BOGOTA, Colombia. Después de que el acuerdo de paz con las FARC sufriera una dura derrota en el referendo del domingo, los colombianos se preguntaban qué ocurrirá ahora en un país golpeado por la guerra, que al igual que Gran Bretaña tras su referendo sobre el Brexit no tiene un plan B para salvar un acuerdo que pretendía poner fin a medio siglo de violencia.
El efecto de la votación aún estaba por asimilarse. En lugar de ganar por el margen de dos contra uno que habían anunciado las encuestas, los partidarios del acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia perdieron por un estrecho margen, con un 49,8% de los votos frente al 50,2% de los que se oponían al acuerdo.
Tanto el presidente, Juan Manuel Santos, como los líderes de las FARC, que alcanzaron el pacto tras cuatro años de difíciles negociaciones, prometieron seguir trabajando, sin dar indicios de que quieran retomar una guerra en la que ya murieron 220.000 personas y 8 millones se vieron desplazadas. “No me rendiré, seguiré buscando la paz hasta el último minuto de mi mandato”, dijo Santos en un mensaje televisado en el que pidió calma.
Pro no estaba claro cómo puede el presidente, que ya es impopular, salvar el acuerdo tras la gran derrota política que ha sufrido. Por ahora ha ordenado a sus negociadores que regresen el lunes a Cuba para reunirse con los líderes de la guerrilla, que recibieron con incredulidad los resultados, tras encargar bebidas y puros de celebración en el Club Habana, uno de los clubes de playa más exclusivos de la isla. “Las FARC-EP lamentan profundamente que el poder destructivo de los que siembran odio y rencor hayan influido en la opinión de la población colombiana”, indicó a periodistas el máximo comandante de las FARC, conocido como Timochenko.
La derrota del gobierno fue aún más llamativa dado el enorme apoyo internacional al acuerdo, que Santos y Timochenko firmaron hace menos de una semana en una ceremonia a la que acudieron jefes de gobierno, el secretario de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry. Ante la incertidumbre, todos los ojos están sobre el antiguo jefe y principal rival de Santos: Álvaro Uribe, el poderoso expresidente que lideró la campaña de bases contra el acuerdo.
Uribe dio voz a millones de colombianos, muchos de ellos víctimas de las FARC como él, indignados por un acuerdo que permitía a los líderes rebeldes evitar el paso por prisión si confesaban sus crímenes, y que en cambio les reservaba escaños en el congreso, las dos cláusulas más polémicas del acuerdo de 297 páginas. Tras conocer los resultados, Uribe pidió “un gran pacto nacional” e insistió en “correctivos” que garanticen el respeto a la constitución, el respeto a la empresa privada y justicia sin impunidad.
En declaraciones preparadas desde su rancho a las afueras de Medellín, no concretó si trabajaría con Santos para intentar salvar el acuerdo. “Todo lo que tenían esos acuerdos era impunidades”, dijo Ricardo Bernal, de 60 años, que celebraba la victoria del “no” en un barrio de Bogotá donde se reunieron los contrarios al acuerdo. “Todos queremos la paz, pero con reajustes”.