Incentivos, subsidios y externalidades

Incentivos, subsidios y externalidades

JOSÉ LUÍS ALEMÁN SJ
Antes de diferenciar entre estos estímulos económicos presentaré un marco general de crecimiento vía políticas de desarrollo basado en las enseñanzas de  un gran economista de Princeton, Albert Hirschmann. Allá por los sesenta presentó nuestro guía tres intuiciones básicas para ayudarnos a entender éxitos y fracasos de políticas de desarrollo.

En realidad más que de intuiciones debería hablar de lecciones aprendidas en años de experiencia en Colombia y en Brasil.

      Esas intuiciones resultados de la experiencia fueron: un tipo de comportamiento empresarial distinto del vigente en países desarrollados, conveniencia de un desarrollo desequilibrado y distinción entre eslabonamientos hacia delante o hacia atrás de inversiones iniciales no concluidas.

 a) La importancia para el desarrollo del espíritu empresarial era en aquellos tiempos más cercanos a Schumpeter el supuesto sine qua non de toda política económica exitosa. Hirschmann constató diferencias serias de espíritu empresarial en estudios comparativos entre   Colombia y Brasil de aquellos años, por una parte, y el norteamericano, por otra parte. El no era norteamericano sino alemán. Recién graduado en la Universidad de Trento del Tirol italiano emigró a Estados Unidos y dedicó varios años al estudio empírico de las políticas de países en vías de desarrollo. Fue invitado por el Banco Central de la República Dominicana  y así tuvimos un grupo de economistas dominicanos el gusto de intercambiar con él.

       Hirschmann formuló dos grandes conclusiones  sobre el espíritu empresarial del sector privado latinoamericano: necesitamos estímulos mucho mayores para invertir en el sector privado y cuando estos se dan corremos todos a producir el mismo producto final en vez de distribuirnos entre sus oportunidades directas  y las que ofrece la logística del suministro,  mantenimiento y mercadeo.

        La gran inversión pública necesita un estímulo distinto poco ligado a la productividad y a la rentabilidad y sí al volumen de protestas por falta de los gastos públicos requeridos para prevenir desastres, factor importante para  resultados electorales.

b) La poca propensión a la inversión privada y la falta de lógica rentable de la pública imposibilitan una política de desarrollo más o menos “equilibrada” estilo la postulada por la entonces  en boga planificación global propugnada en manuales marxistas. Sencillamente no había ni recursos ni financiación en la cuantía deseable. Lo importante era   que Estado y empresarios privados comenzasen inversiones importantes como grandes plantas energéticas que no contaban con líneas de transporte a los usuarios.

El mero hecho de contar con la inversión principal y de la evidente necesidad de complementarlas con líneas de transmisión aumentaba la propensión a invertir. En cuanto mayor y más compleja sea una inversión mayores dificultades pero en cuanto más cables sueltos y deficiencias tenga mayor la propensión a invertir en los muchos detalles que faltan. 

Moraleja: una estrategia inteligentemente desequilibrada de desarrollo resulta más fructífera que una de enormes dimensiones y complejidades bien calibradas. Lo importante es aumentar el número de inversionistas en muchas áreas complementarias.

     Obviamente la “mala” planificación desequilibrada genera además protestas públicas sobre lo mucho que falta lo que dinamiza las inversiones públicas.

c) El desequilibrio de las grandes inversiones tiene que ser inteligente para ser exitoso: inteligencia que descansa en un juicio acertado sobre cuáles pequeñas inversiones subsecuentes son más probables: las que aprovechan la gran inversión inicial basándose en la oferta que; esta produzca o las que  se apoyan en la demanda que de ellas hace la planta. El eslabonamiento como fruto de la oferta se llama  “hacia adelante”; como consecuencia de la demanda “hacia atrás”. La más conveniente provoca una disminución de la resistencia a la inversión.

     Por supuesto no faltaron numerosos estudios e incluso Seminarios Internacionales  en los setenta sobre las mejores secuencias de inversiones inconclusas.

     Este marco general puede ayudarnos a reflexionar sobre el tipo de incentivos  más apropiados en nuestra crisis de desarrollo. Sencillamente en muchos países en desarrollo por poca propensión al riesgo faltan recursos para incentivar las inversiones deseadas  pero mediante un manejo inteligente de inversiones incompletas (desequilibradas) podemos reducir el riesgo que limita nuestra baja propensión a invertir.

1. Tipos de incentivos.

     Buena parte de la política económica dominicana a partir de 1960 giró en torno a los incentivos necesarios para  desarrollar el país. Después de la guerra civil  se introdujo en el país un sistema de incentivos para el desarrollo de la industria, de la construcción   y algo más tardíamente  del turismo. Tampoco faltaron incentivos agrícolas aunque en esta área las luchas agrícolas coronadas por las leyes agrarias de 1973 limitaron su dinamismo.

a) Estos incentivos fueron fundamentalmente fiscales- exención de impuestos por largos períodos  para las empresas establecidas nacionales y extranjeras (zonas francas)- y financieros -préstamos FIDE e INFRATOUR, bajísimos intereses bancarios, dirigismo sectorial de préstamos.  En el lenguaje hirschmaniano diríamos que más que encaminarse estos incentivos a aumentar la propensión a invertir con fondos propios y crecientes  condiciones de mercado la solidificaron y la convirtieron en incremento a la preferencia por liquidez y al consumo de bienes muchas veces importados. Podíamos ganar mucho y consumir mucho con bajos riesgos de capital propio.

