¿Igualdad?

¿Igualdad?

La igualdad no es regla natural, sino la diversidad y por más que teóricamente  las sociedades aspiren a un equilibrio en derechos y deberes, se impone siempre en forma parcial o total algún tipo de diferencia. Las preguntas serían: ¿Cómo, cuándo y dónde?

Estoy convencido de que no es lo mismo hombre y mujer, blanco y negro, rico y pobre, gato y perro, isla y continente o río y océano. Sin embargo, parecen existir condiciones que, en forma forzosa e inequívoca nos hacen iguales. Veamos:

La sangre, cuyo color rojo brillante, su salida alarmante, su peso específico familiar y genético y el efecto mortal de su falta de circulación, son iguales para todos; el dolor, que se expresa en forma universal sin importar raza, sexo, riquezas, ideologías, ubicación geográfica o edad, con intensidad en el llanto proporcional al daño recibido; y por último, la muerte, inevitable inexorable y contundente, más enérgicamente igualitaria que el dolor.

Sangre, dolor y muerte nos hacen iguales en la desgracia, pero la historia recoge grandes derramamientos de sangre, abundante dolor y numerosas muertes en busca de la felicidad, porque la ambición, el egoísmo y la hipocresía de unos pocos los mueven a mantener sojuzgados a otros seres humanos.

La cárcel debería ser otro símbolo de la igualdad, pero lamentablemente, aún siendo supuesto instrumento de justicia, es afrenta degradante en sociedades como la nuestra, donde unos pocos disfrutan de encierros lujosos como Najayo y otros de prisiones deprimentes como La Victoria, diciendo al mundo que la pérdida de sangre, el dolor y la muerte que unos ocasionan a la sociedad no es igual a la que provocan otros y avergonzándonos internacionalmente. 

Publicaciones Relacionadas