La crítica del más acá

La crítica del más acá

(2 de 2). La religión es, en último término, una respuesta existencial a las cuestiones últimas sobre el hombre y el mundo. Otorga un sentido a la vida humana y justifica la presencia del hombre en el mundo, respondiendo al problema final de la muerte y del más allá. También funciona como elemento de cohesión social y cultural, dando sentido de pertenencia a un pueblo o una comunidad.

Toda religión implica por necesidad un credo o profesión de fe, un culto (ceremonias, ritos, prácticas), una moral o norma de conducta en la vida y una estructura jerárquica. Por un lado, reivindica lo sagrado y lo divino, la vida del espíritu, la relación con Dios. Por el otro, afirma verdades absolutas e incuestionables cuya imposición por la coerción o el proselitismo conduce fatalmente a la violencia fanática. Es erróneo identificar religión y fanatismo. Sin embargo, la historia efectiva nos enseña que el fanatismo es indisociable de la historia de la religión, de todas las religiones. Históricamente, no ha sido otro su derivado natural, su consecuencia inevitable, su corolario, que ha penetrado y pervertido su esencia sublime.

En los años 70 y 80 del siglo pasado tuvieron lugar en todo el mundo grandes transformaciones como resultado de la crisis política, la reestructuración económica y el cambio cultural. El modelo de modernidad occidental terminó trastornando sociedades enteras, subvirtiendo escalas y jerarquías, y trastocando normas y valores tradicionales. Los cambios amenazaron estilos de vida, tradiciones, costumbres e identidades. Frente a ello, se fue gestando una resistencia que llegó a expresarse como rechazo violento y radical de ese modelo.

Tras el fin de la Guerra Fría y la confrontación bipolar, las etnias y las religiones reemplazaron a las viejas ideologías y utopías seculares del siglo XX (liberalismo, nacionalismo, socialismo, marxismo), ya en profunda crisis o en franco colapso. El espacio que antes ocupaban las ideologías modernas ahora lo pasan a ocupar los movimientos políticos y religiosos de inspiración o esencia fundamentalista, en Occidente y en Oriente. En los pueblos árabes y musulmanes empobrecidos por las políticas de sus élites gobernantes, la versión más radical e intransigente del islam ha reemplazado al nacionalismo y al socialismo como ideologías de los pueblos pobres y oprimidos.

La crisis de la tardomodernidad se expresa también en un renacimiento de la religión. Vivimos en una época de renovado fervor religioso. Los credos pasan a ocupar un primer plano en el mundo contemporáneo. Todas las manifestaciones conocidas de fundamentalismo religioso pretenden de un modo u otro reconquistar el mundo moderno. Se trata de un movimiento reactivo de la historia. La fe intenta recuperar su lugar en el mundo, la cultura y la sociedad. Intenta reclamar no sólo su autonomía, sino sobre todo su primacía frente a la razón del mundo secular. Se pretende subordinar la razón a la fe, la filosofía a la teología, la modernidad a la tradición. Una ferviente religiosidad desplaza a la razón crítica.

No son sólo las madrasas religiosas. El combate al neodarwinismo en las escuelas estadounidenses es hoy un signo turbio de oscuro y rabioso antiintelectualismo. La respuesta a Darwin es la involución: un oscurantismo de nuevo tipo en el siglo veintiuno.

Se escribe así un nuevo capítulo del viejo conflicto entre tradición y modernidad. La tradición religiosa impugna la modernidad, reducida a sus efectos más perniciosos y devastadores. Lejos de ser reivindicada por sus valores democráticos y su proyecto emancipador, aquella es del todo deslegitimada. Se la confunde con las políticas de las potencias occidentales hacia los países pobres y dependientes. Se la identifica con los rasgos más negativos de las sociedades desarrolladas: el materialismo consumista, el hedonismo frenético y vulgar, la avidez de bienes materiales, el individualismo rampante, la absoluta carencia de espiritualidad, la enajenación social y cultural.

Las religiones son los nuevos catalizadores tanto de la dominación hegemónica como de la tentación teocrática. Cuestionan la visión optimista del progreso histórico, encarnada en el pensamiento occidental. Proponen la vuelta a la tradición, al mundo premoderno. En teoría, esta vuelta está marcada por la búsqueda de la espiritualidad y la observancia de la tradición religiosa más estricta y rigurosa. En la práctica, todo deviene en un escenario de horror y violencia sectaria que deja el suelo ensangrentado y abonado de cadáveres.

Esta relación tirante entre religión y modernidad parece cada vez más insalvable. Los extremismos religiosos se resisten al cambio y la innovación; en su lugar, se aferran a la tradición más intolerante e intransigente. Pero toda religión se enfrenta hoy al desafío ineludible de replantear su relación con la modernidad y de asumir su renovación y su modernización (su aggiornamento a lo católico) en una época de cambios vertiginosos y perturbadores. La modernidad tardía, por su parte, mil veces atacada y combatida, carente de una espiritualidad capaz de salvarla, presa del sueño de la razón que ha engendrado monstruos, de nuevo deberá ser puesta radicalmente en cuestión. La crítica del más allá y la crítica del más acá coinciden ahora en un mismo movimiento reconciliador de la conciencia humana. Este movimiento pretende resolver las contradicciones, haciendo coincidir el reino de la necesidad con el reino de la libertad. Pero en el mundo real seguimos abandonados a contradicciones insolubles y antagonismos sin resolver.

Puedes leer: La crítica del más acá

Más leídas