Abordar en República Dominicana el tema de las empresas de medianas y pequeñas dimensiones bajo la denominación general de MIPYME, remite primordialmente a la poca envergadura de sus operaciones, nóminas y capitales que les caracterizan, limitaciones que escasamente ayudan a enfrentar las escarpadas adversidades en que deben desenvolverse los chiquitos en un contexto económico e institucional que concede ventajas a los grandes.
Sobre la baja categoría empresarial cayó con particular intensidad la propagación reductora de actividades productivas y de comercio de la enfermedad covid-19, de la que el país apenas comienza a desembarazarse después de haber golpeado a estas modestas entidades que, no obstante, generan el 54.4% de los empleos locales.
Encuestados nacionalmente por una unidad de mediciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), personas de ambos sexos de ese extendido, pero individualmente débil sector, solo un 1% de ellos dijo operar normalmente en medio de restricciones anticontagios que comenzaron hace alrededor de dos años con una drástica reducción de las horas de trabajo para las áreas de manufactura y distribución, entendiendo los entrevistados que recuperarse habría de tomarles «meses».
Las políticas de protección sanitaria, disparadas por un virus de excepcional capacidad de transmisión y letalidad, tuvieron sus efectos más destructivos sobre negocios a cargo de mujeres, que presentan el porcentaje de mayor elevación de cierres totales, un 10% por encima de los fracasos reportados por hombres.
Para los estudiosos de las relaciones de producción en los países de mediano desarrollo, incluyendo a República Dominicana, los pequeños negocios son preponderantes en la sostenibilidad y el crecimiento económico.
Las incidencias de las mipyme se concentran en los sectores más vulnerables y en condiciones de informalidad laboral «por lo que enfrentan limitaciones para adaptarse a los desafíos que impuso la crisis de la pandemia».
Escollos a enumerar
A pesar de que los establecimientos laborales de modesto origen aparecen en los radares del poder que legisla y decreta medidas de protección y hasta de preferencia en la adquisición para el Estado de los bienes y servicios que generan, las dificultades que se les atraviesan en el camino están bien identificadas.
Un trabajo de grado para licenciatura suscrito por los bachilleres Carlos Frías López y José Abraham Ramírez, matriculados en la Universidad APEC, señala como un talón de Aquiles para los emprendedores incipientes la carencia de potencial para el acceso a créditos bancarios y a los recursos que los consorcios y emporios logran través de las bolsas de valores y emisión de títulos y bonos.
Bajo tal inferioridad, los creadores de fuentes de ingresos que viven del día a día «no pueden soportar períodos largos de crisis» y les afectan con mayor rigor los problemas del entorno económico como la inflación y la devaluación.
Se caracterizan como inversionistas de ligas menores por la inexperiencia, la baja capacidad técnica y la imposibilidad de ejercer controles sobre los proveedores y clientes, apuntan también en su ensayo los ya licenciados Frías López y Ramírez.
Se podría decir directamente que el mundo que conocemos parece hecho para el predominio de los señores patrimonialmente opulentos, cuya prosperidad les llegó facilitada por esquemas legales y sistémicos cuyas bondades no alcanzan para los de exiguas posesiones ni para los cortos de habilidades empresariales.
Funciona algo parecido a la ley del más fuerte, o aquello descrito coloquialmente como la historia del huevo y la piedra.
Teoría y Práctica
La Ley 488 establece un régimen regulatorio para el desarrollo y competitividad de las mipyme, y crearles condiciones para crecer de manera rentable y eficiente pero los resultados de su aplicación, adversada por la informalidad de un amplio sector de la economía, están cuestionados por investigaciones sobre el terreno.
Entrevistas, emprendedor por emprendedor, evidenciaron que en el país, al igual que en comunidades centroamericanas, el 70% de ellos no había tenido acceso a licitaciones y compras del Estado y la mayoría se quejaba de las dificultades que confrontaban para integrarse a la Seguridad Social lo que les alejaba la posibilidad de formalizarse.
Se visualizó, a través de indagaciones regionales que incluyeron a República Dominicana, que para elevar la rentabilidad y competitividad de los negocios menores se requiere superar varias de las debilidades estructurales de estas economías que los convierten en víctimas de una falta de articulación con las instituciones que deben proporcionarles el apoyo para mejorar la productividad.
