No hay infortunio mayor que estar esperando el infortunio”. Esto lo escribió el dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca, en el siglo 17, escritor barroco del “Siglo de Oro español”, que es mejor conocido por sus obras teatrales. Recordemos que es el autor de la “Vida en sueño”, su obra más famosa que trata sobre la libertad y el destino. Este pensamiento describe a esa persona que vive permanentemente en estado de ansiedad, con una penosa angustia vivencial, en un sobresalto tras otro, con una “inquietud” emocional que no les permite nunca el sosiego y mucho menos la tan grata paz mental. Penosamente, desenconen la mansedumbre, la tranquilidad de espíritu, el sosiego que da la “felicidad” interior.
Ese estado de gran angustia vivencial, que se manifiesta con numerosos síntomas físicos que incluyen apatías, diarreas, irritabilidades, sobresaltos, desganos, sudoración profusa, calambres, sensación de opresión en el “corazón” y la nuca, boca seca, taquicardias, apatía sexual, dolores migratorios, gastritis, cólicos, insomnio, llanto, etc., etc. Como vemos, la constelación de sus manifestaciones “orgánicas” es muy variada y abarca muchas especialidades médicas en múltiples expresiones de somatización descontroladas, y que nos pueden conducir a un verdadero desgaste emocional. Es cuando no podemos recobrar nuestra autonomía de bienestar, cuando nos sentimos abrumados y los demás solidariamente nos dicen: “ponte positivo”, “tienes que poner de tu parte” o “deja de pensar tanto”. Son esos estados de ansiedades apabullantes, que nos restan calidad de vida. Sin una adecuada ayuda profesional, no podemos salir fácilmente de un estado avanzado de ansiedad, el que puede presentarse a cualquier edad, desde la niñez hasta la senectud.
A veces no logramos la mansedumbre emocional, como sería estar en medio de una tormenta contemplando de frente con gran sumisión el embravecido mar, como la serena joven en el cuadro “La ola” del famoso pintor checo Frank Kupka, uno de los pioneros y cofundador del arte abstracto; entonces nuestras ansiedades se desbordan y caemos en: cansancios, insomnio, dolores migratorios, malas interrelaciones familiares y sociales, irritabilidades, apatías, pánico, distimias, depresiones, etc. En algunos casos sus síntomas son incapacitantes, los psiquiatras los engloban en variados síndromes como son: trastornos de ansiedad, síndrome de pánico, trastorno obsesivo compulsivo, estrés post traumático, etc., de acuerdo a una compleja clasificación en el DSM-V, publicación que es el marco de categorización y referencias estadísticas de las enfermedades mentales y que a su vez, enfrenta críticas razonables.
Para muchos psicólogos esos estados de ansiedad pero moderados son beneficiosos, la llamada “angustia necesaria”, que nos ayuda a resolver nuestros conflictos internos. Esa turbulencia ansiosa en moderación, nos ayuda a madurar, esa es la opinión de algunos neurocientistas. Sabemos que el trabajo excesivo, el acelerado tiempo, las cargas familiares, el tránsito, el dinero, las metas no alcanzadas, la convivencia diaria con sus agresiones y malquerencias, ese sentido desmedido de la urgencia, los amores no correspondidos, las frustraciones personales, nos va llenando de grandes ansiedades, donde responderemos cada cual de manera individual. Luego de vivir esos estados de gran ansiedad, corto tiempo después aceptamos que el 85% de las cosas por las que nos preocupábamos afanosamente, terminan siendo insignificantes posteriormente. Las mujeres la padecen casi el doble más que los hombres. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) se estima que en los próximos diez años el 20% de los habitantes de las grandes ciudades sufrirán alguna forma de patología relacionada con la ansiedad. Si hoy somos en esta capital alrededor de 3 millones, se estimaría que unos 600,000 residentes en nuestra urbe capitalina habremos de padecer alguna forma de estas ansiedades, lo cual resulta una proyección alarmante.
El manejo de la ansiedad se inicia con el deseo de uno mismo de mejorar, deseable si es ayudado por un atento interlocutor, preferible con la asistencia de su médico amigo (descartando toda organicidad sea hormonal, vascular, metabólica, etc.) Se deben evitar las “pastillas mágicas” sin una adecuada supervisión, pues inducen a la adicción. Son los psicólogos y psiquiatras, quienes tienen el debido entrenamiento para su manejo. Esa muy común ansiedad en nuestra modernidad merece seguir comentándose, pero ya será el próximo domingo. “Conversaremos” a la sazón sobre los daños reales y permanentes en las neuronas de nuestros cerebros producidos por el estrés crónico. ¡No se deje usted abrumar por la ansiedad, busque ayuda, hoy sabemos que es letal!