A una profundidad de la que no quiero emerger, envuelta en un halo de silencio y misterio, siento la imperiosa necesidad de tocar fondo, el más profundo de todos los fondos
La soledad que no quiero soltar, la placidez de la que no quiero salir y el aire que no quiero agotar. La flotabilidad que no quiero perder y el deseo de mutar, de camuflarme como pez Piedra, vestida de coral, de esponja violácea, de arena plateada.
Mutar como barracuda, con dientes afilados para defenderme cuando quieran llevarme a la superficie; como una morena verde, amenazante, expectante y sinuosa; como medusa transparente, gelatinosa y urticante. Convertirme en masa de agua; en las fauces de un farallón, o en un caballito de mar, inofensivo y minúsculo. En estrella, almeja o camarón. Como decida el mar, con tal de quedarme el tiempo necesario para descubrir de quién es ese grito ronco y quejumbroso que rompe el silencio.
Insondable mar, ¿quién hace este sonido gutural? ¿Qué le apremia? ¿A quién llama? ¿Es placer o dolor? ¿Es hambre o sueño? ¿Abulia quizás? ¿Dónde se esconde? ¿Tiene aletas? ¿Escamas? La tortuga que abraza.
Hablemos de ella, de la tortuga que se acerca despacio, curiosa y abraza con tierna calma. Literalmente levanta sus brazos cortitos y los cierra a tu alrededor. Estarse quieto, aguantando la respiración para no asustarla y alejarla. Ella, a cambio, mira sigilosa y circunspecta. Suelen ser tan indiferentes, tan ensimismadas, tan displicentes, que esta dulce cercanía asombra y aboba.
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Volvemos en busca de la tortuga a Karpata, uno de los puntos de buceo más exquisitos de Bonaire, una suerte de paraíso para los buzos. Otras dos tortugas se dejarán ver, pero se retirarán rápido a su mundo. Ninguna como la tortuga que abraza.
Mar de ángeles y loros
La vida marina en Bonaire transcurre entre ángeles y loros de dimensiones admirables. A los pies del muelle, entre los dedos de la costa, a un click de cámara, los peces ángeles convierten sus volteretas en divina locura.
Sorprende el ruido que provocan los loros al morder el coral duro. Concentrados en rasgar repetidamente el arrecife coralino, rompen el silencio del mar con sus mordidas tremebundas. Miran furtivamente y después se ríen con su hilera de dientes perfectos.
Acostumbrada a la pequeñez de los peces loros en aguas dominicanas, estos de Bonaire me parecen mentira. La visibilidad perfecta hace perfectos sus colores brillantes. Se ven felices, libres y saludables vestidos de verde cotorra. No se espantan como los nuestros. No se sienten agredidos. Nadan a piernas sueltas porque saben que los dejarán vivir.
Invitado de lujo
Antes de ir a dormir toca mirar el mar. Escrutar sus destellos, ahondar sus misterios, entender sus silencios, acomodar la mirada en su oscuridad. Soltarse y confiar.
Mirar al cielo en busca de un pedazo de luna. Mirar el mar y adivinar quién va y viene rompiendo el agua en un rítmico andar. Descubre adrede una pequeña aleta plateada que equilibra su masa larga. Ni tan larga ni tan masa. No es un tiburón. Es un tarpón o sábalo real al que nunca había visto. Acostumbrados a seguir la luz de faroles, los tarpones acompañan a los buzos en sus inmersiones nocturnas para asegurarse el éxito de su ambrosía marina.
No atacan. La mansedumbre de los tarpones de Bonaire es garantía para los buzos iluminados de Santo Domingo.
Comer, dormir y bucear
A esta triada deliciosa se ha reducido nuestra semana en la isla. Todo se nos antoja familiar, como si lleváramos la vida entera viviendo a este ritmo. Comer, dormir y bucear. A tal punto llega la desconexión.
Buddy’s Reef, el primer punto de buceo frente a mi nariz, en el muelle del propio hotel, se ha dejado atrás. Bastó explorarlo y admirar su impresionante vivero de corales para arrancar con los buceos nocturnos y hacer las pruebas de sidemount y reabreather.
Mapa en mano, los buzos nos ponemos de acuerdo e iniciamos las primeras pruebas fuera del circuito hotelero. Hambrientos de mar y aventura sorteamos las alfombras de piedras filosas. Nada que nos asombre salvo la estilizada serpiente de mar que enfundada en su curioso vestido gris de puntos blancos se empeña en enredarse a nuestros pies.
Maravillosos puntos de buceo: Boca Di Tolo, Andrea Uno, Invisibles, Karpata, Salt Pier, Hilma Hooker, Beri’s Reef y White Slave. Un sol que se levanta y un sol que se acuesta. Un sábado de ida y vuelta a la blanca montaña de sal siguiendo la carretera larga, estrecha y recta en la pequeña Bonaire. Una tarde que muere y una noche que nace. Un sueño trunco, un vuelo al alba y una despedida nostálgica.