Comienzo estas palabras en este acto solemne de despedida de mi padre, José Delmonte Peguero, dando gracias a Dios Todopoderoso por la vida plena que le dio, a través de la cual él le sirvió a Dios con toda la fe, con toda la fuerza, con todo el convencimiento, llevando una vida justa, honesta y correcta.
Agradecemos a su Excelencia, monseñor Francisco Ozoria, arzobispo metropolitano de Santo Domingo y, en él, a toda la Iglesia dominicana; agradecemos al Coro de la Catedral Primada de América, junto a su director, profesor Andrés Capellán, y en él a todos los coros dominicanos y a todos los grupos culturales que mi padre formó y sirvió a lo largo de su vida.
Quiero pedirles unos minutos para exaltar algunas cosas que deseo señalar de mi padre, que la mayoría de la gente no sabe.
A raíz del Decreto 763-21 emitido hoy por el excelentísimo señor presidente de la República, Lic. Luis Abinader Corona, declarando Día de Duelo Nacional en memoria de mi padre, muchos no saben de sus orígenes.
Mi padre viene de una familia con historia, los Delmonte de la capital Santo Domingo, una familia acomodada, de clase media, hijo de Ramón Delmonte Gautreau y Beturia Peguero Matos, miembro de una familia respetada de San Juan de la Maguana.
Durante la Dictadura (de Trujillo) mi abuelo, quien era electricista del Palacio Nacional, durante una recepción con un visitante norteamericano se produjo un apagón y, por supuesto, a mi abuelo se le acusó de sabotaje y fue encarcelado durante un tiempo, hasta el indulto emitido a su favor por intercesión de su amigo, el célebre Frank Félix Miranda.
La familia cayó en dificultades económicas y su madre enfermó de diabetes muriendo cuando mi papá tenía apenas 12 años, en el hospital Padre Billini (donde yo participo en la actualidad en su restauración).
A partir de ese momento, su vida cambió. Antes de morir, en medio de la confesión frente a monseñor Eliseo Pérez Sánchez, ella le confió y le dijo que lo único que le preocupaba era dejar al pequeño en la orfandad, y que le pedía al padre Pérez que lo acogiera, lo criara y que, si no hacía de él un buen sacerdote, hiciera de él un buen hombre.
La influencia y formación del padre Eliseo Pérez Sánchez en mi padre fue fundamental, lo acompañó a lo largo de su vida, lo trató como a un padre, nos inculcó nosotros, tanto a Zahira como a mí, esa figura del padre Pérez como el padre que tenía.
Desde ahí mi padre estuvo acompañando a la Iglesia católica desde dentro, durante toda su vida. Vivía en la iglesia Del Carmen en un cuartucho y fue su sacristán, donde se ocupaba de todos los asuntos diarios, limpieza y asistencia al sacerdote. Pasó hambre y nos contaba que llegó a comer recortes de galletas como sustento.
Cuando, años después, el pequeño cuarto donde dormía fue demolido durante la restauración de la iglesia, el párroco, monseñor Rafael Bello Peguero, salvó una porción de la puerta que tenía un letrero: “José E. Delmonte. Privado”, y se lo obsequió como recordatorio a sus orígenes humildes.
En una ocasión acompañó al padre Pérez al bautizo de un hijo del general Perrota en la Estancia Ramfis, residencia de Trujillo. Cuando se terminó la ceremonia, el Dictador lo llamó y le hizo un regalo. Cuando mi padre llegó a su habitación en la iglesia Del Carmen, sacó el dinero y vio que eran 100 pesos, una fortuna para la época.
“Fue la primera vez que tenía en mis manos tanto dinero junto». Según nos contó, lo primero que hizo fue comprarse calcetines porque solo tenía dos; se mandó a confeccionar un traje completo y se compró dos libros. Con el resto del dinero pudo comer, “con carne”, durante un buen tiempo.
Luego, comenzó su interés por la música. Él memorizaba la música litúrgica y veía al organista de la iglesia Del Carmen, Otilio Suárez, tocando el órgano. En una oportunidad había una misa solemne, Otilio se enfermó y no había quién tocara la misa.
Monseñor Pérez Sánchez estaba muy preocupado porque no había un músico disponible y mi padre, con apenas 14 o 15 años le dijo a monseñor Pérez Sánchez: “yo la puedo tocar”. El padre le contestó: “¿pero usted está loco?” Entonces él subió al coro y tocó en el órgano, de memoria, todas las piezas que Otilio Suárez tocaba. Él no leía música y las tocó todas de oídas.
Cuando terminó la misa, el padre Pérez le dijo: “cámbiese” y fue con él donde la profesora Elila Mena, directora de la Escuela Elemental de Música, para que lo instruyera musicalmente. A partir de ese momento toda su vida estuvo relacionada con la música.
