En el punto en el que se encuentra la crisis en el PLD, sin vuelta atrás luego de las primarias del pasado seis de octubre, el rechazo de 21 miembros del Comité Político a los alegatos de fraude del expresidente Leonel Fernández, y el consecuente espaldarazo al “candidato electo” Gonzalo Castillo, debería ser interpretado por el presidente del partido de gobierno como la señal definitiva de que debe recoger sus motetes y largarse con su música, y sus votos, a otra parte, pero nadie debe sorprenderse si lo hace dando un fuerte portazo ni que trate de hacer el mayor daño posible, antes de dar el gran salto, a sus compañeros y al partido que lo llevó tres veces a la Presidencia de la República. Tan difícil trance para un político al que, hasta ahora, le había salido todo bien, no solo le ha demostrado que perder en las primarias, contrario a lo que creía y proclamaba, era una hipótesis posible, sino que le ha hecho sufrir en carne propia las ingratitudes y deslealtades de la política, mucho más lacerantes y dolorosas cuando provienen de aquellos a los que alguna vez se favoreció con generosidad y complacencia. Es el caso de Felucho Jiménez, quien fuera su ministro de Turismo, que lo llamó payaso por ejercer su derecho a patalear su derrota, y Jaime David Fernández Mirabal, su Vicepresidente en su primer periodo de gobierno, quien en una impúdica exhibición de cinismo le reprochó que hoy se esté quejando de lo que ayer “nos parecían habilidades políticas”. No hace falta imaginarse en qué consisten esas “habilidades” que Jaime David invocó, en clave de complicidad, para disuadirlo de que entregue las armas y se rinda, pues la experiencia es más elocuente que la imaginación. Pero sí es necesario señalar que el comentario nos convence, vaya Leonel donde vaya, de que unos y otros son iguales, por lo que debemos mirar para otro lado si en el 2020 realmente queremos empezar a cambiar la política y a los políticos.