Por: Amaurys Pérez Vargas
Partiendo de la reflexión de una de las más encumbradas figuras en el campo de la disciplina histórica, sabemos que pensar las cosas en el tiempo implica estar atento a lo que cambia, véase a las evoluciones y desarrollos de las sociedades en el plano político, económico y social, pues como nos decía Marc Bloch: “La historia es la ciencia del cambio y, en muchos aspectos, una ciencia de las diferencias”. Para explicar la abolición de la esclavitud a la luz de sus 200 años, nos apoyaremos en una cita del consagrado historiador dominicano Roberto Cassá, quien en el prólogo del libro “La revolución haitiana y Santo Domingo”, escrito por el Dr. Emilio Cordero Michel, nos dice lo siguiente: “lo crucial a ese respecto, radica en el reconocimiento de que los gobernantes haitianos aplicaron políticas revolucionarias que contribuyeron a dejar atrás aspectos del ordenamiento colonial. Esto constituyó una premisa para que se enunciase el proyecto de fundación de una comunidad de iguales, como lo esbozaron Juan Pablo Duarte y sus discípulos”.
Sobre el particular, en su Historia social y económica de la República Dominicana, el mismo Dr. Roberto Cassá nos dice que “el 9 de febrero de 1822, el presidente haitiano se propuso adoptar medidas destinadas a colocar la antigua colonia española en consonancia con las condiciones sociales e instituciones vigentes en su país. La primera y más importante de esas medidas fue la abolición de la esclavitud, que afectó a una población de menos de 8000 personas y que fue celebrada como fundamento de un concepto de patria sustentado en la igualdad. Para simbolizarlos se plantaron palmas reales en las plazas, lugares que recibieron el calificativo de altares de la patria”.
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Por su parte, el historiador Frank Moya Pons nos señala en su Manual de Historia Dominicana que tanto Boyer como Núñez de Cáceres sabían “que la mayor parte de la población era mulata y que veía con mejores ojos la unificación con Haití, cuyo Gobierno prometía tierras y la liberación de los esclavos”.
A partir de estas consideraciones, nuestra reflexión sobre la abolición de la esclavitud de 1822 se desarrolla en dos ejes específicos: en primer lugar, fue un proyecto verdaderamente radical y revolucionario, en virtud del método escogido, véase la liberación inmediata (y no gradual) de la esclavitud. Ciertamente, dicha medida no pretendió reformar la esclavitud o sacar de ella a cierto número de personas, sino acabar con esa institución en el territorio nacional. Fue un acto revolucionario por su novedad, ya que hasta el momento solo Haití la había proclamado y por ende fuimos el primer territorio de la América colonial española en hacerlo. Pero también por el significado que tuvo esta acción, la cual contribuyó decisivamente a cuestionar un fenómeno jurídico de dominación bien arraigado en nuestras sociedades coloniales del continente americano.
En segundo lugar, fue una victoria de las luchas anticoloniales en nuestra sociedad pues la sociedad colonial del Santo Domingo Español al igual que en cualquier otra en la América colonial española estaba organizada sociológicamente en estructuras sociales vinculadas a la esclavitud, cuyas funciones sociales y económicas separaban amos y esclavos en posiciones antagónicas, en las que cada una de estas clases (siguiendo el análisis marxista) estaba animada por intereses, conciencia y cultura propia. Se recuerda que esta institución se fundamentaba en la idea de inferioridad “natural” sobre los atributos físicos y culturales de los pueblos y de manera muy particular sobre el color de piel de los individuos. En ese sentido, las luchas de los Lemba, José Leocadio, Ana María y tantos otros negros esclavos que combatieron la esclavitud durante los siglos de dominación colonial se vieron reivindicadas por la abolición de 1822.
Prof. Amaury Pérez, Ph.D. Sociólogo e historiador UASD/PUCMM