      Sabemos perfectamente que el doble error del sistema radicaba en la renovación  cuasi automática de los incentivos (las decisiones las tomaba una junta de empresarios distinguidos) lo que equivalía a un fuerte proteccionismo y en el debilitamiento del sistema fiscal, cambiario y bancario del país. Además el mercado nacional era demasiado pequeño para la producción rentable de muchos bienes.  Más que a mal diseño del sistema de incentivos tenemos que hablar de su mala administración de plazos y como consecuencia posterior de su inicuo papel en la distribución del ingreso en la doble versión de  creación de una   oligarquía cuasi empresarial de gran poder político y de una población trabajadora cuyos ingresos estaban limitados por el bajo valor agregado facilitado por el proteccionismo.

b) El modelo hubiera podido ser exitoso si hubiese seguido los pasos de la política de la industria naciente de Friedrich List en la Alemania de 1850. Enfrentada al extraordinario avance tecnológico inglés la nueva Alemania que estaba naciendo de la unión fiscal de los treinta pequeños estados de su otrora poderoso Imperio, tuvo que escoger entre un modelo de libre comercio abogado por Inglaterra que congelaba el estado de avance tecnológico y las ventajas naturales comparativas alemanas haciéndola exportadora de productos agropecuarios e importadora de maquinaria inglesa, un modelo proteccionista  que defendiese la producción artesanal, o un nuevo modelo de apertura industrial progresiva pero limitada por un período fijo de tiempo  en el cual Alemania desarrollase un sistema nacional de transporte y “educase industrialmente” a su población.

      Desde el punto de vista proteccionista el lema, y la realidad, fue permitir siempre la importación de productos industriales ingleses de alta tecnología y cada año en mayor proporción. Sin competencia sólo queda retraso El nuevo Estado central tendría que construir un sistema nacional de transporte, el anterior era ínter local, y el grueso de la población sería educada en escuelas vocacionales que uniesen teoría  y experiencia profesional. En pocas palabras los incentivos se condensaban en el fomento de dos grandes externalidades (ventajas no registrables en sus libros)  para las empresas (oferta de transporte nacional y de educación técnico- vocacional) y en un régimen de protección comercial orientado a una progresiva e inflexible apertura de sus fronteras.

c) Estos incentivos difieren de los empleados por nosotros y también de los propuestos por Hirschmann. Más parecidos son, en cambio, a los usados por los países emergentes de Asia con su peso en educación, tecnología, demanda pública y orientación al comercio exterior.

     Aunque de cada experiencia podamos deducir modalidades interesantes y apropiadas a nosotros  parece irrefutable la afirmación de que el cambio de los modos tecnológicos de producción demanda cautela para su importación.

    Pasemos a examinar el contenido de los reclamos por mayores incentivos de nuestros sectores productivos.

2. De qué incentivos se habla en República Dominicana

a)  No me parece que sea de incentivos institucionales ni de “externalidades” aquellos  de los que hablamos normalmente sino de subsidios a insumos, impuestos e intereses con el fin de disminuir  costos, si hablamos de subsidios a la producción de las empresas, o a precios de bienes de consumo final si nos referimos a subsidios de consumo como los del gas de cocina, la energía eléctrica y el transporte público.

     Nadie  en su sano juicio puede negar que generalmente estos subsidios obedecen a una finalidad deseable: aumentar el muchas veces escaso poder de compra de la población o evitar la quiebra de empresas que no pueden soportar la presión de mercados y el despido de los empleados en ellas. Fácil también resulta comprender que estos subsidios disminuyen la capacidad fiscal del Estado para ofrecer otros bienes quizás de mayor necesidad.

     En el lado negativo de la balanza contable  conviene no olvidar tampoco que los subsidios tanto para el consumo como sobre todo para la producción  facilitan vivir por un tiempo  más allá de las posibilidades reales y se convierten en inútiles cuando los consumidores renuncian al consumo de bienes y servicios de baja calidad. Llega entonces la hora del desempleo y de  la inflación.

     El conflicto entre la lógica económica (no sólo rentabilidad), la social (convivencia satisfactoria de los ciudadanos), la ética (derecho a una distribución justa de los recursos) y hasta la religiosa (responsabilidad  y sentido último de la existencia) tiene que ser enfrentado mediante el recurso al diálogo honesto y sincero entre los miembros de una sociedad orientados a hallar y practicar soluciones satisfactorias en todos esos campos.

