del Partido Reformista (absorbido casi totalmente por el PLD) y, finalmente, la falta de cambio de funcionarios que hacían un flaco servicio a la imagen del gobierno.
Esos funcionarios no se dieron cuenta que todo lo que sube puede bajar y no recordaron experiencias anteriores de gobiernos que subieron con altos niveles de popularidad y al cabo de cierto tiempo, al descender del poder, fueron víctimas de las mismas humillaciones que ellos cometieron a sus adversarios políticos.
Esa lectura de lo que ha sido la historia política reciente, en lo que toca particularmente a los cambios de gobierno, sugiere el comedimiento, el equilibrio, la serenidad y la humildad, sin que ello implique evadir responsabilidad o hacerse de la «vista gorda» ante posibles actos dolosos cometidos en contra del erario, cuyos autores debían ser judicialmente procesados mediante expedientes bien sustentados y al margen de persecuciones políticas.
Y es que cualquier persecución en contra de funcionarios del PPH tiene que estar basada en hechos delictuosos comprobables, para que la misma no caiga en el descrédito y se interprete como «politiquería barata», con la que sólo se procura dañar imágenes y distraer a la opinión pública ante los graves problemas sociales y económicos que atraviesa el país.
Satisface, sin embargo, la prudencia y humildad mostrada por el doctor Leonel Fernández en este proceso post electoral, al echar a un lado las confrontaciones de campaña, extender un ramo de olivo a sus adversarios y declararse presidente de todos los dominicanos. Si se maneja en esa dirección podría lograr consenso con otros poderes públicos que no controla y con sectores diversos de la sociedad dominicana cuyo concurso y participación requiere para la anhelada gobernabilidad y la cristalización de los cambios que el país en su conjunto demanda.
La sociedad dominicana atraviesa por momentos muy difíciles, dada la gravedad de la crisis económica, pero si el doctor Fernández se maneja con inteligencia (y de hecho él es un hombre inteligente) podría encontrar mucho apoyo para enfrentar con éxito la problemática presente. Aunque el presidente electo solía poner de modelo su gestión de gobierno durante el período 1996-2000, en su discurso de la pasada campaña electoral, bien sabe que eso no es así y muchas medidas y proyectos implementados en ese gobierno debían de rectificarse.
Nuestro deseo es que el doctor Leonel Fernández realice un gobierno mucho mejor que el encabezado durante el último cuatrienio del pasado siglo, porque así se beneficia el país. Para ello, sin embargo, necesita de un equipo de hombres y mujeres que vaya al Estado a servir a la población y no de gente que se embriague con los famosos humos del poder y pierda (si es que lo tuvo) el concepto de la humildad.
Por suerte nuestra democracia se está consolidando cada vez más, gracias a la transparencia de los últimos procesos electorales, donde las nuevas circunstancias y la celosa vigilancia de observadores nacionales y extranjeros impiden el desconocimiento de la voluntad popular expresada en las urnas. Se está imponiendo, pues, la consigna de que «el que ganó, ganó y el que perdió, perdió.
Y para ganar, sobre todo si procura repetir en el poder, se requiere que se haya hecho bien o por lo menos bastante regular, porque contrariamente la población pasaría factura mediante el sufragio, que es el mecanismo por excelencia dentro de un sistema democrático como el que disfrutamos todos los dominicanos.
De ahí que esos jóvenes que tomarían la conducción del poder político a partir del próximo 16 de agosto tienen que exhibir adultez, serenidad, vocación de servicio, capacidad para la solución de los problemas, prudencia y humildad. Contrariamente estarían corriendo el mismo camino de muchos muchachos bellacos del PPH. Que se miren en ese espejo.