De que el viento golpee mi cara y me recuerde lo importante del
aquí y del ahora, de que las personas importantes en la vida
no siempre estarán, aunque permanezcan en el corazón.
Hoy tengo ganas de vivir porque el día me sonríe
aunque me viva quejando de él.
Porque el sol está radiante y a veces se esconde para que
recordemos que la luz siempre está
aunque en ocasiones la oculten las nubes.
Hoy tengo ganas de vivir porque mi cuerpo aún me lo pide,
se encuentra en un perfecto equilibrio
y lo único que tengo que hacer es cuidarlo.
Tengo ganas de ver un comienzo, una oportunidad;
un reto de terminar lo que a veces parece imposible
y decirme a mí misma que lo logre.
Tengo ganas de olvidar las amarguras y resentimientos
que como trampas pretenden usurpar mis metas
y distraer mi felicidad.
Tengo ganas de tejerme un abrigo
con las sonrisas sinceras que me obsequian a diario
y de refugiarme en la esperanza de creer
que existe una parte humana
entre tanto materialismo alimentado por el consumismo.
Tengo ganas de vivir y demostrar que las oportunidades
que se me han brindado las puedo tomar y aprender de ellas,
y aportarle algo al mundo que tan amablemente
me da día a día una razón más para seguir subsistiendo.
Luisa Arias Soto
Escribo este Encuentro en la tranquilidad de un domingo en la noche. Después que los planes que hice para el día se desvanecieron por la presencia maravillosa de Andrés, mi segundo nieto, quien con su persistencia incansable me hizo olvidar las tareas que me había impuesto. Me obligó a desvanecer mi agenda vital para adecuarme a la suya. Tuvimos que volar un avión que por falta de carga no alcanzaba los cielos como él quería. Después, vimos una película de aventuras, a la que se incorporó el mayor. Los tres nos sentamos delante del televisor. Gozaba con sus risas. El mayor criticaba, cual adolescente in ciernes que todo lo sabe y nada está bien hecho. El pequeño se reía con algarabía y comentaba conmigo las escenas cómicas que le provocaba estruendosos gritos. Y me preguntaba, sabiendo que yo estaba ahí: Abuela ¿lo viste? Sí, le decía.
Mientras disfrutaba de ese maravilloso NO HACER, reflexionaba y me decía que a veces dejarse llevar es una manera de vivir. Disfruté de ese tiempo sin tiempo al lado de mis nietos. Allí, en aquel momento de gloria, las horas no tenían significado; ni el deber llamaba ni reclamaba, aunque tuviese en la lista de pendientes miles de palabras que escribir, pero, a diferencia de otras veces, no me atormentaba.
Esa tarde perdida en mis tareas, y ganada en disfrute, me ratificó que la vida es y tiene que ser un equilibrio. Las horas del día se hicieron para que pudiéramos trabajar, amar, dar amor, soñar, disfrutar de lo simple.
A veces nos perdemos en tareas necesarias que ocupan todo el tiempo y todo el espacio vital. Nos convertimos en autómatas de las obligaciones, e irresponsables de la tarea sencilla de vivir, de amar y ser amados. La presencia cotidiana con los que amas es tan importante como el cumplimiento. Estar en la vida de los que amas es tan vital como triunfar en lo laboral.
Hace tiempo que hice mi lista de preferencias. Prefiero no llegar tan lejos, si eso supone un sacrificio vital que me impida estar con los que amo: la familia ampliada y nuclear y los amigos. Prefiero abandonar una lectura importante para alguna investigación, si un amigo me llama que necesita mis hombros para llorar; si alguno de mis sobrinos me pide que le aconseje; o un hermano me necesita para lo que sea. Prefiero no ser perfecta, y disfrutar de la nube que pasa, o de la orquídea que florece. Prefiero no estar al día en lo último que se ha escrito sobre algún tema, y disfrutar del abrazo de Lucas, las ocurrencias de Andrés o las preguntas filosóficas de Rafael Eduardo. Prefiero no estar al día del resultado de alguna encuesta, para disfrutar de una copa de vino al atardecer de un día cualquiera en compañía de mi compañero y cómplice Rafael. Prefiero ausentarme de la puesta en circulación de algún libro para juntarme con las amigas y reír sin razones, o llorar por todas las razones del mundo con mis compinches-cómplices y amigas. Prefiero la sinceridad a la mentira. Prefiero la palabra directa a los puñales verbales de los que critican de manera irresponsable. Prefiero hacer y equivocarme, que detenerme ante el pánico de ser criticada. Prefiero los críticos de frente que los hipócritas que te dan la espalda. Prefiero las personas sencillas y sabias que a los eruditos prepotentes que se creen dueños de la verdad.
En fin, y aquí parafraseo a José Luis Perales: prefiero caminar, caerme y levantarme, que estar de pie por miedo a tropezar. Prefiero la lluvia que moja la tierra para que ella pueda regalarnos sus frutos, que ser viento incesante que arrastra y destruye. Prefiero escuchar canciones o leer poesías que tener que soportar los discursos de muchos políticos e intelectuales que se hablan y hablan sin parar y sin sentido ni coherencia. Prefiero una copa de vino barato que una copa exclusiva ganada por adulación. Prefiero decir lo que pienso, antes que callar por temor. Prefiero ser feliz con poco, que infeliz por mucho. Prefiero la vida, antes que correr sin disfrutar.
Prefiero cumplir años, gritar que pronto llegaré a la hermosa edad de los 63 años, que vivir en la angustia de ocultar lo imposible. Prefiero enseñar mis canas, mis brazos manchados y mis arrugas en el cuello, que vivir luchando para pretender alcanzar la falsa juventud eterna. Prefiero ser mujer imperfecta que pretender el camino imposible de la perfección.
Prefiero vivir y sentir, que pretender vivir una farsa. Vivo, sueño, lucho, lloro, río, canto, bailo, leo, escucho, hablo y grito: ¡Sí, estoy viva!