La Biblia es el libro más poderoso que se haya escrito en el mundo; no se sabe cuantas impresiones y reimpresiones se han hecho; lo importante es que sus palabras han sido inspiradas por el mismo Dios. El que recibe la Palabra de la Biblia recibe a Dios, a Jesucristo, al Espíritu Santo, en su corazón.
La Palabra de Dios, o la Biblia, tiene un efecto impactante en el que abre su corazón: le produce limpieza de mente, de alma y de espíritu. Proverbios 30:5: Toda palabra de Dios es limpia; Él es escudo a los que en él esperan. El mismo Jesús le dijo a sus discípulos: ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado (Juan 15:3). Porque la Biblia es compendio espiritual y práctico de nuestras relaciones con Dios, con los demás, con la moral, el carácter o la conducta a seguir; es lo que establece los valores y las normas de convivencia entre los seres humanos.
La Biblia es el propio Jesucristo: Es el verbo encarnado; como dice el apóstol Juan: Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros. (Juan 1:14). Cuando oramos, le hablamos a Dios, y cuando leemos la Biblia, Dios o su Hijo Jesús nos habla por medio de su palabra.
Una vez, el Presidente Danilo Medina, en julio del 2012, aun no había sido juramentado, visitó la República de Colombia, en donde me desempeñaba como jefe de la misión dominicana.
Y al término de su visita, le pedí que me permitiera orar por él a la mañana siguiente, antes de regresar al país. Y así lo hizo. Bajó al lobby del hotel. Con mucha humildad. Hizo un aparte del grupo que le acompañaba.
Y al abrir la Biblia, que luego le regalé, compartí el pasaje (2 Crónicas 1:1-12) cuando Salomón le pidió a Dios sabiduría para gobernar al pueblo de Israel. Con mucho respeto, le pedí al Presidente que leyera ese pasaje. Lo leyó. Y oramos por nuestro mandatario. El Presidente honró a Dios, y Dios lo honró. Cuatro años más tarde, el Presidente Medina fue reelecto con una votación nunca alcanzada por ningún mandatario dominicano. Y al agradecer su victoria, en el comando de campaña, tuvo la humildad de agradecer a Dios, y a Jesucristo por su triunfo.
Confieso ese testimonio en este Mes de la Biblia porque no es cualquier libro; se trata de la Palabra de Dios que da vida; es el Cristo viviente, Yo soy el Alfa y Omega, principio y fin, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Apocalipsis 1:8); y se manifiesta a todo el que le ama.