Atrapados en el círculo vicioso de la pequeñez que los descalifica para ser sujetos de crédito, constituyen una abrumadora mayoría los empleadores que generan ingresos brutos o facturación anual inferiores a 20 millones de pesos anuales.
Están, generalmente, a la cabeza de rústicos talleres en los que las habilidades artesanales auxiliadas por herramientas primitivas solo sirven para congregar un máximo de quince trabajadores, con activos inferiores a los RD$12 millones.
Patronos debiluchos en términos de propiedades, ahorros y tecnologías que tienen que dar el frente institucionalmente a obligaciones tributarias y someterse a regulaciones sanitarias, ambientales y laborales que para las simplicidades de sus condiciones de negociantes representan montañas de impedimentos para la integración a la normalidad.
Falta de incentivos
Otro estudio sobre la realidad y perspectivas del empresariado menor de República Dominicana aplicado por el Centro Latinoamericano de Innovación y Emprendimiento encontró que el 75% de personas encuestadas que mostraban interés por comenzar negocios con recursos limitados percibían que en el país no existían suficientes facilidades para realizar sus sueños.
Consideraron insuficientes los instrumentos de financiamientos disponibles y se quejaron del tiempo que se demora en el país formalizar empresas con trámites y costos que limitan las iniciativas.
A estas percepciones se agrega una lista de «debilidades» atribuidas al mundo de los pequeños negocios como: uso en sus desempeños de herramientas ineficientes, mala administración del dinero que les entra, mala selección de los recursos humanos y depender demasiado de personal no calificado, funcionar sin mercadología y descuidar las ventas y servicios al cliente.
Conclusiones PNUD
Las indagaciones que penetraron a la extensa diversidad de gestiones de MIPYME confirmaron que la mayoría de las pequeñas empresas están en manos de mujeres y un 30% de ellas había realizado estudios universitarios o post universitarios, lo que de alguna forma indica que la demanda de personal con preparación académica en el mercado formal está siendo superada por los volúmenes de formaciones universitarias, lo que mueve a un porcentaje importante de las promociones hacia la creatividad de establecer sus propios medios de ingresos.
La economía dominicana crece distanciada de su formación de recursos humanos que encaje en las modernidades del empleo, una falta de sintonía entre lo académico y lo industrial que puede retardar el desarrollo. Algunos proyectos de inversión basados en novísimas tecnologías marchan despacio o se descartan al fin de cuentas por falta de mano de obra calificada.
El estudio del PNUD detectó que la mayoría de las empresas micro, medianas y pequeñas pertenecen al sector servicio en un 44%, seguido por el comercio en un 18%, y aunque el 61% de los dueños dijo estar insertado en la formalidad, lo cierto es que algunas áreas muy pobladas por infinidades de negocios y talleres menores y huérfanos de tecnología confirman que la informalidad es el renglón mayor de la economía dominicana y que falta librar una gran batalla contra las taras que obran sobre muchas formas de ganarse el pan y sostener familias.
Marginados de los esquemas regulatorios de la economía se encuentran el 90 por ciento de los negocios que brindan servicios profesionales, el 95 por ciento de los restaurantes y ventas de comida, generalmente de áreas urbanas marginales y la casi totalidad de las escuelitas privadas que incluyen las sombras de árboles.
Lejos de colocarse en las clasificaciones que corresponden a sus operaciones se ha percibido a montones de salones de belleza y barberías y hay por ahí muchos miles de personas buscándose la vida con ventas a domicilio, y desde cuartuchos con salida a la calle, de mercancías tales como zapatos, ropa, bisuterías y artesanías.
La encuesta concentrada en conocer la realidad de las mypime, en plena crisis informaron haber tenido que cerrar sus mininegocios el 74 por ciento de los entrevistados y un 20%, que no había perdido el optimismo, dijo que su cese de operaciones era parcial. Que su lucha por la vida continuaría.
En el mismo sondeo se descubrió que el 52% de tales negociantes, casi todos informales, guardaban el secreto, que podía aterrar a sus dependientes, de que próximamente tendrían que despedirlos.
Gente que se ganaba la vida impartiendo clases en locales sin condiciones, papelerías barriales para pobres y técnicos de reparaciones de equipos eléctricos que desconocían lo pronto que ingresarían a la masa de desempleados de República Dominicana.