Históricamente, el perfil de imagen pública de una empresa, una institución, una marca o una persona, se crea, se mantiene y se posiciona a partir de diferentes perspectivas. Por ejemplo, la imagen es un reflejo fiel de lo que se piensa, se decide, se hace y se dice. En cambio, otra forma de abordaje es la que se centra en priorizar los componentes tangibles que sirven de sustento al parecer. En pocas palabras, existe un enfoque que aborda la imagen desde la coherencia y consistencia entre el discurso y los hechos. Mientras que otra parte de la incongruencia deliberada entre el ser y el parecer. Este último, emplea acciones de la posverdad, la cual no es otra cosa que el reino de la mentira.
La imagen pública es una ventaja comparativa y un activo intangible de alto valor agregado para el buen desempeño de las empresas, las instituciones, las marcas y de las persona. Es además, el conjunto de todos los rasgos tangibles e intangibles, los cuales están presentes en todos los momentos, lugares y circunstanciarías. En esencia, la imagen es una síntesis del ser y el parecer de quienes la sustentan, específicamente en el pensamiento, en las percepciones, en las actitudes y en las opiniones de las audiencias. En la medida que las audiencias aprenden a realizar lecturas criticas de los mensajes, la imagen pública no podrá construirse a partir de mentiras, de ficción y de manipulación de las emociones humanas. La imagen pública sustentada en las mentiras y ficciones de la posverdad, solo sirve para generar reputación negativa.
Las empresas, instituciones, marcas y personas que pretenden crear, mantener y posicionar un perfil de imagen pública creíble y sostenible, tienen que mostrar coherencia entre lo que piensan, deciden, hacen y dicen. En estos tiempos, en los que la ciudadanía cuenta con diferentes medios para visibilizar las acciones derivadas de malas prácticas, la credibilidad de la imagen no es posible alcanzarla con actividades provenientes de la posverdad. Hoy, lograr que las audiencias crean en la imagen pública que proyectan las organizaciones y las personas que las dirigen, va más allá de difundir mentiras disfrazadas de verdad y de apelar a las emociones de las personas para que validen hechos, logros y estadísticas falsos.
En estos días, en los que muchos políticos, burócratas y servidores públicos han concluido sus labores en diferentes instituciones del Estado dominicano, se les observa muy apresurados por cerrar la brecha entre la imagen que construyeron y proyectaron durante sus respectivas administraciones y la que han de encontrar los nuevos gestores. Como se sabe, el perfil de imagen pública que exhiben muchas de las instituciones públicas, es el resultado de continuos, costosos, variados y deliberados esfuerzos provenientes de la posverdad. En este orden, el tiempo se encarga de develar las mentiras, las manipulaciones y otras malas prácticas empleadas para crear percepciones favorables en torno a hechos y eventos ficticios, pero que pareciesen ser reales.
Invertir tiempo y recursos en tratar de crear y posicionar una imagen pública positiva de una determinada causa o acción, a partir de estrategias y tácticas mediáticas e incongruentes con la realidad de los hechos que se pretenden legitimar y validar, solo servirán para generar más desconfianza e incredibilidad. Los que se valen de la posverdad para establecer y posicionar una imagen falsa de sus supuestos logros, lo hacen cuidando la estética y la visibilidad de los mensajes, así como apelando a las emociones y creencias de las personas, para que sean ellas las que validen con sus percepciones y sus opiniones, hechos, situaciones y ficciones que parecen ser reales. La relación entre las empresas, las instituciones, las marcas y los ciudadanos, no puede ser en base a una imagen pública hecha de mentiras y manipulaciones.
El uso de la posverdad como medio para construir un determinado perfil de imagen pública, es un atentado contra los principios éticos, una vil manipulación de las emociones de las audiencias huérfanas de criterios y argumentos para interpretar críticamente los contenidos de los mensajes, sin importar el medio empleado para su difusión. Como se ha dicho, la posverdad es un intento deliberado tendente a sustituir la realidad por la emoción, por creencias personales y ficciones disfrazadas de realidad.
La imagen pública sustentada en actividades resultantes de la posverdad, jamás podrá ser creíble en segmentos de audiencias con capacidad para analizar hechos que se ven y se sienten como verdaderos pero no se apoyan en la realidad. En definitiva, la imagen pública que añade valor es la que se crea, mantiene y posiciona a partir de la coherencia entre lo que piensan, deciden, hacen y dicen las empresas, las instituciones, las marcas y las personas. La imagen pública amparada en mentiras y manipulaciones de las emociones humanas, aniquila la reputación positiva y la confianza.