Jenny, tenía el garbo y el estilo de esas chicas de los sixties que hacían pasarela por la Croisette de Cannes, el Paseo María Cristina de San Sebastian y la playa de Biarritz. Tenía esa postura, ese movimiento, libre suelto, cercana y a la vez controlado el todo por un carácter forjado en la seguridad y la determinación. No había que hacerle cuentos, las historias humanas y de verdad eran las que ganaban su inteligencia y su emoción. En los años 90, durante una de nuestras estadías prolongadas en el país, sus diseños y sus enfoques de la moda revelaban una mujer convencida en el confort, de la vestimenta, en la sobriedad y buen tono de la elegancia dentro del cuerpo cultural, porque para ella, el porte morfológico siempre se mantuvo fiel a la figura de la criollidad en la feminidad con una apertura extraordinaria, con las culturas del mundo que expresaba con una curiosidad meticulosa.
Recordamos con alegría, sus descubrimientos con la insularidad, sus comentarios, sobre sus viajes a Haití, donde investigaba tanto los materiales artesanales de los maestros de Petionville y Kenskoff, pero también, los contactos que llevaba con la intelectualidad de los escritores y artistas.
En varias ocasiones nos asombró por su fino conocimiento del Caribe y su atracción por la expresión de cada especificidad cultural insular o continental. Era una mujer artista y creadora, que pudo haber sido, actriz, artista plástica, coreógrafa, y esto lo demostró a través de sus pasarelas, siempre selladas por una exquisita puesta en escena.
Y esto, nos trae el recuerdo de las celebraciones que organizamos hace cuatro años en la Galería Nacional de Bellas Artes, con la iniciativa de la asociación Saint Domingue Accueil, entonces presidida por Sabrina Grazouille, y el apoyo de la Embajada de Francia.
Se trataba de inspirarse de las telas africanas wax, paños ancestrales de algodón con alegres diseños narrativos de las culturas y obras del continente africano, pero tambien con inspiración antropológica. Jenny se apasionó por la idea, se puso a inventar creaciones, a mestizar lo criollo dominicano con la tela africana y sacar una propuesta que se concluyó en una magnífica pasarela de 12 chicas modelos dominicanas que emocionaron el público, Así fue como conocí su taller y me atrapó la pasión por la manera de trabajar de Jenny, pues me dio la impresión que estaba en el taller de un maestro de Montmartre.
Me impresionaron la cantidad de materiales universales para accesorios, las telas del mundo, los maniquíes de medio cuerpo en espera del último logro, y en medio de todo esto, el teléfono sonando sin parar, y Jenny atendiendo todo, absolutamente todo.
Me comentó de esa experiencia como una vivencia feliz, sin espera de lucros materiales, ni publicitarios, simple y llanamente con la determinación de vivir una experiencia nueva y por aportar algo a la Francofonía, ya que se trataba de dialogar con diseñadores y diseñadoras de Martinica. Hoy vale decir que para mí fue un orgullo que ella aceptara participar con todo el compromiso profesional, dando lo mejor de ella.
Compartimos también con ella su gusto por las artes, la creación y nunca faltó su presencia en acontecimientos plásticos y visuales, marcando siempre su presencia con coherencia, Era amiga y hermana de los artistas, los vivía y conocía al dedal, sin nunca dejarse arropar por egos ajenos, ni nada que desplazara su personalidad.
Su sencillez y cercanía, había que saberla llevar, con eso queremos decir que esa generosidad en la actitud de proximidad ,no disfrazaba demagogia alguna, sabía perfectamente lo que significaba en el mundo creativo de la moda, pero también en sus negocios, como empresaria.
Pero aún así tuvo la elegancia de estar presente en las más distinguidas boutiques Jenny Polanco, de Doubai, Islas Vírgenes, Miami, y tantos lugares del mundo donde el lino, el algodón, en blanco o con estampados de la India o de lugares del mundo que atrajeran su inspiración componían un acceso de alegría y exotismo con sobriedad y mesura.
Epicuro, era uno de sus timones, le encantaba vivir con sencillez, pero con calidad y excelencia. Muy apasionada por la gastronomía en general, se entusiasmaba hablando de sus viajes a España con una atención selectiva por el Norte, me hablaba con mucha precisión de los percebes y del albariño que conoció en Galicia, potencializando en su almanaque de viajes su pasión por Santiago de Compostela y por el pulpo, justamente apreciado en la ciudad del Apóstol. Era gourmet, gourmet fina, abierta a lo más elaborado como a lo más popular. Podía estremecerse ante un foie gras natural de pato, con un buen Bordeaux, pero también ponerse las botas con una buena fabada y un buen salpicón.
Todos estos recuerdos de Jenny hoy me acercan más a ella, nació ciertamente en República Dominicana, donde se formó estudiando en la Unphu, diseño, y estructurando la búsqueda de un sello propio a través de una gran experiencia internacional, para adquirir con precisión y garbo un estilo propio. Era una mujer de cerebro, carne y hueso, le encantaban las conversaciones entre amigas y amigos y en los años noventa nos juntábamos a compartir momentos inolvidables.
He admirado en ella su llanura, que la hacía tan diferente de su medio profesional, nunca se la dio de diva, porque diva era por naturalidad, y ese toque de estrella en esta foto en blanco y negro nos hace pensar que tiene mucho de todas las estrellas del cine italiano, en su rostro podemos destacar un aire entre Sofía Loren, Silvana Mangano y claro la Magnani… pero ellas, nunca tuvieron el garbo criollo de la dominicana de pura cepa que siempre fue.
Jenny, te fuiste, pero estás.