POR MIGUEL D. MENA
Los recuerdos sobre Jean-Louis Jorge siempre se me agolpan. Fue un pre y post chico Almodóvar. Ha sido el cineasta más importante que hayamos tenido, el realizador con más continuidad en la calidad, exigencia, ese poner la piel que no es tan fácil en un medio dado a la facilonería de la comedia o lo lacrimógeno.
Primero me vienen a la memoria sus dos largometrajes, «La serpiente de la luna de los piratas» (1973), donde lo fue todo: productor, editor, director y guionista, y «Melodrama» (1976), donde sólo tendría los dos últimos puestos.
Quien pudo haber desarrollado una espléndida carrera en la loca California de los años 70 o en el París aún más atrevido de los mismos años, prefirió compartir con nosotros su creatividad.
Aunque no debió haber sido fácil saltar de aquellas grandes capitales a la nuestra, su cibaeñismo medular y su pasión creativa, lo llevó a retomarle el ritmo a este su país natal.
En Radiotelevisión Dominicana me convertí en su asistente y guionista. De los textos que recuerdo escribí para él y que todavía se pasaban por la radiotelevisora oficial hasta el primer lustro de los 90, pienso en una animación donde se presentaba el ajusticiamiento del dictador Trujillo, y en un especial sobre los nacimientos de Prats Ventós –que todavía se exhiben en la Catedral Primada-.
Lo primero en captar Jean-Louis en nuestro medio fue la gracia del kitsch, y la figura de Vickiana como la gran diva de la feminidad insular.
El mundo de oropel y de Moulin Rouge en su mundo de divas se combinaban con las niñas dulces y medalaganarias, con la perfección en la fotografía y la precisión en la edición. Un día se convirtió incluso en el chofer de Betty Misiego, pareciéndose en ese rol más a un coronel retirado del Imperio británico que al fiel servidor de la cantante venezolana.
Atrás quedó el cine. De RTVD Jean-Louis Jorge pasó a Teleantillas. Los fines de semana ya eran suyos. Aquellos escenarios satinados y rellenos de culebrillas y confetis a veces se dejaban descarnados porque ahí está el Pachá y esos brincos que no cejaban, el Mayimbe dominando los glóbulos rojos y la respiración de las hormigas, las noches del Casandra haciendo explotar hasta a las tortugas de puro nerviosismo.
Nadie como Jean-Louis supo explorar, presentar y dar testimonio de este sustrato kitsch del buen dominicano. Nacido en una tradicional familia santiaguera, en 1947, con seguridad que hubiera sido un buen médico, tal vez no cardiólogo como su padre, el doctor Salomón Jorge, todo un ícono de la ciencia y amor al arte. Pero no. Su alma siempre fue muy creativa, díscola, apasionada más por las imágenes que por las palabras, más por el blanco y negro que por los juegos de luces, más concentrado en el gesto de un Valentino que por los saltos de cualquier Zorro.
Jean-Louis creaba y dejaba crear. Durante sus años de gestión en Radiotelevisión Dominicana, llevó una programación hasta ahora inmejorable, donde se destacaban los clásicos del cine y de manera especial, las películas de Charlie Chaplin, que yo traducía y a las que Jesús Rivera les ponía la voz.
Su vida concluyó trágicamente en el 2000, pero mejor de eso ni hablar, que es bien triste.
Mejor recordarlo en aquellas sus luchas eternas, una de las cuales fue la del cambio de color de una casa adquirida en la calle Las Mercedes. Nuestro cineasta quería acompasarla con sus gustos, mientras las autoridades insistían en que la dejase de blanco…
De Jean-Louis Jorge quedarán sus dos películas, las decenas de producciones televisivas, aquellos especiales en los que trataba finamente la historia o las historietas con igual gusto y dedicación.
Quedará también el ejemplo de un ser a quien siempre se le recordará con afectos bien especiales.
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