Su Combo Show rompe con viejos patrones de formalidad del salón de baile
Como desafortunadamente acontece, el golpe de su partida nos obligó al justo pase de balance de un ciudadano excepcional en capacidad de trascender los ámbitos del merengue y constituirse en el retrato esencial de la fuerza del talento y el carisma, imponiéndose sobre las tempestades de una vida iniciada en el marco de profundas limitaciones.
Juan de Dios Ventura Soriano era el Johnny que modernizó el ritmo dándole características de espectáculo que hicieron del combo show la expresión de ruptura con los viejos patrones de la formalidad de un salón de baile almidonado para dar paso al entusiasmo de las caderas.
Los cambios experimentados en la sociedad postdictadura encontraron un constante esfuerzo por hacer coincidir la música popular con mecanismos que expresaran el sentir de la gente que, a golpe de sabor, disfrutaba el contagioso ritmo con letras cargadas de situaciones limitadas por el circuito de intolerancia.
Sin la intención de fastidiar, lo innegable es destacar que por tres décadas las orquestas nuestras contribuyeron tanto con el afianzamiento del sátrapa como vehículo simbólico de su administración. Así se respondía desde el poder los intentos de organizar las fuerzas democráticas: recogiendo limosna no lo tumban.
En los hechos, Johnny Ventura se elevó en el gusto popular porque en momentos de dificultad política nunca hipotecó su sentido de solidaridad en el reclamo social y la demanda ciudadana, por aspectos propios del ego personal o temor de perder seguidores.
En las jornadas reclamando desde las iglesias el respeto a la vida, participando en 7 días con el Pueblo, levantando su voz por el asesinato de Mamá Tingó, él apostaba al sentido de identidad con un origen y sus valores. Por eso, no perdió en la cima de la popularidad la histórica coincidencia con una raíz, patentizada en su adherencia a las causas del doctor José Francisco Peña Gómez y elegantemente edificadas en piezas como Carbonero que, en las blancas paredes de la vida escribía con carbón su despedida, y El Pique: Grito de la mocha y de la boca haitiana/ grito en el ingenio y grito en la carreta/ grito en el buey.
Un aspecto inobservado en la dimensión del artista Ventura consistió en la grandeza de cohabitar e impulsar talentos alternativos sin que su condición de gigante pretendiera concentrar para sí los aplausos y promoción. Fausto Rey, Anthony Ríos y Luisito Martí desarrollaron sus respectivas carreras y desde la sombra del maestro aprendieron en su escuela para alzar vuelo y destacarse con perfiles excepcionales.
Su apertura y enorme destreza para adaptarse a las nuevas corrientes rítmicas fueron en Johnny Ventura la fuente de un rejuvenecimiento que, nunca nos enteramos, de que el paso de los años nos arrebataría al irrepetible artista.
Con dolor y lágrimas, desde el humilde hombre del pueblo hasta el encumbrado burócrata, sentimos que una parte de nuestras vidas concluyó con su partida y en el tramo final hacia su morada definitiva todos enterramos una cuota de un pasado nostálgico evocando su risa y tarareando sus melodías.
Johnny, el irrepetible nos deja. Murió en la primera línea del combate, sin renunciar a la defensa de las cosas que creía. Con el paso de los años, consistente en la preservación de la constitución y cerrándole el paso al intento de perpetuación.
Su legado enlaza el talento musical apegado a valores propios de una época y envía una señal a las nuevas generaciones respecto de la factibilidad de coexistir en la fama sin renunciar a la noción de compromiso.
Su frescura seguirá entre nosotros, en el desafío de “miel por los poros”, respirando anhelos de libertad en coyunturas asfixiantes con “los indios” y cediéndole al maestro Rafael Ithier un “trampolín de su amor mujer ingrata”.
¡Gracias por todo, Caballo Mayor!