Chisme era y no era. Aquello iba más allá de la habladuría de patio, del comentario insidioso en la esquina. Fue una mezcla de mentiras, insinuación, amenazas, por eso arriesgó tanto. Asunto de estado, infidencia peligrosa. Convirtió la injuria en una industria y en estímulo para manipular la dignidad de las personas.
Para entender cuan efectivo fue el sistema en una época con telégrafo y correos, con mulas, carretas y algunos automóviles, basta recordar que la población dominicana en el 1935-primer censo realizado por la dictadura- alcanzaba 1,479,4171950. Luego, el censo del año 1950, registró 2,135,872 y al final de la “era gloriosa” 3,047,070. Por eso el rumor corría rápido, sobre todo entre los propaladores de la intriga, los soplones y los receptores. Ahora somos más de 7 millones, pero las redes sociales se encargan de difundir, en un instante, las noticias falsas, la incriminación mendaz, el oprobio que pretende algo, sin medir consecuencias. Es “dame y toma”, favor inmediato.
Durante la tiranía, la profusión de telegramas, informes, cartas, avalando infamias, tuvo trascendencia funesta. Para algunos, esos libelos cotidianos fueron más importantes que el contenido del tristemente célebre Foro Público, columna siniestra cuya publicación en el periódico “EL Caribe”, comenzó en el año 1948. El Foro se nutría de esos escritos y la publicación tenía el propósito de intimidar. El texto advertía, extorsionaba, obligaba. Después de la divulgación había una alternativa: acatar en silencio y esperar la represalia o responder y en la respuesta la claudicación y la petición de clemencia. Hubo muchos escribidores de foros, escondían su identidad tras seudónimos. También se multiplicaron los escritores de las respuestas a la ignominia. El grito desesperado debía tener el rasgo de genuflexión adecuado en las frases, para lograr el perdón. La humillación era pertinente para quienes no tenían la intención de inmolarse o de sufrir. Las engañosas comunicaciones existieron desde el inicio de la tiranía, así confirma la recopilación hecha por Eliades Acosta Matos, auspiciada por el Archivo General de la Nación “La Dictadura de Trujillo: Documentos.”
Los ditirambos vergonzosos, las indiscreciones, comenzaron antes de saber que el miedo sería acicate de la tiranía. Transcripciones de oficios, documentos fechados en el año del ascenso al poder demuestran la proclividad a la prosternación y la avidez en procura de ventajas, sin importar a quién sacrificaban. En la recopilación citada está plasmada la fragilidad de la amistad, la efímera permanencia del afecto. Se buscaba la canonjía como fuere, aunque se validara la miseria del suscrito. Adulterios, quiebras, borracheras, estupros, están relatados con unos palotes deleznables. El servilismo manifiesto, en ocasiones, repugnaba a los receptores de las denuncias. En las respuestas a los oficios calumniosos se percibe el asco. El método era efectivo, humillaba a unos y a otros. A chivatos y a víctimas. El éxito del sistema trascendió la isla y el régimen tuvo informantes fuera del país, en las embajadas, consulados y desde la fidelidad de gobiernos cómplices.
Esa función de delación, asumida por hombres y mujeres, Bernardo Vega la registra en “Unos Desafectos y Otros en Desgracia.”( Fundación Cultural Dominicana-1986-) La reproducción de los facsímiles con el contenido de las acusaciones, de la traición, del perverso cotilleo, facilita al autor la ratificación de la clasificación de la ciudadanía atendiendo la lealtad irrestricta a Trujillo. Hubo desafectos, disidentes, dudosos, en desgracia. Transcribe también la clasificación hecha, en el 1937, por el comandante del ejército de la provincia de Santiago para tener control en su jurisdicción: enemigos, amigos, indiferentes y un etcétera deplorable y pernicioso.
Hoy, sin el riesgo de la muerte o la cárcel, esa propensión a la delación y al embuste, simplemente devela la catadura de las personas. Informar, desdibujar, para lograr la gracia. Ese desesperado ponerse donde el capitán mire, fabular para cobrar. Es un procedimiento que logra retribución, pero no la confianza del beneficiario. El estilo persiste con rasgos despreciables e innecesarios. Mejor ser prudente. La subasta satura el mercado y los jefes saben cuál es la mejor oferta.