¿Debe aceptarse social y legalmente y sin al menos alguna restricción el resonar de voces e instrumentos que en sus textos y melodías tenderían a promover el consumo de drogas, conductas violentas y prácticas sexuales irresponsables? Buscar respuesta cobra actualidad tras ponerse atención a posiciones asumidas por personalidades en un implícito debate en el que ha llegado a escucharse una especie de aceptación oficial a una controversial expresión musical vista en ocasiones como de negativa influencia sobre la sociedad y la juventud en particular.
Extrayendo conceptos del propio círculo artístico nacional pasa a conocerse la ecléctica línea que en un momento dado adoptaban Wilfrido Vargas y Ramón Orlando, quienes, según este último, entienden que el subgénero Urbano: «no es música sino entretenimiento sin precisar en qué momento una cosa está necesariamente separada de la otra. Y algo más:
El reconocido compositor y ejecutante de la música dominicana declaró anteriormente ante un entrevistador de televisión que para sostenerse en el gusto del público el género Urbano «tiene que ser violento, pornográfico y mala palabroso. Que invite al consumo de drogas para que se pegue. Y cuando los que cultivan esas manifestaciones sonoras tratan de apartarse de estos perfiles, pierden popularidad».
Ramón Orlando estima que el éxito de los intérpretes urbanos y de otras opciones consumidas por audiencias radiales y televisivas que se deleitan con ruidosos shows que invaden pantallas sin refinamientos y llenan conciertos tumultuosos reside en que resultan opciones de «tiempos malos para la gente» en alusión a las tensiones que abruman a muchas personas por la alta incidencia de los problemas económicos, el alto costo de la vida específicamente, las agresiones a la convivencia social y la inseguridad a causa de la delincuencia. Realidades enturbiadas difíciles de eludir por los humanos.
Es posible, sin embargo que los ritmos arrolladores de estos tiempos y las libertades que se toman sus autores para imprimir crudezas y agredir convencionalismos concedan razón a organizaciones sin fines de lucro preocupadas por el destino de la infancia y la juventud que han sostenido que hasta ahora se ha aprovechado muy poco en países como República Dominicana usar las canciones para que los estudiantes adquieran y comuniquen sus ideas sobre temas sociales contemporáneos y para que la música sea un instrumento didáctico y un medio atractivo para la transmisión de mensajes.
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La aceptación
Aunque a mediados del año anterior el 92% de ciudadanos consultados en una encuesta mediática estuvo de acuerdo con que la música urbana influye en la violencia de género como recién habían sostenido profesionales de la conducta bien conocidos, el sociólogo y folclorista Dagoberto Tejada ha asumido otra posición al describir la llamada «música de calle» como una expresión de protesta y resistencia con la que los jóvenes insistentemente buscan su identidad.
Ve a ese tipo de música como un refugio de los jóvenes que se sienten socialmente excluidos y con ella muestran inconformidad. Considera que existe un «falso puritanismo» de quienes reaccionan de manera negativa condenando las expresiones propias de la juventud. «Carecen de oportunidades, no tienen nada que buscar y es el único camino que tienen de mostrar su inconformidad con la sociedad actual». Habló con reverencia hacia las expresiones llamadas artísticas de los jóvenes y se abstuvo de condenar cualquier ritmo preferido por ellos.
Contemporizando con esta línea de pensamiento, al hablar a la prensa la antropóloga, articulista de HOY, Tahira Vargas ha desvinculado la música en específico de «los altos niveles de violencia que se registran en el país». Los conecta más bien con las precariedades que existen en el sistema educativo. «La violencia ha sido legitimada socialmente y no existe voluntad política para erradicarla».
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Al participar en un almuerzo del Grupo de Comunicaciones Corripio, Vargas opinó que «la música es una forma de expresar sentimientos, emociones y situaciones sin ningún objetivo político. La música tiene que ver con identidades (concretamente). Le estamos pidiendo cosas que no tiene como objetivo».
