Hoy, Juan narra el primer milagro (signo) de Jesús en un banquete de bodas (Juan 2, 1 – 11). A unos novios, amigos de María, se les acabó el vino durante su fiesta de bodas, en Caná de Galilea. María confía que Jesús actuará. Ella ordena a los sirvientes: — Hagan lo que les diga–.
Jesús mandó a los sirvientes a llenar de agua unas tinajas enormes y luego la sirvieran. El encargado de la fiesta acabará quejándose al novio: todo el mundo pone primero vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor: tú en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora
A veces los cristianos nos hemos merecido la crítica de “aguafiestas” de la legítima alegría humana. Puede ser, pero ciertamente, Jesús de Nazaret no fue ningún “aguafiestas”. Hoy lo vemos transformando el agua en vino para que una fiesta de bodas no se dañe.
La Iglesia nos enseña: Jesús es el verdadero novio que trae a la fiesta de la vida, el mejor de los vinos. Como lo anunció Isaías (62, 1 – 5): “la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará Dios contigo”. Dios le da un nombre nuevo a su pueblo, simbolizado por la ciudad de Jerusalén: “ya no te llamarán <>…te llamarán <>.
Nuestro país necesita un vino nuevo de lealtad, justicia y salvación. Ante tanta mentira, violencia y corrupción, nos parecerá que, con nuestras organizaciones, y luchas, andamos llenando de agua las tinajas, cuando lo que falta es vino.
¡Eso es lo que nos toca: trabajar unidos, lúcidos y perseverantes! El Novio transformará el agua de nuestros trabajos en un vino nuevo. Llenemos las tinajas con el agua de nuestro esfuerzo, convencidos de que, ¡la fiesta de la justicia va, y el vino nuevo, lo probaremos!