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En un simposio protagonizado por connotados economistas mundiales, se analizó la escasez generalizada de productos en el mundo. Y en él se señaló que la pandemia ha dañado las cadenas de suministro mundiales, mucho más de lo que se pensaba. Y se formularon estas preguntas: ¿cómo pueden las empresas y los formuladores de políticas abordar mejor el problema tanto a corto como a largo plazo?, ¿qué países se beneficiarán? Entre los expertos que participaron en dicho seminario, se citan: Diane Coyle, profesora de Cambridge de Política Pública; Dalia Marin, profesora de Munich; Richard Haass, presidente de relaciones exteriores de Estados Unidos; Jonathan Woetzel, socio mayoritario de McKinsey, entre otros.
La Universidad de Cambridge comparó la situación actual de la cadena de suministros con la crisis financiera del 2008, y apuntaló la necesidad de respuesta política y social similar a la de entonces. Sin embargo, el mundo actual es distinto al del 2008: las coyunturas y coaliciones políticas son escazas, incluso, se han incrementado algunas diferencias por razones políticas y económicas que dificultan la cohesión entre muchas naciones adversas.
La disrupción de la cadena de suministros no afecta solamente a países ricos, las naciones con orientaciones económicas en exportaciones ahora deben centrarse en impulsar la resiliencia para mantener sus posiciones en las cadenas de valor globales o capturar mayor participación en los mercados. Pero la mayoría de los analistas y los formuladores de políticas, no pudieron anticipar que los mercados globales para el gas y muchos otros productos básicos resultaría tener grandes cuellos de botella, trayendo consigo un incremento en la energía en sentido general.
Uno de los factores predominantes que se visualiza es el cambio de negocios que se ha impuesto. Desde hace más de una década, las compañías decidieron mantener niveles de inventarios al mínimo, así abaratar costos de almacenamiento y, a veces, de logística. Sin embargo, en estos tiempos de crisis eso se convirtió en una desventaja, ya que se han visto forzados a utilizar el inventario y la reposición no ha sido tan eficaz como se esperaba.
Asimismo, el modelo clásico de telaraña muestra cómo los retrasos en el tiempo pueden desestabilizar los mercados y desencadenar grandes fluctuaciones en la oferta y la demanda. Si la demanda responde menos que la oferta a las señales de precios y las expectativas sobre el futuro resultan incorrectas, las respuestas de los proveedores generan volatilidad.
Pero a corto plazo, los mercados descentralizados y las señales de precios son el problema, no la solución. Los gobiernos deberán intervenir para proporcionar apoyo a la producción, mitigar alguna escasez y disponer de mano de obra para aquellas labores que no resultan, hoy en día, atractivas.
Se estima que la crisis va a ir reduciéndose a medida que aumente la producción y la misma se acople a la oferta y la demanda hasta que se alcance la normalidad, lo que se espera ocurra para el 2022.