En la garganta siento, el sabor amargo
del dulce veneno
Sienes palpitantes, tristes pensamientos,
que genera el vino
Un sudor helado recorre la curva,
de espalda vencida
Sangre que es derroche de dolor,
de profunda herida
Clamor que se eleva buscando lo eterno,
pero sin querer, desciende al infierno
Yo lo he visto todo…
Al pájaro, construir el nido y
a las tempestades, hurtarle el abrigo
Al niño que llorando, reclama la madre,
y a la que espera, porque lo ha perdido
Ave que disfruta de una carroña
y al león salvaje, guardando su leona
Al hombre que dice defender la paz
y para la guerra se siente capaz
Al fusil que apunta, porque es inconciente
y encuentra el blanco, en un inocente
Como río corre el amargo veneno…
De los que están vivos
y son como muertos, porque nada ven.
De los que existen, aunque ya no estén
De las quimeras que quedaron lejos
y de los anhelos que dejan perplejos
Un sudor helado recorre la espalda…
sigo entre tinieblas, esperando consuelo,
Aunque tengo penas, que nunca revelo
Atrapa mi alma la desesperanza,
Por las ilusiones, que jamás alcanza, Teresa Ternavasio
Escribo este Encuentro en un asueto obligado una tarde de junio. Una cosa que los médicos llaman “virus”, cuando no encuentran cómo definir lo que sientes, me ha impuesto el retiro. En medio de mis malestares, mis silencios, mi soledad buscada, pensé mucho en este país y esta tierra que me vio nacer hace tantos años.
Pensé que tendría la lluvia como compañía. Pero a veces el grito del cielo es muy selectivo. Mientras rogaba que llegara el llanto del cielo, el sol estaba radiante, el calor impregnaba la piel. Y me decía ¿Cómo hablar de desesperanza en un día tan hermoso, con unos rayos de sol que iluminaban toda la habitación donde me refugié para escribir mis tristezas? ¿Se puede estar triste, desesperanzado en un día hermoso? ¿Acaso la lluvia es solo para los días tristes? ¿Acaso el sol es sinónimo de alegría? Nada más falsa que esa dicotomía entre el sol y la lluvia.
Y entonces yo misma encontré mi respuesta. El sol puede arroparte en momentos de angustias, tristezas y desesperación. Sí, amigos lectores, estoy triste, más que triste. Mi alma llora, aunque mis lágrimas no corren por mis mejillas por este país nuestro que se empeña en repetir los mismos errores una y otra vez.
Constato con dolor que el viejo sueño de una sociedad sustentada en el Estado de derecho, donde la Constitución y las leyes estén por encima de los intereses de grupo y de personas, es una lejana utopía. ¿Por qué tanta ambición? ¿De qué sirve tener tanto dinero? ¿Por qué hacemos caso omiso a los terribles casos de desfalco al erario que se han destapado? La historiadora entiende que el tráfico de influencia, el nepotismo y la corrupción han sido pesados lastres de nuestra historia política, que se inició desde que osamos declararnos república independiente. La ciudadanía está cansada del abuso del poder, de los desmemoriados, de los sinvergüenzas que toman sin escrúpulo alguno lo que no les corresponde.
La Justicia ha avanzado a paso de tortuga ciega, coja y enferma. Es presta y eficaz en casos muy contados. La generalidad del pueblo padece el largo, interminable más bien, accidentado y lleno de obstáculos camino de los recursos y reenvíos. Las cárceles continúan siendo antros de perdición y de inmundicias; y en vez de rescatar, consagran la criminalidad.
Hace 20 años que estamos hablando de la Ley de Partidos. El laberinto de los intereses se impuso de nuevo. Durante las dos primeras décadas se estudiaba, reenviaba a estudio, perimía, volvían a rescatarla para acallar las voces que la reclamaban, y así estuvo entrando y saliendo de las salas de los legisladores. Ahora, en una nueva versión, se estanca por el tema de las primarias abiertas y cerradas. Unos apoyan las abiertas para cerrar el paso al grupo adversario. Y desde hace meses estamos escuchando las bocinas de los grupos, en pláticas interminables, en un diálogo de sordos.
Todos sabemos del cambio climático, a pesar de la opinión-negación del intrépido-irracional presidente Trump. Vivimos el presente, olvidando que debemos invertir en el futuro. Se sabe que el crecimiento indiscriminado de la ciudad capital sin la planificación urbanística debida; sin la previsión de los servicios, traería caos. Estamos cosechando la irresponsabilidad. Las costas de la capital están contaminadas con heces fecales, y la basura adorna las playas para recibir los barcos que llegan llenos de turistas. ¡Oh Dios mío!
Obligada a caminar para ejercitarme y así poder combatir los efectos de la edad, he decidido recorrer las calles de la ciudad. Me encanta ver cómo se va levantando poco a poco la vida. Salgo con los primeros rayos del sol. Y a medida que pasan los minutos, la calle se va poblando. Las aceras se van llenando de gente que camina para ir a sus lugares de trabajo. Los carros públicos tocan las bocinas sin prestar atención a la hora. Las guaguas del servicio público andan por las calles como aves de rapiña tras sus presas. Durante mis largas caminatas observo el mundo. Reflexiono sobre la vida. Saludo a los habituales. Y en ese trayecto, tropiezo con las aceras rotas, las alcantarillas llenas de aguas verdes repletas de bacterias. La basura está presente por todas partes. Afectando el sentido del olfato sin piedad de los caminantes. Y al ver este panorama urbano, me digo: “esto es una jungla urbana”. ¿Qué hace el síndico? ¿Cuáles son sus funciones? ¿Acaso no le corresponde el ornato de la ciudad? Me he sentido defraudada de ese joven que tanto prometía.
¿Qué pasa con el poder? ¿Por qué quienes lo ostentan se obnubilan, olvidan sus orígenes y sus promesas? Oh Dios, no puedo, no puedo, no puedo con esta realidad que me golpea. Como ciudadana estoy dolida y exhausta con tantas mentiras, tantas incongruencias y tantas injusticias.