Pero Dios lo premió con una voz especial. Se destacó, desde niño, con esa voz atiplada con la que cantaba en las misas, cantaba aquí en la Catedral en ese coro alto y luego, cuando le cambió la voz, se convirtió en barítono.
Tomó clases de canto con la profesora Dora Merten, una inmigrante que vivió aquí durante la Segunda Guerra Mundial y con ella formó su voz. Y, esa voz le permitió abrir muchas puertas. Participó en concursos en La Voz Dominicana y ganó premios por sus interpretaciones de arias de ópera.
Junto a Arístides Incháustegui, a quien le unía una amistad que mantuvo a través de los años, y con Frank Lendor cultivó el amor por el canto lírico. Estos muchachos, en Villa Francisca, ¡se reunían a escuchar ópera!, muchachos de clase humilde cuyo disfrute eran la ópera y los cantantes líricos.
A través de una tía de Arístides recibían discos de ópera desde New York, y ellos los escuchaban y los analizaban, un arte al que le dedicó gran parte de su vida.
En marzo de 1955, estudiando en el Conservatorio Nacional de Música, se preparaba un coro para la inauguración de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre.
Mi padre fue el primer miembro de ese coro (Coro Nacional), la primera voz que el maestro español Juan Urteaga (el fundador) probó y aceptó en la cuerda de bajos del recién formado coro. Desde ahí, la historia del Coro Nacional lo acompañó durante toda su vida.
En ese coro, que fue su primera pasión, llegó a ser solista, instructor de la cuerda de bajos, subdirector y, finalmente, director en el año 1966. Estaba estudiando y concentró sus estudios en la formación coral en el país con profesores nacionales, como Manuel Simó, y con profesores internacionales invitados; hizo cursos en el extranjero: en Venezuela y luego, por invitación del Departamento de Estado de los Estados Unidos se le otorgó una beca para estudiar dirección coral y orquestal en diferentes academias norteamericanas, en un recorrido que incluyó estadías en instituciones educativas en 36 Estados.
Allí pudo perfeccionarse con algunos de los mejores directores de coros del momento en los Estados Unidos.
Mi padre fue el único no sacerdote que estuvo presente en las discusiones y redacción de la famosa Carta Pastoral de enero de 1960, ya que era el asistente personal de monseñor Octavio A. Beras Rojas, arzobispo coadjutor de Santo Domingo.
Fue mi padre quien transcribió en máquina de escribir la carta, la reprodujo en un mimeógrafo y se le encomendó la tarea de enviar la primera al generalísimo Trujillo. Hizo voto de silencio por su participación en esa reunión, el cual nunca violó.
Fue miembro del Cuerpo de Bomberos de Santo Domingo con mucho orgullo (su cédula decía que era bombero) y se encargó siempre del recordado Desfile de los Reyes Magos, cada 5 de enero.
Trayectoria
Más adelante, durante la Guerra de Abril de 1965, utilizó su carné de oficial de los Bomberos para asistir y cruzar la línea de la zona americana y llevar alimentos y medicinas a los combatientes constitucionalistas en la Zona Colonial.
También fue devoto de Jesús el Nazareno y organizaba las celebraciones de cada Miércoles Santo y la procesión católica que salía de la iglesia Del Carmen y recorría las calles de la Ciudad Colonial.
En su papel como director del Coro Nacional fue quien lo convirtió en una institución independiente, es decir, una dirección dentro de la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, con sueldos de maestros para sus cantores y profesores.
Logró la sede del Coro, con sus salas de ensayos, las que sigue usando el Coro en la actualidad; hizo que el Coro Nacional, año tras año, recorriera todo el país para llevar la música coral a los más lejanos y humildes rincones, con un repertorio de música dominicana e internacional y lo preparó para las grandes presentaciones de las obras de los grandes maestros de la música, dirigidas por reputados directores internacionales, así como en la programación de todas las óperas presentadas en el Teatro Nacional. Llevó al Coro Nacional a presentaciones en Estados Unidos, Puerto Rico y Haití.
Participó en la formación de cientos de coros, en especial, en las Fuerzas Armadas, el primero de los cuales fue el de la Escuela Naval, a solicitud del secretario de las Fuerzas Armadas.
Ese Coro de Guardiamarinas fue la primera institución artística del país que cantó en el momento en que se corrieron las cortinas, por primera vez, en el acto de inauguración del Teatro Nacional, en 1973. También formó el coro de la Academia Militar Batalla de las Carreras, conformado por cadetes mixtos.
Otros episodios de su vida fueron memorables, como cuando preparó el coro de quinientas voces para la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América, con la presencia del papa Juan Pablo II en el Faro a Colón.
