Durante las casi seis décadas transcurridas tras la decapitación de la tiranía trujillista, el pueblo dominicano ha concurrido a las urnas para elegir sus autoridades en 18 ocasiones sucesivas. Y lo ha hecho con temor, puntualidad y determinación.
Hemos votado en procesos que concluyeron siendo sucios y descaradamente fraudulentos; hemos actuado en medio de inverosímiles circunstancias históricas, como la intervención militar extranjera, la abstención de la oposición, desafiando la represión y la intimidación castrenses, bajo la sombra de la injerencia foránea, viviendo fuertes y prolongadas crisis postelectorales y, finalmente, produciendo elecciones limpias y democráticas reconocidas por la comunidad internacional.
En el curso de más de medio siglo de certámenes cívicos ininterrumpidos, con los cuales hemos superado a muchos países de América Latina, la credibilidad en el árbitro supremo –la Junta Central Electoral- ha sido puesta en entredicho, principalmente cuando determinados sectores se sienten derrotados o en desventaja competitiva, y el padrón electoral ha protagonizado esa desconfianza.
Para garantizar la pulcritud del actual proceso, la JCE contrató a la reconocida firma Latinobarómetro de las Américas para que auditara el padrón electoral, contentivo de más de 6.0 millones de electores aptos para el sufragio de hoy.
La directora ejecutiva, Marta Lagos, ha asegurado que el padrón electoral figura entre los mejores de América Latina, pues el 100% de las personas que mostró la cédula, está inscrita en el mismo.
“Cuando evaluamos a países de América Latina lo que una espera es que va a encontrar muchas imperfecciones, pero aquí ha sido todo lo contrario. Hemos hallado un padrón casi perfecto”. Un padrón casi perfecto es la garantía fundamental para que el proceso culmine limpiamente. Que el conteo sea manual o electrónico, refleja el debate entre lo análogo y digital, atraso y modernidad.