Desde el asiento que ocupaba tuve la oportunidad de ver cómo embargó la emoción al maestro José Antonio Molina, mientras dirigía con la Orquesta Sinfónica Nacional las dos piezas musicales del concierto del día 4 de este mes.
Esta especie de arrobo estético del conductor sinfónico alcanzó su máxima expresión con la insuperable interpretación de la pianista china Jie Chen, del bello y emotivo Concierto número 2 del compositor ruso Sergei Rachmaninov.
El público asistente rindió con tanda de aplausos de varios minutos las tres salidas al escenario de la artista, tras finalizar la composición, acompañada de la sonrisa de satisfacción del exigente director.
Una rápida lectura de la carrera de esta solista dominadora de su instrumento auguraba lo que los oídos de los asistentes al espectáculo en la sala principal del Teatro Nacional escucharían.
Ganó once premios internacionales, entre los cuales figuran el Van Cliburn, de Estados Unidos, y el de Santander Paloma O”Shea
Y si a esta circunstancia se unía la belleza de uno de las más populares e interpretadas obras del repertorio de los grandes maestros, era previsible que la noche musical se convirtiera en algo limitante con la patria celestial.
Lo paradójico de esta inspiración de Rachmaninov es que fue escrita en medio de una profunda depresión, tras el rotundo y agobiante fracaso de su primera sinfonía.
Fue librado temporalmente de su quebranto, mediante sesiones de hipnosis, con el siquiatra Nikolai Dahl, especialista en el tratamiento de pacientes alcohólicos.
Este utilizó sesiones diarias y frases positivas de autosugestión, logrando que abandonara definitivamente la bebida, que ingería de forma adictiva, y que después presentara el segundo y tercer movimiento de su creación.
Esta obra inconclusa recibió la aceptación del público, llevando a su autor a escribir el primer movimiento, para el deleite futuro de los públicos de todas las latitudes, y la escogencia para los conciertos de directores y solitas.
La música escogida para completar este programa excelso fue la Suite Descriptiva Cuadros de una Exposición, del también ruso Modeste Mussorgsky.
Esta se originó en su entrañable amistad con el arquitecto, pintor y diseñador Víctor Hartman, fallecido a la edad de treinta y nueve años, víctima de un fulminante ataque
La temprana muerte de su amigo sumió en una angustiante depresión al músico, que lo llevó a ingerir exageradamente bebidas alcohólicas.
Debido a este lamentable estado emocional tuvo alucinaciones, vendió parte de sus pertenencias, y llegó al extremo de abandonar de forma intempestiva por varios días su apartamento.
Todo se debió a que el genial artista se sentía en parte culpable del fallecimiento a destiempo de Hartman.
Sucedió que en una ocasión en que caminaban juntos, el pintor sufrió síntomas de lo que parecía un problema cardíaco, que incluyó dificultad para respirar. En lugar de llevarlo a recibir asistencia médica, Mussorgsky se limitó a animarlo con palabras afectuosas, por lo que después creyó que su actitud provocó su posterior deceso.
Un amigo de ambos artistas, Vladimir Stassov, preocupado por el estado del artista, organizó una exposición de obras de Hartman, a la cual lo invitó.
La muestra pictórica surtió su efecto, porque el músico pensó varios meses más tarde, escribir la suite Cuadros de una Exposición, por la emoción que le produjo la contemplación de aquellas pinturas.
Inexplicablemente, sólo se inspiró en tres de esas creaciones en la suite descriptiva, y el resto surgió de dibujos y bocetos que había visto en las visitas a la casa de su amigo.
Pese a la grandiosidad de la obra, Mussorgsky la limitó a la interpretación para piano, pero luego músicos notables la orquestaron, entre otros Leopoldo Stokowski, y Vladimir Ashkenazy.
La más interpretada es la de Maurice Ravel, gran admirador del compositor ruso, quien la forjó en el año 1922, medio siglo después de haber sido compuesta por su autor.
El músico francés realizó esta versión respetando el colorido musical de Mussorgsky, ambos artistas compatibles librepensadores, rebeldes persistentes en sus respectivas épocas a los dogmas y tradiciones imperantes en el arte musical.
Los que han estudiado esta empatía de dos grandes músicos, puesta de manifiesto superando la barrera del tiempo, destacan que a diferencia de Ravel, no existen informaciones de que el temperamental ruso albergara orientación homosexual. Cuadros de una Exposición, cuya génesis y modificaciones y ampliaciones posteriores, la convierten en algo difícil de asumir hasta por reputadas y orquestas y osados directores, añadió admiración del auditorio al maestro Molina.
Con la batuta, y sus movimientos a veces convertidos en versiones de giros gimnásticos, me puso a pensar desde mi observatorio captador de detalles, que el insigne músico corría el peligro de lesionar su sistema óseo.
Porque decididamente es de los trazadores de la música culta que lo dan todo por el público, justiciero homenaje al denominado también como el soberano.
Prueba de ello es que imparte tal dedicación al estudio de las obras que va a dirigir, que con su buena memoria llega a dominarlas de tal forma, que algunas las dirige sin partitura.