Ausencia, fidelidad, deseo… Volvemos siempre a Platón y la erótica del conocimiento. Se quiere lo que no se tiene. Un sentimiento, los deseos del otro. En el libro “Éxito y agonía en la postmodernidad” del ensayista y psiquiatra José Miguel Gómez hay un desafío a las ideas de consumo de nuestra sociedad.
En el presente siglo que vivimos, el progreso del conocimiento conlleva la generación de grandes cantidades de información: una de las principales preocupaciones de las sociedades modernas es hallar sistemas operativos que permitan almacenarla, manipularla, mantenerla y distribuirla. El desarrollo de las técnicas de la información permite entonces diseñar modelos capaces de ayudar al hombre en la administración de los datos, generando nuevos sistemas cuya aplicación no se reduce al ámbito científico-tecnológico: el impacto del avance informático obliga a una reflexión absolutamente multidisciplinar, que invita a estudiar el fenómeno desde cualquier perspectiva de la actividad humana.
Desde hace más de un siglo el capitalismo está desgarrado por una crisis cultural profunda, abierta, que podemos resumir con una palabra, “apariencia”, según el doctor José Miguel Gómez. La postmodernidad ha jugado y apostado a la conquista del “parecer” y a la renuncia del ser, debido a que el “parecer” no demanda confrontación, ni renuncia, ni resistencia, a ninguna condición estructural, ni ideológica, ni de conflictos sociales, dice Gómez. El parecer, solamente la traslada, la esquiva o la minimiza, con tal de no cuestionarse, ni de recoger los principios a los que se había renunciado. Sencillamente, se trata de dejarse seducir, para así vivir el “éxito” y la felicidad de una existencia vivida de forma mediática. Ese “parecer” se va asimilando de diferentes maneras, uno por el aprendizaje social, otro por la cultura de las influencias del poder político, militar, económico y social.
Pareciendo un ser humano más inseguro, más despersonalizado y de menos compromiso social con los ciudadanos del mundo actual. El “parecer” desde estas reflexiones se va deteriorando, se insensibiliza, se deshumaniza y llega a la condición de una vida asumida para validar un egocentrismo magnificado hacia el narcisismo personal y social. Las influencias socioculturales han producido conductas y comportamientos masivos basados en modelos de influencias de condicionamientos y de acatamientos sociales, de donde se han creado nuevos estilos que se reflejan en la forma de vestir, comer, socializar, divertirse, etcétera. Pero también, en la forma de pensar, expresarse y asumir la identidad psicosocial.
La vida postmoderna se sustenta en el “aquí y ahora”, en el “soy por lo que tengo”; de ahí la agonía por vivir el presente, de consumir todo lo que se nos presenta nos ofertan y mucho más si es nuevo; si nadie más lo posee o si es algo poco visto o si pertenece a un círculo muy exclusivo que legitime el estatus social. Y la nueva identidad. Para Gómez, nuestra vida individual se encuentra bajo el signo moral de una apreciación de sí, es decir, de una negación de toda alteridad radical, que no obstante resurge en forma de destino individual contrariado: nuestras múltiples neurosis y desequilibrios psíquicos. En un momento en que todos los efectos de la voluntad, de libertad, de responsabilidad tropiezan con una problemática insoluble, en el que la liberación de las energías, de las costumbres, de los sexos, de los deseos suscita notables contraefectos, mientras que toda nuestra cultura emprende, en los inicios del año 2020, una dolorosa revisión ante la posibilidad de una solución final procedente de la ciencia o la historia, en ese momento de contradicción violenta del proceso moderno de liberación hay que remontarse sin duda a las fuentes para ver si esta pulsión no se opone a algo más fuerte todavía, más salvaje, más primitivo.
En nosotros luchan al parecer, dice Gómez, la aspiración de toda una cultura hacia la liberación individual y una repugnancia venida del fondo de la especie ante la individualidad y la libertad, movimiento contradictorio que se manifiesta en un remordimiento irresistible, en un resentimiento profundo hacia el mundo tal y como es, y en un odio de sí cada vez más vivo. La exigencia de la conciencia es la de una autonomía, una libertad cada vez mayores. Así nos alejamos del conformismo de las sociedades tradicionales, y más todavía del encadenamiento arcaico de la especie. Así rompemos el pacto simbólico y el ciclo de las metamorfosis. Resultan de ello dos tipos de violencia: una violencia de liberación y una violencia inversa, reactiva, ante el exceso de libertad, de seguridad, de protección, de integración, es decir, ante la pérdida de toda dimensión de fatalidad y de destino.
Violencia dirigida contra la emergencia del yo, del sí, del sujeto, del individuo, que se paga en forma de odio a uno mismo y de arrepentimiento. La seducción postmoderna para José Miguel Gómez no es ni un sucedáneo de comunicación ausente ni un escenario destinado a ocultar la abyección de las relaciones comerciales. Sería remitirla de nuevo a un consumo de objetos y de signos artificiales, reinyectar engaño allí donde existe ante todo una operación sistemática de personalización, dicho de otro modo, de atomización de lo social o de la expansión en abismo de la lógica individualista. Hacer de la seducción una “representación ilusoria de lo no-vivido” (Debord), es reconducir el imaginario de las pseudonecesidades, la oposición moral, entre real y aparente, un real objetivo al abrigo de la seducción, cuando esta se define ante todo como proceso de transformación de lo real y del individuo. Lejos de ser un agente de mistificación y de pasividad, la seducción es “destrucción cool” de lo social por un proceso de aislamiento que se administra ya no por la fuerza bruta o la cuadrícula reglamentaria sino por el hedonismo, la información y la responsabilización.
Con el reino de los mass media, de los objetos y sexo, cada cual se observa, se comprueba, se vuelca sobre sí mismo en busca de la verdad y de su bienestar, cada uno se hace responsable de su propia vida, debe gestionar de la mejor manera su capital estético, afectivo, psíquico, libidinal, etc. Aquí socialización y desocialización se identifican, al final del desierto social se levanta el individuo soberano, informado, libre, prudente administrador de su vida: al volante, cada uno asegura su propio cinturón de seguridad. Fase postmoderna de la socialización, el proceso de personalización es un nuevo tipo de control social liberado de los procesos de masificación-reificación-represión. La integración se realiza por persuasión invocando salud, seguridad y racionalidad: publicidades y sensibilizaciones médicas pero también “consejos de autoayuda existencial”.
Pronto el videotexto presentará “árboles de decisión”, sistema pregunta-respuesta que permitirán al consumidor dar a conocer al ordenador sus propios criterios a fin de efectuar una selección racional y personalizada. La seducción ya no es libertina. La sociedad postmoderna, es decir la sociedad que generaliza el proceso de personalización en ruptura con la organización moderna disciplinaria-coercitiva, según José Miguel Gómez, realiza en cierto modo, en lo cotidiano y por medio de nuevas estrategias, el ideal moderno de la autonomía individual, por mucho que le demos un contenido sociocultural desgarrado e inédito.