Una de las razones por las que el ciudadano de a pie rechaza, casi por reflejo, que lo castiguen con nuevos impuestos a través de una reforma fiscal o como quiera bautizarla el gobierno de turno, es la corrupción. Esa que nos acompaña desde los albores de la república, y que parece haber echado raíces profundas en una sociedad que aprendió a tolerarla.
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Paradójicamente, nadie le pone atención a los grandes juicios por corrupción que se ventilan en los tribunales de justicia, que nos han mostrado de qué manera miles de millones de pesos de dinero público, con los que se hubieran podido resolver muchísimos problemas en este pobre y jodido país, fueron a parar a los bolsillos sin fondo de los corruptos. Es probable que luego de cuatro años de aplazamientos, incidentes y reenvíos la población concluya que esa es también otra forma de impunidad, esta mucho mas perversa porque alienta las esperanzas de que habrá sanción para el flagelo, y por eso decide que para allá ni siquiera va a mirar.
Pero los procesos siguen ahí, caminando aunque sea al paso de una tortuga con reumatismo, y las cosas que nos siguen revelando todavía indignan y escandalizan. En la audiencia del pasado martes del Caso Coral, con el que se habría estafado al Estado con mas de 4,500 millones de pesos, uno de los imputados confesó que como “cabeza recolectora” de la red que operó en el CUSEP y el CESTUR a su cuenta bancaria llegaron mas de cien millones pesos que luego transfirió a su hermano, también imputado en el caso.
Cuando uno se pone a darle mente, insisto, a todo lo que pudo hacerse con ese dinero para mejorar los servicios públicos, lo que se conseguiría con la natimuerta reforma fiscal, entiende mejor porqué la corrupción es tan dañina, pero también porqué se niega a ser castigado con mas impuestos el ciudadano común, que simplemente razona que no hay ninguna garantía de que no se van a robar ese dinero y mucho menos que se castigará a los ladrones.