Aunque se vendían los más exquisitos sándwiches, jugos, helados y unos especiales “medio pollo” y “medio pollito” y café criollo, era más que un expendio de bebidas y bocadillos: fue el más activo centro de cultura que desde pocos años después de su apertura, en 1930, reunió a la intelectualidad de Ciudad Trujillo, hasta que el Servicio de Inteligencia Militar, SIM, comenzó a infundir terror en El Conde y cualquier reunión o grupo despertaba sospechas de conspiración.
Pero en La Cafetera se esbozaron o se leyeron borradores de libros tan fundamentales como “Over”, de Ramón Marrero Aristy o “Los enemigos de la tierra”, de Andrés Francisco Requena.
Y los contertulios llevaron como novedad y comentaron con euforia “La vorágine” de José Eustasio Rivera; “Don Segundo Sombra”, de Ricardo Güiraldes; “Doña Bárbara”, de Rómulo Gallegos…
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Los nativos, entonces muchachos de 20 y tantos años como Freddy Prestol Castillo, Rafael Damirón, Manuel Arturo Peña Batlle, Manuel A. Amiama, Juan Bosch, Ramón Marrero Aristy, Héctor Incháustegui Cabral, Pedro René Contín Aybar, se entusiasmaban a veces hasta la madrugada interactuando con intelectuales españoles que emigraron al país durante la dictadura de Francisco Franco, como Vela Zanetti, Eugenio Fernández Granel, Shum, José Almoina y otros.
Conferencias, obras de teatro, poemas, críticas literarias eran leídos y discutidos por Franklin Mieses Burgos, Francisco Prats Ramírez, Bienvenido Gimbernard, Rafael Américo Henríquez, Enriquillo Rojas Abreu, Manuel del Cabral y otros que envejecieron yendo a La Cafetera con inquietudes por la literatura, las artes, la historia y la política española.
Eran los consentidos del establecimiento que fundó Benito Paliza, otro emigrante, pionero en la torrefacción de café en el país.
Carlos Jiménez Bautista, Carlitos, era un icono de La Cafetera.
Ingresó en 1931 para hervir la leche y hacer limpieza, después fue pasado a la barra, a preparar jugos. Luego fue sandwichero, colador de café y cajero hasta que Manuel Franco, otro propietario del negocio, lo designó encargado y era tan familiar como Martín, el limpiabotas invariable a la entrada. Había otro camarero apodado “Monchín”.
Antes, en la parte delantera, no había barra sino una mesa redonda donde se sentaban a conversar los escritores, y a veces a discutir, con tal iracundia que algunos salían del negocio y hasta quedaban enemigos. Volvían y ni se miraban.
Veinte tazas. En principio, el café se colaba en una greca de cristal, redonda abajo y ovalada arriba, la primera que trajo Paliza, y no era eléctrica, se colocaba sobre la estufa. “Daba alrededor de 20 tazas”, narró Carlitos.
Después vinieron mesas y sillas que no tenían nombres, pero cuando a determinada hora llegaba un asiduo, las desocupaban.
Recordaba Freddy Prestol Castillo, autor de “El Masacre se pasa a pie”, fijo en La Cafetera, que Bienvenido Gimbernard “era el principal, el Arzobispo, el último de los hidalgos” y que, ya ciego, iba al sitio y le colocaban una silla afuera”.
Agregó que “Fello Damirón tenía allí su exclusividad y su preferencia. Nadie osaba cogerle su sitio porque, aunque no lo reclamaba, tenía un bastón responsable”.
Otros dueños de La Cafetera fueron Julián Vada, Antonio Lambolí, Francisco Forestieri…
Abierto en la Guerra. Los helados los hacía Julián Vada, de leche, coco, guanábana. El término “medio pollo” lo inventó un español, Olalla, y dicen que solo se usaba en La Cafetera, que fue uno de los pocos negocios de la zona colonial que se mantuvo abierto durante la Revolución de Abril.
Aparte de los servicios citados, vendía café molido. Un cliente era Joaquín Balaguer que mandaba su chofer a comprarlo con advertencia de que era para él.
Reginaldo Atanay y Ramón Lacay Polanco incluyen otros intelectuales y artistas: Humberto Soto Ricart, Antonio Fernández Spencer, Luis Alfredo Torres, Julio Susana, Víctor Villegas, Guillo Pérez, Eligio Pichardo, Virgilio García, Paul Giudicelli, Jaime Colson, Manuel Valerio, Ramón Francisco, Aída Cartagena Portalatín, Grey Coiscou, Jesús Lizán, Mario Heredia, Salvador Pérez Martínez, Carlos Lebrón Saviñón, Ángel Torres Solares.
Además, Freddy Miller, Casal Chapí, Enrique de Marchena, Gilberto Sánchez Lustrino, Iván Alfonseca, Enriquillo Rojas, Germán Soriano, Julio González Herrera, Cifré Navarro, Rafael Valera Benítez…
Los jóvenes fueron integrándose, pero comenzaron a ausentarse con la decadencia de La Cafetera, cuyo cierre, quizá provisional, se anunció la semana pasada.