Se intensifica la frecuencia con la cual el wokismo -esa exacerbación de la corrección política- cae en el ridículo. No conformes con ver discriminación en todo, ahora vuelcan sus ansias justicieras al pasado aun a costa de deformarlo.
Ya hablamos sobre el inverosímil Napoleón dominado por Josefina que produjo la mirada feminista de Ridley Scott(ni los peores enemigos del Emperador de los franceses lo describieron así) y, en la misma película, la aparición anacrónica de un guardiamarina negro en un barco inglés varios años antes de la abolición de la esclavitud, quizás por el afán de cumplir con el cupo racial que quiere imponer Hollywood a las películas.
La sociedad de la nieve es la nueva versión cinematográfica de la tragedia de Los Andes, los jóvenes rugbiers uruguayos que sobrevivieron al accidente de su avión en la cordillera en 1972.
Un sitio español se hizo eco de unos raros cuestionamientos al film: “Otra de las críticas a la película ha sido por la casi ausencia de personajes femeninos (y el nulo papel de los que hay), y por la heterosexualidad de todos los personajes masculinos”.
No queda claro a quien culpan por la presunta misoginia y el racismo ídem de esta película: si al autor del libro del que el guión es una adaptación, al director o a la misma realidad.
En fin, una crítica que confirma que la perspectiva de género lleva al reduccionismo: como si sólo se activasen las neuronas detectoras de invisibilizaciones.
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Desde ya que La sociedad de la nieve no encaja en la pretensión de Hollywood de que sólo películas inclusivas y con diversidad racial o de género compitan por el Oscar: acá no hay cupo sexual ni afro que valga. Sin embargo, está postulada entre las 15 finalistas en la categoría de Mejor Película Extranjera. Todo un desafío.
El autor de la reseña citada, del sitio jenesaispop, se explica, o mejor dicho se ataja: “No es que haya que hacer una relectura forzando cosas para ‘representar’ y que quede woke”, dice, aunque eso es exactamente lo que está sugiriendo. Pero, agrega, “es cuanto menos curioso que, entre tantísimos tíos, NI UNO, aunque sea por pura estadística, sintiese algo más por otro de su equipo”.
El “tío” de la reseña sabe algo que en 50 años nadie reveló. Que había un cupo gay en el avión. Tenía que haberlo, sostiene, no se sabe en base a qué conocimiento, aunque aparentemente es estadístico el asunto. ¿Qué cupo correspondería a 16 muchachos? El artículo no lo dice.
Los sobrevivientes del vuelo chárter que cayó en la Cordillera de los Andes han hablado hasta el cansancio; algunos han hecho de eso casi una profesión, lo han transformado en mensaje, enseñanza, lección de vida. En fin, nunca dijeron lo que este “tío” tan despierto (tan woke) da por descontado.
En cuanto a las mujeres, es fácil. En la wikipedia está la lista de los pasajeros del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya y qué fue de cada uno de ellos. Los inspectores -o las inspectoras- de género pueden comprobar allí que de las 45 personas que viajaban en el chárter, sólo 5 eran mujeres. En los años 70, las mujeres no jugaban al rugby. Tranquilas, el feminismo actual se está encargando de poner fin a esta horrible discriminación.
Para voltear el patriarcado llegaron tarde, porque hace rato que éste no existe en estas latitudes. Sólo persiste en lugares del mundo en los que a las feministas no se les ocurre poner los pies. En cambio, pueden vanagloriarse de conquistas como el subsidio menstrual, jugar al fútbol, al rugby y boxear.
Volvamos a las pasajeras del avión uruguayo. Dos de ellas murieron en el accidente -una era la madre de Fernando Parrado- y una tercera durante la primera noche. Solo dos quedaron en el primer grupo de sobrevivientes. Una, gravemente herida, murió al 9° día, casi sin recuperar el conocimiento. Era la hermana de Parrado.
La quinta mujer (esposa de un empresario que se sumó al chárter) murió junto a otros siete pasajeros en el alud que cubrió los restos de la cabina del avión 17 días después del accidente.
Los jóvenes uruguayos permanecieron en el lugar del accidente 72 días en total.
El comentario citado no tiene asidero alguno. Es resultado de la moda de incluir -forzadamente- gays en todas las películas. No se entiende que no toda ausencia es invisibilización.
Hay otra frase muy significativa en esta reseña. El autor afirma que, “siendo una película que explora tan claramente la amistad masculina en condiciones extremas, parece que para algunas cosas no se ha ambientado en los 70, sino que se ha rodado en los 70″.
Esta es una de las características del cine actual: en todos los rodajes debe haber una cuota gay, feminista, étnica, aunque no tenga nada que ver con el tema tratado o la época representada. Más grave aún es que los personajes negros, gays o femeninos, cuando se trata de películas de época, actúan y hablan de un modo que no es acorde al tiempo que se pretende recrear. Guionistas y directores dotan a sus personajes de rasgos, pensamientos y actitudes del presente. Sin la menor preocupación por el anacronismo. Hay que bajar línea. Eso es lo principal.
Y si para eso hay que rehacer las películas (o reescribir los libros), adelante.
En marzo se estrena una nueva versión de Blancanieves, pasada por el filtro woke y por lo tanto depurada de los “horribles” rasgos de la versión tradicional de los hermanos Grimm: esa pavada del amor romántico no va. Ese sentimentalismo oculta abusos; hay que advertir a las niñas. El príncipe es básicamente un acosador que besa a Blancanieves sin su consentimiento y aprovechándose de que la joven está dormida.
No es broma.