Llevó por primera vez un coro dominicano a dar un concierto en el Carnegie Hall, en la Catedral de San Patricio y en la televisión local en New York, siendo uno de los logros más destacados en la historia del Coro Nacional; grabó discos de criollas y canciones dominicanas con el Coro Nacional; grabó CD y DVD de los conciertos de Viernes Santo y de la Natividad del Señor con el Coro de la Catedral (tradición creada por él en 1988):
Dirigió el coro de trescientas voces en los XII Juegos Centroamericanos del Caribe, en Miss Universo 1977 y en el acto de inauguración de Altos de Chavón; organizaba los conciertos de Navidad en el Palacio Nacional; creador de la orquesta filarmónica y el coro de la Armada Dominicana; preparó el proyecto y logró la creación del Ballet Clásico Nacional, del Ballet Folklórico Nacional, del Teatro Rodante y de la Compañía de Cantantes Líricos durante su gestión como director de Bellas Artes.
Fue subsecretario de Estado de Educación para Asuntos Culturales, cargo que luego se convirtió en el actual ministro de Cultura; miembro de numerosas comisiones educativas y artísticas, filatélica, así como de concursos de canto y obras de arte; hasta el día de hoy fue el director del Panteón de la Patria, donde creó el protocolo solemne, la Misa Mensual en memoria de los héroes que allí descansan y el creador de la Guardia de Honor que reverencia la solemnidad del lugar.
Fue un compositor prolífico, cultivador de la criolla, de canciones de Navidad, litúrgicas, corales, románticas, entre muchas otras. Ganó el primer lugar en uno de los festivales de Ritmos Folklóricos con la criolla Cartas y Lágrimas (letra de Francisco Álvarez Castellanos). Mantuvo unas relaciones maravillosas con diferentes sectores del país, tanto de la vida social, cultural y religiosa.
Fue miembro de muchas instituciones: Maestro de Capilla del cardenal Octavio Beras Rojas y luego ratificado por el cardenal López Rodríguez y participó en los congresos de Maestro de Capilla en el Vaticano; fue director de los Premios El Dorado, en una etapa de su vida ligada al arte popular, a través de la Casa Bermúdez, donde llegó a ser su director administrativo.
Después siguió al Banco de Reservas de la República Dominicana, donde creó una serie de elementos culturales dentro de los cuales permanece la Colección Banreservas de publicaciones; su vida en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña fue fructífera, donde no solo formó su coro (con una memorable historia de presentaciones tanto en el país como en el extranjero) sino que formó el Departamento de Actividades Artísticas, de donde emergieron muchos profesores y egresados que todavía lo recuerdan por su liderazgo en diferentes áreas del arte.
Fue mentor de un sinnúmero de cantantes líricos y de directores de coros. Mantuvo por muchos años un programa de televisión en Televida, llamado Música de los Tiempos, donde presentaba y comentaba obras de música clásica (en principio, junto a la profesora Catana Pérez de Cuello y luego con la profesora Mayra Peguero).
Asimismo, fue profesor en el Instituto San Juan Bautista de la Salle, el Colegio Santa Clara y la Academia Naval 27 de Febrero, donde impartía Historia del Arte. También en los clubes sociales: Club Arroyo Hondo, donde formó todos sus departamentos culturales y su coro; a la Casa de España, donde generó varios grupos, entre ellos, uno de ópera, y de ahí surgió la semilla inicial para la formación del Coro de la Catedral de Santo Domingo con sus primeros cantores; también en el Club Naco, su última gran participación en los clubes, donde también formó sus diferentes departamentos de arte y cultura. En esos clubes fue siempre elegido Miembro de Honor.
Me preguntaron ayer que cuántos coros formó mi papá, no tengo el número, sé que fueron muchos coros, de niños, de jóvenes, de religiosas, institucionales, efímeros (para eventos específicos), de música sacra, de todo tipo. Formó muchos directores de coros que, gracias a Dios, siguen la obra y espero que sigan haciendo la labor coral.
Recibió cientos de reconocimientos en vida, entre los que se destacan la Orden Heráldica de Cristóbal Colón en el grado de Caballero, la de Comendador de la Orden del Santo Papa Silvestre, en el grado de Caballero, otorgado por el papa Juan Pablo II, Hijo Meritorio de la Ciudad de Santo Domingo, Profesor Emérito de la Facultad de Arquitectura y Artes de la UNPHU, Director Emérito del Coro Nacional y del Coro de la Catedral, el Supremo de Plata y el Círculo de Plata, entre muchos otros.
Quiero terminar con un pequeño mensaje que me pareció apropiado para compartir en este momento:
“Una buena reputación es mejor que el buen aceite, y el día de la muerte es mejor que el día del nacimiento (Eclesiastés 7:1). Cuando nacemos no se sabe lo que seremos, pero ¡qué gran satisfacción produce una vida con propósito que ha dejado un legado en tantos aspectos!”.