Al tratar el tema para medios de comunicación, el psiquiatra Secundino Palacios contradijo a quienes opinan que los géneros musicales de mucha aceptación entre jóvenes deben ser reprimidos. Prefiere labores de orientación para que los intérpretes «utilicen contenidos que induzcan al crecimiento humano, psicológico, social y emocional. Debe tener un mensaje de bien que les hagan mejores ciudadanos».
Ambivalencia
Carmen Imbert Brugal, articulista del periódico HOY y exmiembro de la judicatura y de la JCE, opinó recientemente que al describir en el 2022 como referente para la juventud dominicana al exponente del género urbano El Alfa, el ministro de Interior, Jesús Vásquez, validó al autor de letras que motivan el consumo de sustancias controladas, exaltan la violencia contra la mujer y el porte y tenencias de armas de fuego sin control en incentivo al homicidio.
Describió como «increíble pero cierto» que se escuchara al Poder pronunciando elogios al emisor de hits musicales favorables a consumos negativos que al mismo tiempo ha calificado a la educación como «algo inútil, innecesario». Y que mientras el referido cantante incurre en tales expresiones «la muchachada de los barrios es cautiva del fentanilo y está alelada por el consumo de cannabis». En su artículo citó un elocuente doble sentido en la producción musical de El Alfa con el que expresó un orgullo de supermacho: «soy el único que mata las mujeres pero las deja vivas».
Consideró que tras recurrir a la exaltación de un controversial intérprete urbano, «sería burlesco» que desde el Palacio se repitan discursos contra la violencia y se pronuncien más arengas en favor de la educación y la protección de la infancia y la adolescencia. Criticó que se trate de motivar a los jóvenes a ingresar a la Policía al tiempo de exaltar como arquetipo a un artista que invita en sus cantos a no escuchar consejos porque «la vida es mejor con efectivo, hookas y party».
Legado de Johnny
Antes de despedirse de esta vida y del respaldo entusiasta de su público, el exponente mayor del merengue, Johnny Ventura, llegó a culpar al narcotráfico de la destrucción de grandes orquestas del ritmo criollo por antonomasia con actos que habrían incluido «financiar la música urbana». En la ocasión llamó a las autoridades nacionales a proteger y defender las expresiones artísticas de la dominicanidad.
Entendía que el desplazamiento del auténtico merengue ponía en riesgo no solo la identidad de la nación sino la formación y desarrollo social y cultural de las nuevas generaciones, recordando que el merengue había sido reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Johnny sentía que con el avance de otros géneros estaba siendo extirpada de la radio la música auténticamente dominicana, continuamente calificada de «vieja», lo que a su juicio impedía el surgimiento de nuevos cultores sosteniendo que desde que el narcotráfico incursionaba en la difusión de música “nos hemos visto relegados, porque muchos no se prestan a ser punta de lanza de ese sector, por el daño que provoca en la juventud”.
Algunos textos sociológicos y antropológicos también reflejan la preocupación de círculos intelectuales de América Latina que describen a ritmos modernos como «promotores de la pérdida de los valores morales y personales con trasgresión de códigos sociales que incitan al sexo y convierten a la mujer en un instrumento sexual. El lenguaje de la calle, fuerte, chabacano, sin adornos, le ha permitido interactuar con las grandes masas».
Se hace notar que se trata de una penetración hacia todos los niveles sociales, culturales y de instrucción y que aunque no todas las piezas (incluyendo el reggaetón) tienen las peores características «debe hacerse notar que son estas las que más han arraigado en los consumidores por lo pegajoso de sus estribillos y del ritmo que los acompaña».
En un texto académico de reciente difusión se aseveraba que: «Resulta altamente significativa la popularidad que han alcanzado entre los jóvenes los temas más soeces y agresivos desde el punto de vista textual y la evidente carga de erotismo trabajada desde la perspectiva del doble sentido. Títulos plagados de marcadas alusiones sexuales han llegado a ser música cotidiana para un extenso sector».