La imagen de la subsecretaria de Seguridad Ciudadana, Democracia y Derechos Humanos de EUA, Uzra Zeya es imborrable. Su estampa quiso erradicarse de medios y memorias, pero permanece. De colección es su reconvención al presidente en la sede de gobierno, delante de la representación del primer poder del estado. Pareció exigencia de protectorado, solicitud a súbdito. Ella pidió “prestar servicios a las personas vulnerables, incluidos los haitianos y los dominicanos de ascendencia haitiana”.
Atrás quedaban las reiteradas solicitudes del presidente para que la comunidad internacional asistiera a Haití y nos librara de la carga. Desoídos los reclamos y despreciados los arrebatos locales en defensa del territorio. Por eso fue acallada la exigencia de Washington, encubierta la intromisión con los piropos proferidos antes de la estocada.
“País brillante” el nuestro, dijo la funcionaria imperial y no solo por el sol sino por la obsecuencia con las directrices que vienen del norte. Quedaba entonces el eco de las palabras del jefe de estado: “República Dominicana no puede cargar sola con los problemas de Haití, de hecho, ya está haciendo demasiado, mucho más de lo que puede. La situación del vecino país ha desbordado los límites de un problema migratorio”.
Transcurrieron los días y la afrenta quedó en el olvido hasta que apareció un atajo vivificante. La soberbia de Volker Turk, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos- ACNUR- permitió la enmienda. El hombre exigió el cese de las deportaciones de haitianos de manera agresiva e ignorando la condición de estado soberano que pretendemos conservar.
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Aunque es lo mismo, no es igual ACNUR a Washington y el presidente reaccionó. “La política migratoria de cada país es potestad de cada Gobierno, por lo tanto, esas declaraciones son inaceptables e irresponsables”, asimismo advirtió que continuarían las repatriaciones.
Y comenzó la función. Encendieron los motores de la camiona. Con algarabía carnavalesca e irresponsable la alienación aplaude el recorrido, el sube y baja del vehículo con la convicción del entra y sale.
La persecución es espectáculo para incautos y para aliados que requieren bravuconadas pasajeras, mientras miran a su indocumentado desyerbar el patio o cuidar el inmueble y juegan golf con los representantes de la impiadosa elite haitiana, cada vez más presente en los negocios nacionales.
Es la mentira para disfrazar la impotencia, la opereta inútil para negar la imposición desde afuera que necesitaría, para contrarrestarla, algo más que discurso y complicidad efímera. La camiona es la concreción de la ineficiencia, la opción del miedo que impide aplicar y defender la política migratoria, tal y como está consignada en leyes y reglamentos. Es manipulación, intento de aparentar que se puede. La camiona desanda y las haitianas continúan ocupando las salas de parto de los hospitales criollos, sigue el tráfico de armas y de sustancias controladas en la frontera. Los empleadores sonríen, conscientes de su impunidad. Disfrutan los beneficios de invertir la cuota establecida para contratar trabajadores extranjeros. La comunidad repatriada participa en el juego. No está preocupada. Sale de día y vuelve de noche. Volker Turk debería saberlo.