Las abiertas campañas para reducir la lógica humana a la técnica económica resultan tan inadecuadas a la realidad como las cruzadas moralistas, sociales o religiosas. Sin mutua comprensión total viviremos según nos vaya como prisioneros de confianza o de peligro de quienes encarnen hoy una muy unilateral prioridad social.

     Confieso que veo con pesimismo el horizonte temporal de ese diálogo que no puede ser ni impuesto ni obligado. ¿Qué hacer mientras tanto?  Además de enfrentar al mayor número de personas con las ventajas y desventajas de la aplicación inmediatista de las recetas de cada lógica señalada, o sea de contribuir al diálogo interdisciplinar e ínter dimensional, lo que significa comprender mejor los anhelos y temores de los demás,  creo que los economistas debemos ser cautelosos en el diseño de incentivos para no echar leña al conflicto social que se alimenta de los privilegios otorgados a los empresarios y a la tensión e inseguridad laboral y societal.

     En ese contexto estimo que más que de subsidios fiscales y financieros a la producción y en última instancia a los empresarios deberíamos hablar de aumentar políticas de “externalidades” que beneficien a la vez a  empresarios, a empleados y a los ciudadanos todos.

3. Las externalidades económicas.

El aspecto antisocial de los subsidios a la producción se identifica popularmente, aunque no lo sea del todo, con preferencia a los ricos. A su vez los subsidios al consumo son criticados por los empresarios y grupos adláteres como desperdicio populista que nos obliga a movernos debajo  de la frontera posible  de producción.

Existen, afortunadamente, decenas de incentivos físicos, sociales e institucionales relativamente libres de  favoritismos económicos y populistas que pueden ser aumentados sin provocar agrias reacciones sociales.

a) Entre las externalidades físicas, muy útiles a las empresas pero también a la población en general, suelen enumerarse las facilidades de infraestructura en transporte, comunicación y energía. Un acceso rápido a puertos, aeropuertos y principales ciudades reduce los costos de las empresas desde las de más avanzada tecnología hasta las artesanales y disminuye el tiempo de viaje de los empleados y obreros.

Las inversiones en infraestructura energética son aún más importantes para el desarrollo de las empresas y el bienestar de la población.    

b) Otras externalidades de las que se hace frecuente mención en la literatura económica son las sociales (educación en todos sus niveles, salud, medio ambiente, seguridad social) que en primer lugar favorecen a la población menos afluente pero que también benefician la calidad técnica y humana  del personal requerido por empresas en competencia y aumentan la propensión de la población a invertir en proyectos riesgosos.

c) De importancia capital para el desarrollo económico se están revelando las “institucionales”: respeto a los derechos de propiedad, a los contratos y a las sentencias de los tribunales, uso eficiente y transparente del gasto público, equidad aduanal, trato económico igualitario para todos los ciudadanos sea cual sea su filiación política, observancia de las leyes y castigo a su violación,..

La importancia económica de estas externalidades institucionales descansa en la disminución de riegos imprevistos para la inversión y el comercio. En palabras de Hirschmann los incentivos institucionales aumentan la propensión a invertir disminuyendo el riesgo. Cada día más economistas se inclinan a creer que la admirable fortaleza de la economía norteamericana se debe tanto a la seguridad institucional que ofrece como a su nivel tecnológico. Casi todos los economistas creemos que el dominio de la arbitrariedad y de la discriminación en muchas decisiones político-económicas especialmente en los tribunales favorece no sólo el caos social  sino la falta de aliento económico de muchas economías latinoamericanas.

4. Conclusión

La amplitud del campo de externalidades es sustancialmente mayor que la de subsidios. Por razones de elemental justicia social no podemos prescindir de algunos subsidios al consumo.

Creo que sí podemos y debemos hacerlo en lo que a subsidios fiscales a la producción se refiere salvo caso de necesidad nacional (condonación de intereses a productores agrícolas).

La tarea “moral” del economista se centra más en el diseño de externalidades que favorezcan a todos los actores sociales y hagan del Estado servidor del bien común y no promotor de intereses propios o particulares.

La de los empresarios en renunciar a subsidios proteccionistas y pedir  políticas de externalidades para el más extendido bienestar económico de la sociedad.

Inversión

La poca propensión a la inversión privada y la falta de lógica rentable de la pública imposibilitan una política de desarrollo más o menos “equilibrada”.

 El desequilibrio de las grandes inversiones tiene que ser inteligente para ser exitoso: inteligencia que descansa en un juicio acertado sobre cuáles pequeñas inversiones subsecuentes son más probables.

Las inversiones en infraestructura energética son aún más importantes para el desarrollo de las empresas y el bienestar de la población.

Las abiertas campañas para reducir la lógica humana a la técnica económica resultan tan inadecuadas a la realidad como las cruzadas moralistas, sociales o religiosas. Sin mutua comprensión total viviremos según nos vaya como prisioneros de confianza o de peligro de quienes encarnen hoy una muy unilateral prioridad social.

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