Jaime González Colson: Gran Capitán de la Plástica Nacional

Jaime González Colson: Gran Capitán de la Plástica Nacional

Colson, engendro híbrido de la madre patria y de lejanas tierras nórdicas, vio sus primeras luces al pie de la imponente Isabel de Torres, que, con su manto de sombras, bañaba en las frescas tardes su querida Puerto Plata.

Colson; figura cimera y Gran Capitán de la estelar contingencia de heroicos militantes en la fecunda faena de hacer y conjugar lo bello para asombro y deleite de los ojos del mundo.
Jaime; magnética figura, abanderado del rugiente grito de la modernidad, insurrecto, valiente y atrevido creador de un arte innovador cargado de peligros formales y de una estética con raíces y andares de otros cielos lejanos.

Montmartre, Montparnasse y Barcelona fueron asilos itinerantes y guaridas de paso, donde acrisolaba su saber y su traumático conocimiento para la forja de un personal estilo; fue su cara conquista y su final destino.

Nuestro Gran Capitán ordenaba infinidad de formas en su íntima convicción de ciencia y arte, que su espíritu creador, demandaban organizadas estructuras de firme certeza, abrazada a la frágil ternura que anida casi siempre con la belleza.

De lo que lucía ser una cierta y frágil aventura, poco a poco, paso a paso, como por magia del arte, se fue transformando en una verdad cierta, espléndida y real.

En su constante inquietud de transitar por diferentes caminos, de otros conceptos, de búsqueda de nuevos incentivos en el quehacer creativo, Colson es un ansioso ser, receptáculo de todos los influyentes movimientos que van moldeando su estrategia de artista pintor.

Las innovaciones plásticas de la época: Expresionismo, Futurismo, Neoclasicismo y Cubismo, fueron terreno fértil donde Colson, embriagado de formas, colores y conceptos diferentes, volcó toda su capacidad transformadora, en un mágico embrujo de nuevas formas que tamizadas por la personal visión de recrear las cosas, la lejana ilusión de Derain, Marinelli, Picasso, Braque, Del Chierico, acrisoladas en su alma de pintor, fueron detonantes y estímulo del renacer de un nuevo sentir, de un nuevo creador, de una nueva forma de ensamblar los distintos estadios del pensamiento de un artista, del renacer puro, auténtico y genial, del renacer de Jaime Colson.

Conocí a Jaime Colson González en el correr de los años de la década del 60. Eran nuevos tiempos: tiempos de la dignidad, del amar, de la inquietud. Tiempos convulsos, tiempos de nuevos quehaceres, tiempos de lucha y esperanza, tiempos de arte, cultura y guerra. Tiempos donde la luna llena no se escapaba del cielo y la aurora era clara y risueña.

Tiempos de muchachas simples de cabezas soñadoras, tiempos de utopías, de realizaciones, tiempos de insurrectos, tiempos de Fidel, el Che y Manolo. Fueron tiempos que se confinaron para siempre, que se refugiaron en lo más íntimo de mi sentir; inolvidables tiempos que jamás olvidaré; jamás.


Entré por la puerta grande a la casa taller de Colson, pues quien me conduce a conocer a Jaime, es nada más y nada menos que mi caro amigo, el pintor Ramírez Conde, que resultó ser el más avanzado y preferido alumno del maestro. Después de un cordial saludo, me impresionó la figura de Colson. Fuerte de contextura, frente amplia con entradas profundas y lo más intrigante era su voz.

De hablar pausado, con un timbre grave y varonil, que le otorgaba la sensación doctoral que él manejaba a la perfección. Pude reconocer algunos de sus alumnos que pacientemente escuchaban sus clases teóricas y prácticas con el más inquieto interés. Entre ellos estaban: Said Musa, Norberto Santana, Domingo Liz y Virgilio Méndez, los cuales, al pasar el tiempo, conformarían la nueva generación de la pintura en nuestro país.


En las amenas charlas, que de cuando en vez, sosteníamos, Colson decía con marcada nostalgia,de sus andanzas y su bohemia con amigos artistas de la Escuela de París.
Discutían sobre temas implicados con el arte y la práctica, sobre sus miserias económicas; desde la prima noche hasta el amanecer; todo este ambiente acompañado de generosas porciones de ajenjo y tabaco negro.


Fue gran amigo y compañero de taller del gran pintor y muralista mejicano Diego Rivera. Colson tenía palabras de elogio para él. Decía de su gran formación académica y de su quehacer de artista, además de su orgullo y dignidad de ser mejicano.
Nuestro artista admiraba febrilmente a un gran pintor italiano que la vida no le permitió conocer; AmedeoModigliani.

Él decía con todo el atrevimiento, que ni los más sabios genios del Renacimiento, ni los sutiles pintores del Barroco, pudieron conseguir la voluptuosidad, la terneza y la sensualidad que Modigliani impregnaba a la piel de sus desnudos femeninos.
Colson retorna a su país en el año 1950 y desde su llegada, al exponer por vez primera,fracturó en dos la historia de la plástica dominicana.

Su forma diferente de pintar, la óptica como disponía el color y la línea, la avanzada concepción de distribuir los elementos compositivos y la atrevida gestión de trastocar el sentido del tema, determinaron de una manera precisa, que realmente algo hermoso y trascendente había sucedido: no cabía dudas, había un antes y un después de Colson.

Todos nos pusimos a la expectativa de qué pasaría con el devenir del tiempo, con la atractiva figura de un lejano ausente que decidió volver para quedarse. El resto ha sido historia sabida.


Bodegones informales con remembranza cubista, compuestos con elementos tradicionales trastocados en su forma, líneas negras y gruesas que aprisionan el formato, carga cromática de pardos, tierras de Siena y de Sevilla, verdes y rojos chinos sucios, ocres y azules virginales, dotaban a la intención del artista, de una espléndida gama cromática de factura única y diferente. Es una alegoría a lo extraño, a lo innovador, a la modernidad.


Ocres y tierras de Siena, casi ocultas por luminosas veladuras de un tierno carmín, terso y trasparente, modelan, dan forma a entonados volúmenes, agraciados perfiles, candorosas mejillas, ojos con el grato sueño que vigilan sus negras pestañas, rostros con alma y estirpe de lejanas tierra; fina línea de un dibujo grácil que aprisiona tanta belleza y tanta ternura; es el milagro de la creación, es el mágico aroma de una fresca rosa de abril, es presencia magnífica del apacible milagro de una Diosa Neoclásica.


Rostros firmes de mirada insinuante con ajeno parecido formal, retratos configurados con la ruda presencia expresionista, distra cción y acomodamiento a voluntad de formas y actitud. Distraída presencia de realismo, con ninguna intención de realizar el retrato partiendo del modelo físico; esa opción que no interesa al artista. Hay otros factores, otros elementos que lo abastecen para un verdadero parecido: temperamento, carácter, actitud, profundo sentir, profundo pensar; ese es el verdadero retrato.

Condiciones que no envejecen, que no caducan, permanentes, consignadas de por vida y para siempre como asidero de su personalidad; ese es el retrato, no hay otro; decíaColson.
Jaime Colson reciclaba hoy en su quehacer regio, ilustrado y cierto, todo el acontecer histórico de un siglo de arte de vanguardia.
Se nos muere el Gran Capitán, veinticinco años después de haber sembrado en la más fértil tierra que lo vio nacer: su modernidad.

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