Ida y vuelta
Una crónica de Alanna Lockward

<STRONG>Ida y vuelta<BR></STRONG>Una crónica de Alanna Lockward

Pamplona-Puente La Reina / 23 Km
Martes 25 de julio

La parada obligatoria de esta jornada es el Alto del Perdón desde donde se disfruta un paisaje de un gris amarillento, pedregoso y seco a través de una escultura de metal recortado que bordea el horizonte con el perfil de un puñado de peregrinos. Como lo más difícil no es subir allí sino bajar, -deberían renombrar al sitio como la Bajada de la Penitencia- me propuse hacer una pausa mínima, tomar un par de fotos y continuar. Sólo hago fotos de mis pies, no te preocupes.

¿De dónde eres? Dominicana, pero vivo en Berlín. Se le cayó la quijada con descompuesta sinceridad. Imposible: un dominicano jamás haría el Camino de Santiago, tengo años viviendo por aquí y jamás he visto uno. ¿Te pasó algo tan grande: por qué estás haciendo el Camino? Me puso a escuchar una bachata muy original en su MP3 y ofreció llevarme hasta Puente La Reina en su auto, aunque por experiencia debería saber que un “verdadero” peregrino jamás aceptaría semejante cosa. Se dedicaba a promover un hotel y era, por supuesto, dominicano.

Para sobrevivir la “Bajada de la Penitencia” seguí las instrucciones de un peregrino muy deportista que al verme tambalear entre las piedras como un grillo en un río de vaselina se detuvo para ofrecerme sus dos palos de nordic-trekking (que decliné por falta de entrenamiento para usarlos) y me enseñó a bajar en zig-zag. Durante el resto del Camino perfeccioné esta técnica al punto de ofrecer asesoría a los necesitados y explicaciones a los escépticos para los que dicha maniobra multiplicaba por 3 la distancia entre mis rodillas y Santiago de Compostela.

En esta bajada hay que caminar inclinando el cuerpo hacia atrás, manteniendo constantemente la intimidad de los omóplatos, como hacíamos cuando niños para probar nuestro equilibrio sobre un tobogán, con la generacional diferencia de que a la inclinación inhumana de esta cuesta le fue concedido el muestrario más completo del reino mineral en cuestión de piedras. La presión insoportable de la mochila en la cintura, las ampollas, las tijeras amas de mi pierna izquierda y el sol divirtiéndose con sus amigotas las piedras me hacían llorar de puro dolor.

Llegué al refugio literalmente sollozando. Tres horas más tarde, después de un masaje con el entrenador del equipo vasco de fútbol lloré de agradecimiento en la capilla de los Hermanos Reparadores, encargados del albergue. Al final del servicio de oración en una característica capilla románica, severa y frugal pero iluminada magistralmente, un cura joven que hablaba con pasión de evangelista me lavó los pies y luego los besó.

idayvuelta@yahoo.com

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