El primer escollo que debe resolver el Presidente Danilo Medina, si quiere salir airoso del proceso de paz que ha convocado en Santo Domingo con las partes venezolanas en conflicto, es la desconfianza que prevalece entre los dirigentes de la opositora Unidad Democrática acerca de la neutralidad del gobierno dominicano en la crisis de su país.
En varias cancillerías, desde el Departamento de Estado hasta Latinoamérica, las conversaciones lanzadas por Medina son vistas con reticencia debido a que las administraciones del centro izquierdista PLD, tanto la de Leonel Fernández como la de Medina, son calificadas de viejos aliados de la llamada “revolución bolivariana”, desde su versión original, con el fallecido Hugo Chávez, hasta la presente edición represiva y fraudulenta de Nicolás Maduro.
Las administraciones de Fernández y Medina se beneficiaron de Petrocaribe, la política exterior crediticia lanzada desde Miraflores para beneficiar a los países amigos de Venezuela antes de que los precios del petróleo tocaran fondo y asfixiaran su economía. Fernández y Medina nunca han criticado las violaciones a los derechos humanos cometidos por los gobiernos de Chávez y Maduro. Más aún, y este es el segundo escollo, Medina, como Fernández, mantiene en su gabinete ministerial a Miguel Mejía, un viejo izquierdista con conexiones internacionales, aliado incondicional de Chávez y ahora de Maduro, quien ocasionalmente actúa inclusive como portavoz y representante de Caracas.
La desconfianza de la UD venezolana, unida al recelo de Washington y naciones amigas, podrían decretar el fracaso de las conversaciones que con bastante optimismo ha iniciado Medina en Santo Domingo. Terminaría como Fernández, quien fracasó en su intento arbitral junto a Rodríguez Zapatero y el expresidente colombiano Ernesto Samper. La oposición venezolana los acusa de parcialidad.