El Observatorio Educativo de la ADP, que preside Juan Valdez, emitió a principios de esta semana unas declaraciones que a pesar de su trascendencia no provocaron ningún tipo de reacción, sea porque la opinión pública ha estado demasiado concentrada en los pormenores de la reforma constitucional sometida al Congreso por el presidente Luis Abinader, o porque el decomiso en República Dominicana de un avión utilizado por el dictador venezolano Nicolás Maduro se robó el show. O, simplemente, porque su credibilidad está por el suelo, lo que impidió que se tomara en serio la propuesta de que sea el gremio magisterial el que lidere las discusiones de un nuevo Pacto por la Calidad de la Educación.
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Según el dirigente de la ADP, quien recordó que fue ese gremio el que propuso un nuevo acuerdo por la calidad educativa, los maestros son los que mejor conocen las necesidades del sector educativo. Una gran verdad que nadie se atrevería a discutirle, pero que es también la razón de que se les reproche que conociendo mejor que nadie las falencias y debilidades del sistema educativo prefieran jugar a la politiquería y el luchismo estéril promoviendo huelgas y paralizaciones por cualquier pendejada, en lugar de ponerse a trabajar, junto a las autoridades educativas, en superarlas.
Y la mejor prueba es que 24 horas después de producir esas declaraciones la seccional de la ADP de la zona suroeste de Santiago anunció la suspensión de la docencia hasta el próximo viernes, alegando incumplimientos del Ministerio de Educación en lo que respecta al nombramiento de maestros que aprobaron el concurso de oposición.
La sensatez finalmente se impuso y el paro fue levantado ayer luego de una negociación, pero mientras la ADP actúe de esa manera carece de autoridad para hablar de la calidad de la educación dominicana. A menos que sea para reconocer, y por vía de consecuencia tratar de enmendarse, la responsabilidad que le toca por el desastre que hoy nos llena de vergüenza.