Inflación y precio de los alimentos

Inflación y precio de los alimentos

Altagracia Paulino

Cuánto no daríamos por volver a ser niños, o jóvenes en mi caso, pero lamentablemente el tiempo es como un río que no retrocede en su viaje al mar. Esto ocurre con el precio de la comida, los estándares que ha impuesto la inflación no se devuelven, aquí ni en ninguna otra parte del universo.

Hay quienes se confunden cuando el Banco Central informa sobre el índice de precios al consumidor y sobre la baja de los niveles de inflación. Son cosas diferentes. El indicador que mide la inflación es diferente al que señala los precios al consumidor.

Para ser más claro, que baje la inflación no indica que bajen los precios de la canasta familiar que, en el caso de la República Dominicana, está cerca de los 50 mil pesos, lo que en dólares equivale a alrededor de mil dólares.

Un profesor de economía explica la inflación de forma gráfica: «un carro va a cien millas por hora, pero hace una parada y arranca a 80 millas. Los pasajeros que van en el vehículo no distinguen mucho la diferencia en la velocidad y, por tanto, esa acción no ha sido percibida y mucho menos que, por la reducción, haya descendido el precio del pasaje que pagaron para el viaje en el carro».

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Esto sucede con el precio de los alimentos. Según el Banco Central, la inflación ha disminuido, pero las personas que acuden a comprar comida sienten que algo está más caro o que los precios siguen igual que en enero, cuando sentimos grandemente el peso de las alzas.

A todo esto, hay que agregar que aproximadamente el 68 por ciento de los consumidores compra en los colmados, los cuales no tienen la posibilidad de adquirir grandes volúmenes y no pueden darse el lujo de vender «barato» o hacer «especiales» como en los supermercados.

Esta es una de las razones por las que los consumidores, sobre todo los de bajos ingresos, que son la mayoría, no entienden ni pueden entender la «baja de la inflación».

Pensar que el precio de los alimentos va a bajar es una utopía. Los niveles actuales se quedarán iguales hasta la próxima crisis. Es parte de la dinámica de la economía, más aún cuando el mundo entra en una recesión cíclica por diversas razones que sobra enumerar.

Lo cierto es que la pandemia del 2020 provocó cambios drásticos, y estos se reflejan en la crisis por la que atraviesan los grandes suplidores del mundo. La quiebra de cadenas de tiendas en Estados Unidos, la crisis de grandes supermercados en Europa, la escasez de alimentos que avizoran hambrunas según organismos como la FAO.

En este siglo XXI hemos visto cambios mundiales que se iniciaron en el 2001, cuando fueron derribadas las Torres Gemelas, en el 2008 con la crisis financiera que tambaleó la banca mundial, la crisis de los cereales en el 2010 y diez años después la pandemia del COVID.

Todo esto, sumado a la guerra en Ucrania, es para pensar que vivimos en un mundo revuelto en el que los consumidores pobres son los más vulnerables a la crisis actual. Prepararnos para sobrevivir es un mandato. Debemos sembrar alimentos en todos los niveles, desde la agricultura familiar hasta los huertos caseros, como la mejor forma de «abaratar» la comida y sortear los altos precios.