La criminalidad apandillada con acelerada posesión de recursos letales en Haití no acaba de ser enfocada continentalmente para fines de contención como agresión activa en el corazón de América siendo República Dominicana la ruta más expedita para la metástasis de una condición de Estado fallido. Se insiste en ver la insubordinación anti social, que en teoría obliga al sistema interamericano a actuar legalmente, como un bochorno isleño de orden público que solo compete a los propios haitianos. Sin que parezca importar que ese sufrido pueblo se desangra por ausencia de autoridad y se obliga a uno de los entes de la comunidad regional, como es República Dominicana, a tomar medidas extremas y costosas contra secuelas en capacidad de transmitirse con continuos intentos exitosos de éxodos migratorios trastornadores y hasta con visibles incursiones de los terroríficos jefes de la anarquía como si pretendieran que esta sea su retaguardia.
Una insuficiente vigilancia costera de los estadounidenses corta esporádicamente el arribo de rústicas embarcaciones pobladas de migrantes en fuga hacia Florida pero no ha impedido, ni mínimamente, el nutrido ingreso al territorio haitiano de los instrumentos “made in USA” que permanentemente han reforzado el poder de fuego de los facinerosos.
En los hechos ocurre lo peor para República Dominicana: se omiten decisiones hemisféricas que la obligan a defenderse solitariamente de las convulsiones vecinas que se intensifican.