El Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, ha denunciado las negociaciones del P5+1, los cinco miembros permanentes de la ONU –Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido, más Alemania- y el gobierno de Teherán, sobre el programa nuclear iraní, como una mala y peligrosa transacción que asegura el cese total de las sanciones al régimen de los ayatolás, pues permitirá a Irán desarrollar sus capacidades nucleares.
El entendimiento al cual han arribado los firmantes en Lausana, Suiza, supone que conducirá en junio a la firma de un acuerdo definitivo que, según el Presidente Barack Obama, “priva de toda posibilidad” a Irán para que desarrolle un arma nuclear y se establece el sistema de inspección más intrusivo de la historia. “Si Irán hace trampa”, dijo el mandatario estadounidense, “el mundo lo sabrá”.
Pero al margen del optimismo diplomático, está claro que Israel tiene sobradas razones para oponerse al pacto de referencia, pues se trata de Irán, su archienemigo regional, que desconoce el derecho a existir del Estado hebreo y aboga abiertamente por su aniquilación total. Ningún país quisiera ver a su enemigo cercano dotado de la capacidad para acceder a la fabricación de la bomba nuclear. Este aspecto fundamental para la paz en Medio Oriente y el mundo no ha sido tomado en cuenta por los países miembros permanentes de la ONU.
Netanyahu, quien habló ante el Senado de EU para exponer tal peligro, estima que el acuerdo no bloqueará el acceso iraní a la bomba atómica y, en cambio, allanará su camino para alcanzarla a corto plazo, incrementando el riesgo de una proliferación nuclear y el peligro de guerra en la región. Los países sunitas, Arabia Saudita, Egipto, Jordania y Emiratos Árabes del Golfo, han expresado sus temores en términos similares. Israel tiene razón.