La Iglesia Católica celebró solemnemente un acontecimiento inédito en los anales nacionales: la ordenación de tres obispos auxiliares, monseñores Jesús Castro Marte, Faustino Burgos Brisman y Ramón Benito Ángeles Fernández, en virtud del mandato apostólico del Papa Francisco.
Como afirmara el Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, monseñor Francisco Ozoria, ordenante principal de la histórica eucaristía, “desde que Dios hizo a este país nunca se había celebrado la ordenación de tres obispos”, y parodió el lema electoral del Presidente Danilo Medina, invitado especial, cuando jocosamente precisó: “estamos haciendo lo que nunca se había hecho”, causando hilaridad a la concurrencia que llenó el aforo del Club Sans Soucí, donde también estuvo el ex Presidente Hipólito Mejia.
Pero, encima de la ordenación de los prelados, tradición que se remonta a los albores de los evangelios hace más de 2000 años, la atmósfera se sentía enrarecida debido a la tragedia que desde principios de mes ha estremecido, entristecido y avergonzado al clero y feligreses: el homicidio cometido por el ahora ex presbítero Elvin Taveras Durán, preso preventivo tras confesar el asesinato por motivos sexuales del monaguillo Ferneli Carrión, cometido en la parroquia Santa Cecilia.
Sin mencionarlo, Monseñor Ozoria reconoció en la homilía los pecados y crímenes de algunos hijos de la Iglesia Católica, que son merecedores de toda condenación. “Es verdad” –puntualizó— “que ha habido casos de debilidades humanas, de infidelidades y pecados, todos siempre de lamentar y hasta de condenar”.
Creo, de mi parte, que estos nuevos obispos auxiliares, figuras eclesiásticas prestigiosas, servirán para estrechar la supervisión de muchos sacerdotes, quienes, ya ordenados, son abandonados a su suerte en las parroquias y quedan sometidos a todas las tentaciones de una sociedad que aceleradamente se descristianiza. Pero la Iglesia es un poder espiritual y moral.