Vivimos atrapados entre la posverdad y la sociedad líquida. Entre el pragmatismo social y el relativismo ético. Y, para el colmo, buscamos de la visibilidad y agonizamos en los hábitos desechables; traducido todo esto, en una crisis de la identidad generalizada. Existe la necesidad de conocer a las personas, de confiar y tener la seguridad que contamos con la reciprocidad, la compasión y el amor de los demás. Los jóvenes y adultos tienen la responsabilidad de asumir la vida y los propósitos con la coherencia.
La coherencia se defiende, practicando un estilo de vida que baña en sintonía entre el pensamiento y la conducta, entre los hábitos y el comportamiento, sin poner las circunstancias, sin acotejar las razones y sin relativizar los valores. Sabemos que existe un costo social cuando no se asume la coherencia en la sociedad líquida: aislamiento, rechazo, exclusión, acoso moral, competitividad desigual, sobre exigencia para la valoración individual, etc. Pero desde lo particular, la coherencia armoniza más la vida interior con el exterior; fortalece la identidad y le da cabida a la consistencia.
La consistencia, es una autodisciplina, que se apoya en la autoconfianza y la autodeterminación de asumir propósitos de la vida, metas y objetivos que nos llevan al logro, al bienestar y a la felicidad. Hacer lo mismo, revisar las actitudes, persistir, insistir y resistir, para los jóvenes líderes es fundamental para alcanzar el significado de la vida. A veces, para ser consistente hay que tener prudencia, confiar en sus propios músculos para pedalear la vida; ser constante, firme en las tareas, confrontar las adversidades y vencer obstáculos.
La falta de consistencia lleva a cientos de jóvenes a tener que abandonar los estudios, el trabajo, el emprendimiento que empezaron, los sueños y metas que añoraban. Pero todo esto, habla del abandono de la continuidad. Es a través de esta que se logra llegar al final de lo deseado, y a la caducidad de las metas asumidas.
Los jóvenes pesimistas sufren de abandonar o posponer los objetivos y metas al confrontar cualquier trampa: se desmotivan, se huyen, activan en su cerebro el sistema de creencia distorsionadas y limitantes que le dice: “no puedo” ,“siempre las cosas me salen mal” , “no tengo suerte”, “déjalo para después que no das para eso” etc.
Los jóvenes líderes que le dan continuidad a sus propósitos de vida, asumen la disciplina, refuerza sus hábitos y potencializan sus creencias: “yo puedo”, “no importa lo que pase siempre puedo” , “soy triunfador” , “soy vencedor”, “confió en mí” etc. Así funciona la continuidad en cualquier actividad en la vida. Todo emprendedor sabe que los inicios son duros, que hay adversidades, que existen pérdidas, sufrimiento, frustraciones y sensación de dejarlo todo. Pero la coherencia y la consistencia, ayudan y refuerzan la continuidad, para alcanzar el éxito, la pareja, el título universitario, la maestría, el técnico, la empresa, el espacio político, el viaje programado o el crecimiento emocional.
En cada circunstancia, si hay que esperar se espera; si hay que aceptar la pérdida se pierde, pero siempre se empieza, se asume la constancia en el proyecto de vida.
Para alcanzar el éxito, la trascendencia, la diferencia o la identidad, dentro del proceso social, hay que asumir las cuatro C. En los próximos años, la automatización, la robótica, la informática y los cambios socioeconómicos van a cambiarle la vida, el trabajo, las relaciones interpersonales y grupales a millones de jóvenes. Teniendo un impacto en la migración, en la familia, las parejas, las relaciones socio afectivas y en la perspectiva de vida.
Los jóvenes necesariamente tienen que asumir el liderazgo de sus vidas, el proyecto y los objetivos de vida con las cuatro C: coherencia, consistencia, continuidad y constancia, para marcar la diferencia. Así se llega a desarrollar la seguridad y la resiliencia social para afrontar las adversidades de un mercado y de una vida cada día más desigual, más dura y más estresada, pero sobre todo, más deshumanizada, individualista, narcisista y desintegrada.