Entre los firmantes de la aberrante petición de interrumpir el orden constitucional mediante la renuncia del Presidente Danilo Medina, sugiriendo la conformación de un gobierno transicional y nuevos comicios con asamblea constituyente, hay una figura prominente que estudió literatura en La Habana y procreó familia en Cuba, quien jamás se ha atrevido a criticar o pedir el cambio del modelo político cubano, ni mucho menos a reclamar la renuncia del liderazgo castrista que conduce uno de los peores regímenes totalitarios que aún existen en el mundo.
Porque el denominador común que engarza a los suscribientes del absurdo manifiesto golpista es el extremismo ideológico marxista, escudado tras la marcha verde y aprovechador del amplio clima de libertades democráticas prevalecientes en la República Dominicana para propagar sus ideas desfasadas; la mayoría de ellos se vincula orgánicamente a grupos opositores de la más baja ralea, fungen de articulistas y hablantes de la tele, pero su aspiración ultima, según han confesado, es sacarle partido al lacerante caso de los sobornos de Odebrecht para derrocar al gobierno.
La suerte es que, a pesar de los avatares pasados y presentes, en el liderazgo político, empresarial, religioso, profesional, social y sindical prevalece la sensatez, haciendo caso omiso a una propuesta golpista que rápidamente ha sido colocada en el zafacón de la historia por trastornadora del orden institucional y la más descabellada de los últimos años, suscrita por individuos fanatizados, algunos de los cuales otrora hicieron aportaciones a la lucha democrática.
La nación está saliendo airosa e incólume de la corrupción de Odebrecht, a pesar de que esa podredumbre ha tocado a figuras destacadas del gobierno y del partido oficial.