La próxima adaptación del cuento es con actores de carne y hueso. La actriz protagonista, Rachel Zegler, dijo: “Ya no estamos en 1937. Blancanieves no será salvada por un príncipe, y no soñará con un gran amor sino con ser una líder”. Y remató: “Se nota que la versión original es de 1937, el acento está puesto en su historia de amor con un tipo que la acosa (sic). ¡Es horripilante!”
Esto no sucede sólo con Blancanieves. Samuel Fitoussi, autor de Woke fiction. Comment l’idéologie change nos films et nos séries (Cómo la ideología cambia nuestros films y series), libro editado en septiembre de 2023, afirma que las limitaciones que impone el wokismo a la creación no son compatibles con la producción de buenas películas.
“El wokismo ha empobrecido profundamente el universo Disney”, afirma. En sus nuevas versiones, dice, las heroínas de Disney, como Blancanieves, Wendy (Peter Pan) o Mulan, en vez de despertar fantasías en los niños, les bajan línea con un discurso de resentimiento.
“Los guionistas militantes -dijo Fitoussi en una entrevista con Causeur– llevan a la pantalla un mundo en el cual los personajes femeninos se convierten en hombres con pelo largo. En la última adaptación de Cenicienta, una princesa monta a caballo y lleva al príncipe sobre sus espaldas. En la nueva Peter Pan (que lleva el título paritario de Peter Pan y Wendy), Wendy combate a los hombres y triunfa gracias a su fuerza física, venciendo en choques de espada contra decenas de piratas a la vez”.
Fitoussi les toma el pelo a estos guionistas feministas diciendo que “Wendy podría haber vencido a sus enemigos usando la inteligencia y la astucia”, si lo que se quiere es reivindicar a la mujer, en vez de dotarla de una inverosímil fuerza física.
Los guiones actuales responden todos a un mismo molde: la protagonista exhibe desde el comienzo habilidades que le permiten enfrentarse a una sociedad misógina que le pone obstáculos.
Mientras que la Mulan de 1998 se disfrazaba de varón para entrar al ejército a defender a su país y, como era más pequeña y más débil que los demás reclutas, le costaba ganarse el reconocimiento de sus superiores, pero lo lograba compensando sus desventajas físicas con astucia e inteligencia, la Mulan de 2020 es de entrada la mejor guerrera de China y no necesita ganarse un respeto que se le debe desde el vamos. Los demás son los misóginos que la subestiman.
“En realidad, dice Fitoussi, la Mulan de 1998 era más inspiradora: enseñaba el poder de la auto superación y de la perseverancia. La de 2020 enseña las niñas que, si les cuesta alcanzar sus objetivos, es por culpa de la sociedad. Enseña una moral del resentimiento”.
En cuanto al amor, dice el ensayista, se actúa como si éste no fuese una dimensión fundamental de la condición humana, es relegado al plano de las intrigas, porque las heroínas deben ser mujeres fuertes e independientes que se realizan sin la ayuda de un hombre. “Demuestro en mi libro que la desaparición del amor heterosexual, sobre todo cuando es positivo antes que tóxico, es desgraciadamente una tendencia general en Hollywood”, afirma. O sea, si hay vínculos heterosexuales, que sean más bien negativos, dañinos.
Hay algo más negativo aun en las que el autor llama “ficciones woke”, y es que “describen a Occidente de un modo siempre muy negativo”. “Occidente -dice Fitoussi- sería fundamentalmente racista, homófobo y patriarcal; los negros, las mujeres y los homosexuales encuentran en él sin cesar obstáculos ligados a su identidad”.
Esto le parece muy perjudicial porque “es posible que, manteniendo un relato victimista, se esté alimentando la paranoia de millones de jóvenes, se los esté impulsando a filtrar la realidad para no ver en ella sino lo negativo, y a reemplazar la complejidad de las interacciones humanas por relaciones opresores-oprimidos y a detectar en cada una de sus decepciones individuales la confirmación de una injusticia ligada a una identidad comunitaria”.
Otro motivo que impulsa a los remakes de los clásicos de Disney es la idea de que un espectador solo se conmueve o identifica con un personaje si éste se le parece étnicamente. Por eso La Sirenita fue “racializada”, como se dice ahora.
Ni hablar de que se indignan los woke si un blanco hace el doblaje de la voz de un negro.
En marzo de 2021, se desató una polémica en Holanda cuando Marieke Lucas Rijneveld dijo que, por ser blanca, no estaba capacitada para traducir una poesía de la afroamericana Amanda Gorman.
De nuevo, no es broma.
Todo esto es resultado de la moda identitaria alimentada por usinas culturales y por la academia que no cesa de promover estudios sobre raza, término que hace unos años creíamos debía ser desterrado del vocabulario.
Se postula que solo una mujer puede entender o representar a una mujer, solo un afro a un afro, etc. Es la parcelación de la sociedad. Y de la humanidad entera. ¿Sabrá esta gente que muchos blancos lucharon contra el apartheid en Sudáfrica así como contra la segregación racial en EEUU? Porque no se trataba de un combate de una raza, sino de un combate de la humanidad.
En el fondo, traicionan el espíritu de la lucha de Martin Luther King por los derechos civiles. Su finalidad era establecer la igualdad de todos los estadounidenses, un solo pueblo con las mismas oportunidades y el mismo trato, sin que importase el origen étnico.
Si los chicos pueden identificarse con Bambi o con el Rey León, ¿por qué no podrían hacerlo con personajes que no tengan su color de piel?
En el fondo, este es un raro inclusivismo que en vez de promover la integración de la sociedad apunta a su fragmentación.
En palabras de Fitoussi: “El riesgo es que el wokismo transforme características biológicas en diferencias insuperables, cultive y alimente las identidades particulares antes que el sentimiento de pertenencia a una humanidad común”.